Benita
Morena   Francia ´87 ´89 741
             

 

Benita Morena no era despampanante, pero sí llamativa: al menos reclamaba la atención de elementos como Joaquín Pilla Yeska, que fue quien la colocó en su punto de mira, si es que puede hacerse una metáfora cinegética sin remordimientos para un caso de pretensiones erótico-festivas.

Porque éste era el caso: una de las múltiples noches que Joaquín Pilla Yeska salió a empaparse de alcoholes (cervezas y whisky barato, del acueducto) Benita Morena entró en su campo de visión… lo demás vino por añadidura. Las maniobras de acercamiento (más o menos torpes, depende de las condiciones etílicas que concurrieran en el momento de los hechos) dieron lugar a un conocimiento a su vez prometedor de futuros encuentros entre ambos, por más que fuera tan superficial como intrascendente. Uno de esos asuntos pendientes o colgantes que, cuando las circunstancias se confabulan, tienen solución de continuidad.

Así me lo contó Joaquín Pilla Yeska, aunque no con estas palabras: su narración fue más peregrina, pero la esencia del asunto iba por aquí. Días más tarde… noches más tarde, mejor dicho, me la presentó. No por otro motivo que el hecho de que Benita Morena iba siempre acompañada de su prima y por lo tanto necesitaban un entretenimiento para ella, que venía a ser yo; la prima era Marielle MENOS. En definitiva, se trataba simplemente de que Benita Morena quería rollo con Joaquín Pilla Yeska y me endosaban a mí a Marielle MENOS.

Esto dio lugar a un episodio en mi vida tan clarificador como oscurantista… pero por lo que se refiere a Benita Morena, que es de quien se trata ahora, para mí significó un conocimiento de su personalidad que ya se adivinaba en un primer contacto, aunque éste fuera colateral, de rebote y hasta cierto punto casual o de carambola.

Benita Morena era una chica bajita, muy preocupada por su apariencia física ya desde el primer momento: se veía que dedicaba mucho tiempo al maquillaje. Revestía sus ojos negros con una línea en el párpado que prolongaba casi hasta la sien, pestañas resaltadas con el producto adecuado y cejas retocadas, perfiladas para mayor contraste con la piel: porque aunque ésta era morena, oscura… toda la decoración antedicha iba realizada en un color negro azabache que otorgaba al conjunto la apariencia de un rostro cercano a la imagen de Nefertiti.

Todo ello significaba que Benita Morena ganaba muchos puntos, pues su mirada acababa aparentando una profundidad de tintes metafísicos. Muy en la línea del existencialismo francés, aunque después: un mero intercambio de palabras con Benita Morena diera al traste con todas estas expectativas. La realidad peregrina no era otra que una chica veinteañera sin mayores inquietudes que beber, fumar y hablar. En definitiva, divertirse sin más pretensiones que un carpe diem posiblemente irreflexivo.

Es posible que aquello incluyera finalmente algún polvo con Joaquín Pilla Yeska, lo desconozco. Más que nada porque ni de él resultaban de fiar sus declaraciones de batallas ganadas, ni de Benita Morena osé intentar sacar más información. Tampoco me importaba, puesto que de aquel asunto, aparte de las miradas que Benita Morena y yo cruzamos circunstancialmente en el Esquizofrenia alguna noche impar, ni Benita Morena ni yo teníamos interés en conocernos más profundamente. Éramos más bien dos bolas chocando azarosamente sobre la mesa de billar de la causalidad. Ni Hume lo hubiera explicado mejor.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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