Jesús

Gafitas

 

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Aunque ambos vivíamos en Samarcanda, no sé si llegué alguna vez a encontrármele en la penumbra intelectual de aquellas calles habitadas por una equívoca, romántica y tentadora neblina anaranjada que los lugareños se afanaban en magnificar como si de oro monumental se tratara.

Jesús Gafitas y yo nos conocimos en Bukhara: fuimos presentados en La tasca de las almas, degustando caldos de la tierra mientras el espíritu de la concurrencia era poseído por ancestrales y atávicas energías difícilmente clasificables, que sin embargo casi podían ser contempladas a simple vista, a poco que uno tuviera receptivos los sentidos y los sinsentidos.

Se trataba de una persona de natural risueño, que suele decirse… no sé si la sonrisa fácil de Jesús Gafitas tenía algo que ver con su afición a la droga blanda, que solía acompañarle en las múltiples facetas que la integran. Digamos que Jesús Gafitas era un chaval de manos ligeras para las tareas propias de liar porros, algo que hacía sin problemas de una forma rápida y compatible con la conversación: en otras palabras, no parecía un macho al uso.

Quizás por eso y su tendencia a abordar temas de interés, relacionados con la literatura, Jesús Gafitas me caía bien. Y no es que yo sea de natural filántropo, ni ahora ni cuando le conocí… pero había ciertas vibraciones en su aura (dicho sea con terminología propia del mundo esotérico) que me invitaban a compartir conversaciones con él.

Jesús Gafitas estudiaba alguna Filología en Samarcanda, creo que era la inglesa, pero también podría tratarse de las lenguas clásicas: en todo caso, poseía inquietudes literarias y colaboraba con la revista que hacían periódicamente en la Facultad de Filología. Yo jamás llegué a entrar en aquel parnaso, pero alguna vez me acerqué con ojos inquietos a aquellos experimentos que más parecían ejercicios del alumnado sondeando opiniones del populacho que obras propiamente dichas.

En esas actividades, aparte de las académicas, utilizaba o empleaba su tiempo Jesús Gafitas durante aquellos años… aparte de una novieta que tenía, con la que llegué a coincidir una vez: en su presencia, claro. Me llamó la atención el celo con el que Jesús Gafitas trató la situación de aquel encuentro; quizá porque yo ejercí de ocurrente, aunque no lo hiciera deliberadamente sino como el pretendido gracejo natural que me caracterizaba a la hora de relacionarme con el resto de los seres humanos. La reacción de Jesús Gafitas fue desmesurada… al menos así me lo pareció a mí.

De hecho, cada vez que él y yo volvimos a encontrarnos con posterioridad a aquel día, fuera solos o con más gente alrededor, Jesús Gafitas actuó de forma competitiva respecto a mí: algo digno de llamar la atención de cualquiera, teniendo en cuenta que yo jamás osé adoptar la posición de disputarle nada: ni tan siquiera en el mundo de las Letras.

Por lo que al ámbito femenino se refiere, ni siquiera recuerdo el rostro de aquella chica que le acompañaba… es probable que el conjunto de despropósitos no fuera más que una proyección de su complejo de inferioridad o sus dudas metafísicas acerca de la relación que les unía.

Jamás llegué a saberlo, pero cuando a partir de entonces nos encontramos Jesús Gafitas y yo, su forma de tratarme se encontraba indiscutiblemente lastrada por una relación de poder basada en una hipótesis suya, nunca formulada: que yo pretendía robarle la novia. Esto me hizo intentar (sin conseguirlo) recordar aquel rostro femenino en repetidas ocasiones: con el único fin de la comprobación científica. Y porque, una vez cumplida la condena, lo suyo era consumar el delito que la había provocado, ¿no?

 

 

 

Sonido

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