Saturno

Bar

 

Samarcanda

´83

´90

851

             

Como todo bar, Saturno delimitaba un territorio, era un país aparte en medio del país conocido; como todo territorio alternativo, buscaba la definición de un universo vedado para la realidad conocida, postulaba una dimensión aparte que pugnaba por sobrevivir en la realidad comúnmente aceptada… algo ciertamente difícil. Porque Saturno quería ser un enclave típico de una sociedad humana, abierta y tolerante; esto significaba que ya se postulaba como diferente al común de los bares, más aún de los cercanos de la Facultad de Derecho.

Para empezar, Saturno no era una empresa sino una cooperativa: esto ya imprime carácter a cualquier agrupación humana, porque aparta el asunto de los beneficios. O mejor dicho, los pasa a un segundo plano, priorizando las relaciones humanas entre los componentes y –por extensión– con los clientes… en este caso frecuentadores de aquel bar atípico, donde parecía reinar la complicidad entre quienes por allí pasaban con mayor o menor asiduidad.

Pero Saturno era un bar de día, no de noche; a pesar de encontrarse en plena zona antigua de Samarcanda, había elegido el horario de la luz. A través de sus ventanas podía contemplarse el dorado del sol sobre los monumentos, algo tan típico de la ciudad. Esta característica diurna le añadía a Saturno una especie de juego visual o de palabras: algo semejante a cuando en ocasiones la luna surca el firmamento azul conviviendo en presencia con el sol. Casi un desafío a las convenciones, a lo que se supone que debería ser la realidad al menos tal y como la hemos aprendido, nos la han contado o la interiorizamos por costumbre.

Me recuerdo a mí mismo, como viéndome desde fuera de mí, allá por el ’85: sentado en uno de sus bancos de madera, tomando una caña e improvisando un poema, escrito al revés… empezando por escribir el último verso y acabando por el primero que decía: “Ahí atrás quedó en futuro…” jugando a la cara oculta del tiempo. Con una camisa gris y unas botas marrones de serraje, que me quedaban algo pequeñas pero me encantaban a pesar de ser frías como el invierno. Acompañado de Araceli BÍGARO y Pablo CIEGOS.

Un buen resumen de la personalidad del bar, de Saturno… más tarde la propia Araceli BÍGARO trabajó allí una temporada, pero esto ya nada tiene que ver con la esencia de Saturno; porque su esencia inmaterial era tan tímida como reivindicativa: Saturno se sabía una mota de polvo en el universo infinito, pero lejos de importarle o influirle negativamente en la personalidad, significaba un privilegio… porque lo asumía como la posibilidad de llegar a ser cualquier cosa que se propusiera. Al carecer de importancia para la realidad… poseía su parcelita inexpugnable, en la que flotaba infinito. De hecho, podía contemplarse con frecuencia, entre la modesta decoración con la que adornaban sus paredes, una sonrisa inexplicable que nada tenía que ver con el mundo real. Todo el mundo sabe que los bares no son felices ni sonríen, pero ahí estaba Saturno para desmentir cualquier ley.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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