Rubia Yankee   Estados Unidos  ´98      955

         

 

Para mi vista había pasado desapercibida por completo en un primer momento, pues era sólo la acompañante de la novia de Felipe Anfetas, Violeta Yankee… imagino que buscando experimentar sensaciones próximas a la vida cotidiana de Uzbekistán. El caso es que aquella Rubia Yankee, de cuyo nombre no puedo acordarme porque probablemente sólo lo escuché cuando me la presentaron… formaba parte de la excursión que habíamos organizado para montar un chiringuito en el Mercado medieval de Kagan.

No dejaba de ser una ironía que yo volviera a mi pueblo aquel ’98 como mercader viajero en el tiempo, pero todo aquello era secundario para el punto de vista de la Rubia Yankee, que asistía a los acontecimientos sorprendida por lo que desde su perspectiva tenían de extraordinarios. Intento hacer hermenéutica desde ahí, esa mirada estupefacta si nos atenemos a sus declaraciones sobre el asunto, posteriormente expresadas. Para la Rubia Yankee aquella estancia nocturna en la casa de mi abuela sólo era la preparación hostelera para el mercado del día siguiente, tal como en principio se había planificado. En casa para dormir estábamos: Valentín Hermano, Felipe Anfetas, Violeta Yankee, la Rubia Yankee, Esme Tûrtkûl, Brenda GOCE y yo mismo.

Las cosas fueron animándose… y para última hora de la tarde, ya casi noche, cuando tod@s l@s presentes nos disponíamos a retirarnos a los respectivos aposentos: la visita de Jacinta HUMOS, que se encontraba por allí dando una vuelta, acabó siendo un polvo improvisado que echamos sobre el suelo de la habitación en la que “me habían nacido”[1] más de 30 años atrás. Creo, a lo máximo separada por un tabique. En fin, una buena y sabrosa manera de hacer las paces con mis orígenes.

La Rubia Yankee, desde el salón, escuchaba con más o menos entusiasmo el desarrollo de los acontecimientos sin dar señales de vida. Todo orejas. Al poco rato Jacinta HUMOS se marchó a su casa, cercana en la misma plaza de Lucas Coscorrón, pero vigilada por sus padres, que eran los moradores habituales de la misma. La ausencia de Jacinta HUMOS para mí significaba el final de la jornada, la necesidad de descansar para afrontar el mercado del día siguiente.

Y a eso me disponía ufano, ocupando el catre que me había correspondido en el reparto prefijado: no era otro que el que me vio nacer, pero ahora sito en una tercera habitación diferente de la que lo albergaba más de 30 años antes. Me deslicé en silencio bajo las sábanas. En el reparto nos había correspondido compartirlo a Esme Tûrtkûl y a mí: pero como algo aséptico, sin ningún tipo de connotación erótico-afectiva, puesto que entre nosotros dos no había nada de este tipo… hasta ese momento. Sin embargo Esme Tûrtkûl se animó a tentar a la suerte, tanteándome: y la cosa acabó en desenfreno. No supe, ni quise, ni pude detenerme. Disfrutamos de una buena sesión sexual compartida, algo que más adelante tendría sus consecuencias, como ya se puede imaginar y comprobar.

Al otro lado del tabique, la Rubia Yankee seguía con interés el desarrollo de los acontecimientos: eso dijo a la mañana siguiente, cuando ya se habían marchado tod@s al mercado medieval y sólo quedábamos en casa Felipe Anfetas, Violeta Yankee, la Rubia Yankee y yo mismo. Entonces fue cuando la Rubia Yankee confesó sin tapujos que aquella experiencia había conseguido ponerla cachonda simplemente con el oído; creo que era una invitación a continuar el asunto, un juego de oferta y demanda apelando a mi masculinidad insaciable… Pero no respondí al tratamiento; me encontraba en una dimensión diferente a la que gobierna las películas pornográficas.

Acudí al túnel de un tiempo medieval en el que me esperaban las dos protagonistas de la noche anterior, sin saber siquiera cómo saldría del atolladero. Habría sido excesivo cargar a una más en el carro, de hecho ni se me pasó por la imaginación. Supongo que esto dejó un poco desencantada a la Rubia Yankee, que volvería a su país pensando lo poco hombres que son los uzbekos por haberla dejado tan cachonda sin ser capaz (yo) de satisfacer sus deseos.



[1] En palabras de Unamuno, “yo no nací, a mí me nacieron”.

 

 

Sonido

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