Alejandro
Filosofía Qûqon ´95 ´96 709

Aunque la apariencia física de Alejandro Filosofía recordaba a la de don Quijote, nada tenía que ver con el personaje al que evocaba su figura. Sí que ostentaba una barba de perilla puntiaguda, unos ojillos mínimos que vivían al final de las gafas y el peinado resultaba  una emulación del medievo; pero generalmente vestía jersey azul, lo que alejaba enseguida de la mente al caballero de la triste figura.

Alejandro Filosofía era una de las múltiples personas que habían estudiado otra carrera diferente, pero por casualidades de la vida o afinidades posteriormente descubiertas, acabó impartiendo clases de Filosofía: en este caso, en el Instituto Fortaleza, en el que coincidimos aquel ’94. A mí que fuera licenciado en Psicología no me parecía motivo suficiente para para menospreciarle, teniendo en cuenta que yo estaba en lo de la Plástica habiéndome licenciado en Filosofía… en fin, las tonterías de la Administración Pública es lo que tienen.

El asunto además venía de rebote, porque a la cuestión de que el gremio de interinos era un colectivo que se conocía ampliamente entre sí (al que me sumé aquel año de manera consciente, pues el anterior había sido una bala perdida), se añadía el hecho de que formaban una especie de pandilla de amigos… corporativistas.

Así intimé un poco con Alejandro Filosofía y pudimos intercambiar opiniones, tanto de carácter laboral como de perfil filosófico. Gran conversador, aunque algo superficial para mi gusto. Alejandro Filosofía resultaba ser un tipo muy tranquilo, dado a la meditación como forma de encarar la existencia: era un chaval cercano y amable, de costumbres sanas y tendencias orientalistas. Algo que le venía muy bien, teniendo en cuenta su profesión… ya se sabe que un profesor, un docente, está expuesto de manera permanente a amenazas del stress en mil versiones. Una de ellas, cotidiana, es el trato con l@s alumn@s.

Pues bien: normalmente Alejandro Filosofía empezaba el día madrugando mucho, al menos tres horas antes de empezar a dar las clases, ya estaba en pie. Despierto y meditando: sobre la vida, sobre el desayuno, sobre las clases que iba a impartir, sobre el día que le esperaba y los acontecimientos que traería… Aquel talante, tanta quietud, me resultaba envidiable; pero lo veía hasta cierto punto alejado de la vida real.

No obstante, a Alejandro Filosofía le servía y por lo tanto nada que reprochar u objetar. Pero había gente en el Instituto Fortaleza a la que no le gustaba todo esto, no sé por qué; urdieron un plan de acoso contra Alejandro Filosofía tomando como excusa alguna colaboración con una alumna… le estaban acorralando sin motivo objetivo, sólo era gentuza maquinando desde posiciones ultraconservadoras. Así que le eché una mano: aquélla su colaboración la convertí en una actividad académica y artística encaminada a la publicación Los cuadernos del soplagaitas, de la que yo era colaborador… y por extensión les hice colaboradores a ambos. Respaldé sus inocentes actividades, que no iban más allá de ejercicios literarios y las mentes perturbadas pretendían convertir en lo que no eran.

El resultado fue óptimo: Kencia DIME consiguió salida para sus obras, tan criticadas por la carcunda, al mismo tiempo que Alejandro Filosofía salía indemne de la caza de brujas. No dejaba de ser una ironía, porque la concepción filosófica del mundo que tenía Alejandro Filosofía, con la que solía trabajar, estaba cercana al “sálvese quien pueda”: es decir, la Filosofía como forma de salir a flote en el mar del absurdo existencial.

Evidentemente, para un psicólogo suponía haber alcanzado un grado de conocimiento un punto más allá de la autocuración; sin embargo, todo aquello vino a demostrar que la Filosofía puede servir también para salvar a quien no puede hacerlo por sí mismo.

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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