Tania

 

Biología

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Parecía una contradicción: aquellos ojos límpidos y azules, seductores por su mirada cristalina, acompañados por un cuerpo bajito, regordete y desproporcionado. Era Tania Biología, una chica de contrastes que pugnaba cada día por hacer de aquello una convivencia al estilo yin-yang… aunque sin intención oriental alguna; de hecho, iba capeando el temporal para conseguir compatibilizar factores tan dispares conviviendo en un solo cuerpo: el suyo.

De alguna manera, casi desafiando la ley de la gravedad, el equilibrio de Tania Biología se encontraba en las tetas, una demostración rotunda de lo que en la época se denominaba “pechonalidad”: mi afirmación no es frívola, superficial ni sexista. Se trata de una metáfora de la supervivencia en condiciones extremas. Si por una parte la mirada de Tania Biología representaba su parte espiritual, el contrapunto era su cuerpo, embajador de la Tania Biología más sensorial… y luego estaban ahí las tetas. Interpretarlas como mero símbolo carnal provocaba que cada noche que Tania Biología salía a tomar unas cervezas, los moscardones acabaran indefectiblemente revoloteando alrededor de aquel botín, tan apetitoso para el mercado de la materia, ése en el que pujan constantemente innumerables descerebrados a quienes la Naturaleza ha dotado de un falo y poco más. Tantas veces tuve ocasión de comprobarlo… con frecuencia Tania Biología y yo coincidíamos en algún antro: Anillos, Sargento, Plátanos, Esquizofrenia… innumerables ocasiones en las que la vi con elementos indeseables que ni siquiera se molestaban en el disfraz. Babosos a tiempo completo.

Pero yo a Tania Biología la conocía simplemente por una coincidencia: era compañera de piso de Araceli BRUMA. Que Tania Biología me cayera simpática era algo producto de la compasión, no del deseo: empatía, más que nada. Durante algún rato perdido Tania Biología y yo tuvimos conversaciones interesantes, pero siempre alrededor de los contenidos de sus estudios: la Biología. Una tarde, por ejemplo, estuvimos largo rato debatiendo acerca de la clasificación de los insectos en cuanto a su forma, taxonomía que los dividía en dos grupos: los comprimidos y los deprimidos. Al decir el nombre de los primeros, Tania Biología acercaba sus rechonchas palmas en posición vertical sin que llegaran a tocarse, para ilustrarlo; en el caso de los deprimidos, lo mismo pero con las manitas en horizontal. Más allá de la diversión gestual, yo estudiaba las implicaciones metafísicas de los nombres de ambas clases de insectos: llegaba a conclusiones intuitivas y no verbalizadas que arrancaban mi sonrisa.

Estas pequeñas complicidades que compartíamos Tania Biología y yo en otras ocasiones se diluían por desencuentros: como el de la noche en la que le presté una mano pegadiza con la que yo jugaba en el Plátanos… después se negó a devolvérmela, pues estaba un poco piripi y perjudicada. Es que a Tania Biología el alcohol le sentaba ciertamente mal; una noche, en el piso que compartían Araceli BRUMA y Tania Biología, tras haberse metido ella en un lío de carácter sexual atrayendo a un moscardón descerebrado de los que solían acompañarla hasta su habitación. Tania Biología vino hasta mí, implorando que la librase de él: “Dale un golpe” –me decía ingenua.

Esto evidencia hasta qué punto Tania Biología vivía en una dimensión alejada de la mía: ni yo sabía resolver problemas a golpes (mucho menos los ajenos en los que estuviera involucrado algún matón de tres al cuarto) ni tampoco me encontraba allí para eso… afanado como estaba en aquella ocasión arañando la puerta de Araceli BRUMA como un perro. Implorando migajas de un amor que sólo estaba en mi imaginación… o en la inadecuada interpretación de unos hechos que se me escapaban. Lo mismo que mi amistad con Tania Biología, imposible por definición.

 

 

Sonido

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