Tina

Fin de siglo

      Samarcanda

´85

´99

695 MP

           

 

Tina Fin de siglo daba la impresión de ser la camarera perfecta. Bien parecida, risueña, dispuesta, servicial, comprensiva… pero también tenía sus días malos: ésos en los que el Fin de siglo se inundaba de tango y melancolía muchas veces inexplicable y desesperada, existencial. No por eso Tina Fin de siglo era una chica trascendente ni pensadora, sino más bien una de esas personas que han hecho de la vida su escuela y su experiencia, como suele decirse.

Lejana de cualquier formación académica, si había escapado de su pueblo era porque en él se asfixiaba. Pero su llegada a Samarcanda no era una inquietud intelectual sino una salida laboral: una salida de emergencia. Tina Fin de siglo suplía su semianalfabetismo con unas grandes dosis de vitalidad. A esto le ayudaba su pareja, Anselmo Fin de siglo, cuyo perfil era muy similar al suyo. Ambos resultaban un par de tipos atractivos, animaban el mundo. Después, con el tiempo, se casaron y todo acabó torciéndose.

Desde que yo conocí a estos dos pipiolos, allá por el ’85… hasta el ’99 que los perdí de vista, pasaron infinidad de etapas en la vida de Tina Fin de siglo. Finalmente acabó separándose de un Anselmo Fin de siglo frustrado y con el norte perdido, que la maltrataba físicamente. Aquello fue más de lo que Tina Fin de siglo pudo soportar y allí acabó su historia. Eran la pareja perfecta que pinchaba discos en la cabina de Brumario allá por el ’85, el primer recuerdo que tengo de ellos.

Pero Tina Fin de siglo era una superviviente, capaz de superar cualquier ambiente hostil[1]. En el fondo Tina Fin de siglo era una pobre mujer atrapada en un cuerpo tentador para los machos más impresentables[2]. Pero también atrapada en una mente que ella habría querido de otra manera[3]: por eso acabó matriculándose en Biblioteconomía. Incluso puede que finalmente terminase los estudios y se titulara. Pero su cerebro ya estaba troquelado por la experiencia infernal de haber sobrevivido a un matrimonio clásico y a la Samarcanda hostelera.

Tina Fin de siglo era digna de compasión. Al menos para mí siempre fue eso, nunca objeto de deseo. A lo más, curiosidad incomprensible durante alguno de mis desvaríos etílicos. A pesar de todas las charlas de barra y las confesiones de desesperaciones incurables, entre Tina Fin de siglo y yo siempre hubo un abismo insalvable.

No en vano, a mi entender era el ejemplo diáfano de cómo desperdiciar una vida que podría haber sido muy distinta… claro, que probablemente a su entender yo no era más que otro desperdicio intelectualoide de los que había conocido a lo largo de su vida. Y con toda la razón, por descontado.

Tina Fin de siglo, en su torre de marfil subterránea… sólo tocaba tangencialmente el universo en el que yo me desenvolvía de forma habitual. Un microclima desértico, inhabitable y para mí inevitable.



[1] Samarcanda posee muchos, escondiéndose bajo su barniz: ese caparazón de ciudad blanda y permisiva.

[2] Como algunos de los que frecuentaban el Fin de siglo.

[3] Más al estilo de quienes cerveceábamos por el Fin de siglo, que teníamos el bar como un oasis de relax en el desierto académico.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta