ZARAFSHON

ZA - 3.

Curro

de Zarafshon

Asociación  HINCA

1993

121

 

 

A pesar de ser continuidad, se trataba de una gran diferencia: cambiar el domicilio familiar, el nido protector de Samarcanda[1] por el experimento de mayoría de edad que significaba para mí Zarafshon. La oportunidad era poco menos que única. En un principio Dolores BABÁ se había marchado del ámbito estepario hasta Zarafshon pidiendo un destino que la alejase de mí, de mi nefasta e inevitable (para ella) influencia. Las circunstancias, las casualidades, las dudas… finalmente habían hecho que aquello se quedara sólo en meras intenciones.

Tras un tiempo de negociación y conversaciones, Dolores BABÁ decidió que era el momento de ponernos a prueba en la convivencia cotidiana a tiempo completo[2].

Para eso el experimento estaba servido, era una oportunidad que la vida nos ponía en bandeja. Dio la casualidad de que aquel año yo estaba en excedencia de mi trabajo de funcionario, cumpliendo la Prestación Social Sustitutoria del servicio militar obligatorio: en la HINCA de Samarcanda. Casualmente la HINCA también tenía delegación en Zarafshon, que era donde Dolores BABÁ estaba destinada aquel año, dando clases en un instituto.

El pacto fue que si yo conseguía el traslado de la Prestación Social Sustitutoria[3] pondríamos a prueba nuestra pareja viviendo bajo el mismo techo. Teniendo en cuenta que por la Prestación Social Sustitutoria pagaban una nómina de miseria, aquello supondría un desembolso económico extra para ella (de por sí reacia al estipendio en general).

Bien es cierto que yo después busqué –sin éxito– algún asuntillo para compensarlo, pero esto son accesorios secundarios.

Puestas por tanto todas las herramientas a nuestro alcance, la cuestión sólo se reducía a esperar. Finalmente llegó la confirmación del Ministerio de (in)Justicia(s) dándole validez al traslado, habida cuenta de los informes favorables que habían emitido ambas HINCA’s[4]. En breve plazo se consumó mi traslado y abandoné a mis compañeros: Pancho Chapas y otro de cuyo nombre no me acuerdo (pedagogo por más señas), así como a mis jefes Pablo ACABA y Leonarda HINCA. Raudo hacia el nuevo paisaje que ponía la vida a mi alcance, jugando con los caprichos casi infinitos que constituyen las circunstancias de la vida.

La HINCA de Zarafshon era muy similar a la de Samarcanda. En esencia, una asociación de corte pijo que era bien vista por la oficialidad aunque estuviera fuera del circuito oficial del asociacionismo al uso. Ahora se llamaría una ONG y con eso adquiriría una pátina bohemia que no respondería a la realidad más estricta.

Sí que trabajaba aspectos sociales y ambientes que se escapaban al largo brazo de las instituciones. En el límite social, en la frontera/margen donde empieza lo incontrolable desde el punto de vista de la corrección política.

Pero lo hacían con intenciones de reconducir el rebaño de aquella prole[5] no planteando otra manera de entender la sociedad. Al contrario, dando por supuesto que el establishment está en lo cierto y se trataba de recuperar a todo aquel colectivo que se había marchado por el camino equivocado.

No en vano la HINCA proviene de los Estados Unidos y corresponde al espíritu de la juventud religiosa. No lo perdamos de vista, porque eso quiere decir que parten de una perspectiva muy concreta. Desde unas coordenadas que vendrían a ser caridad hacia los menos favorecidos, una especie de sacrificio que se hace desde la HINCA gracias al que se ganan puntos ante la divinidad: una suerte de “ejército de salvación”.

Ni más ni menos. Aunque su manera de actuar, desenfadada y amigable, no dejara entrever toda la carga sociopolítica[6] que se esconde tras semejante andamiaje.

Precisamente si yo había recalado en su día en la HINCA de Samarcanda había sido por mi falta de prejuicios, por mi tolerancia hacia quienes (a pesar de eso) no me resultan simpáticos por su carga ideológica[7]. En fin, quisieron la casualidad o la Fortuna que el calendario de sucesos discurriera de este modo…

Así llegué a la HINCA de Zarafshon, dispuesto a aceptar lo que la vida me tuviera reservado. No era otra cosa que un trabajillo de Auxiliar Administrativo en su versión más extensa. Trabajo de oficina dentro y gestiones fuera del local (papeles varios: solicitudes, billetes de autobús y zarandajas, mayormente).

Si quería podía implicarme más, claro[8], pero mi intención era tan simple como cubrir el expediente. Sobre todo porque dar algo de mi “yo particular” significaba directamente implicar a Dolores BABÁ, algo innegociable ya que habría significado quitarle tiempo conyugal.

Por lo tanto en la HINCA yo iba haciendo cosillas, de buen rollo… pero sólo lo imprescindible. Por aquella oficina circulaban personajes de lo más variopinto, como Pablo FUELLE o Nereida BOA[9], entre otros muchos.

Bajo el paraguas protector de José SAPO, el presidente de apellido portugués: una sorpresa del Destino, pues resultó ser uno de los enemigos irreconciliables de infancia que había tenido Valentín Hermano durante su estancia en los Franciscanos de Samarcanda, allá por el ’76. Pero ahora José SAPO ya estaba reinsertado en la sociedad, olvidadas aquellas rencillas infantiles. Era un tipo de éxito, amable y diplomático: incluso una noche Dolores BABÁ y yo estuvimos invitados a una cena fría en su casa… muy progre todo.

Aparte de esos acercamientos humanos, mi trabajo en la HINCA durante aquellos meses resultó llevadero. En los ratos libres practicaba el ping-pong con alguno de los presentes prácticamente a diario. Casi siempre Pablo FUELLE, pero el buen ambiente que se respiraba por allí hacía que yo siempre estuviese predispuesto a darle cancha a todo aquél que me lo pidiese. Charlar sobre banqueros delincuentes[10] o jugar al Civilization[11] completaban el abanico de posibilidades cotidianas que se me ofrecían en aquel horizonte.

Lo cierto es que el conjunto representaba una manera fácil y llevadera de ir pasando las mañanas. Con esa tranquilidad que otorga dejarse llevar por obligaciones en las que uno no cree ni de lejos, pero que son la excusa perfecta para no hacer aquello en lo que uno cree realmente[12]: en mi caso, escribir. Algo que podría haberse compaginado perfectamente con aquel trabajo alienante y no remunerado. Pero suele estar ahí, amenazante, lo que yo llamaría “la tentación de la mediocridad”. Consiste simplemente en zambullirse de manera paulatina, suave y blandita en una existencia vacía. Sin más aspiraciones que la supervivencia, trufada de algún placer sencillo que le permita a uno mentirse a sí mismo que le gusta esa vida… que se conforma con ella.



[1] Tan cómodo y fácil como peligroso a la hora de aprender a vivir. Con ese lastre que tantas veces ha agostado existencias incluso antes de brotar… al estilo de la película Amanece, que no es poco (de José Luis Cuerda).

[2] Puesta en práctica del famoso aserto parejil: “o nos casamos o lo dejamos”.

[3] Algo que era difícil, pero no improbable.

[4] Zarafshon y Samarcanda.

[5] Generalmente descarriada por alguna motivación indeseada.

[6] Conservadora, claro.

[7] Pero –como decían en Amanece, que no es poco– “a lo mejor estoy equivocado…”

[8] Como en cualquier ONG.

[9] Una estudiante de Derecho buenorra y feminista.

[10] Entonces muy de moda.

[11] Un vicio-juego al que me iniciaron aquellas criaturas tan entretenidas.

[12] Llámese miedo al éxito.

 

 

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