Pablo

CIEGOS

 

Chimbay

´85

´90

570

             

 

Aunque se negara a la evidencia y se resistiera a su idiosincrasia, a Pablo CIEGOS le había correspondido el color gris en el abanico cromático de la vida. Lo compensaba con su aplomo de patriarca y su risa sentando cátedra. Dentro de su carácter estaba también la lucha por salir de esa maldición. Una batalla que muchas veces Pablo CIEGOS interpretaba como aventura, casualidad, antojo, tendencia, instinto o alguna otra palabreja más intelectual.

Pablo CIEGOS era fumador y buen tipo. Fríamente mirado, el suyo era un bagaje tendente a la mediocridad… aunque simplemente por su resistencia mereciera ya una suerte mejor. Que a su padre le tocara la lotería, que a él le operasen de un quiste en la rodilla o que una noche por sorpresa le atrapase el amor[1]… Cada uno a su manera eran todos hechos que Pablo CIEGOS pugnaba por interpretar en clave simbólica, aunque estuvieran cargados de un significado tan peregrino como cotidiano.

Aunque Pablo CIEGOS siga perdido en una maraña que combina la Sociología con la empresa, al servicio de unos valores de los que siempre abominó en sus tiempos de Filosofía… para mí Pablo CIEGOS está asociado al recuerdo bohemio del tiempo en el que nos conocimos: era el ’85. Casi como una fuerza más allá de voluntades y conocimientos, Araceli BÍGARO, Pablo CIEGOS y yo formamos un triángulo existencial que nos llevó de la mano por el descubrimiento del mundo, para nuestros asombrados ojos. Por así decirlo éramos guerreros[2] de un mismo ejército. Surcábamos territorios inmateriales que se encarnaban cada día en nuevas pruebas para nuestro incipiente intelecto, cada noche en experiencias únicas para nuestros corazones aún sin curtir. Pablo CIEGOS me recordaba que en mi vida la literatura era algo transversal, no un reducto de huida. Descubrimos a partes desiguales la maldición de la experiencia[3] y la seducción de la aventura[4].

Vagábamos a través de la realidad como la flecha que atraviesa un corazón: con la intención de apropiarnos de ella y asumiendo que el daño puede ser seducción al mismo tiempo. Descubrimiento compartido, aunque la realidad se empeñara en devolvernos mensajes de desencanto. Nos daba igual su respuesta, si no ¿por qué aquélla noche, abrazados los tres a la estatua, bajo la lluvia, vibramos en una dimensión ajena para el mundo entero, en una ofrenda tan simple que consistió en dejar sobre su pedestal una lata de cerveza? Acaso haya sido la síntesis perfecta bajo una lluvia inconexa.

La vida empecinada en seguir adelante, a pesar de nosotros, tan lejanos en todos los idiomas. Una noche gélida, con un Pablo CIEGOS aún inexperto en las muletas por la operación de su rodilla[5]: ligero resbalón con el hielo. Entre la dulce neblina etílica, Pablo CIEGOS dio con sus huesos en el fondo de una fuente pública, en plena calle. Salió del agua casi antes de haber entrado, es cierto, pero totalmente empapado. Se libró de la pulmonía milagrosamente, entre risas de sorpresa.

Así era su carácter: Pablo CIEGOS atraía desgracias que nunca se sabía muy bien a qué sentido obedecían. Como la noche en que durante las movilizaciones del ’87 pintábamos sobre el asfalto reivindicaciones universitarias de la época. Se le acercó un deportivo blanco y desde la ventanilla, apuntándole con una pistola, le amenazaron para que dejara la pintura y la tarea. Juro que la matrícula era 666, la vi yo mismo desde la distancia. Convencí a Pablo CIEGOS para ir a denunciarlo a la comisaría, aunque no sirviera de nada… como así fue. Es probable que el policía que le tomó declaración fuera familiar del indeseable fascista que circulaba libremente… o al menos de su misma ideología.

A Pablo CIEGOS le podía la vena creativa[6]. Se dejaba llevar sin mayores conflictos hacia esos terrenos pantanosos que lindan con la realidad pacata… la que ocupa la mayoría del Universo. Pablo CIEGOS no podía resistirse a una ocurrencia, como nos pasa a muchos. Tras el destello de un instante en la imaginación, arrastra consigo infinidad de razones que la avalan… aunque sea descabellada. Así fue para el examen final de Historia de la Filosofía en Primero: se inventó un filósofo, previo acuerdo con otro compañero[7]. COPAGO le descubrió, claro. Sospechando siempre que Pablo CIEGOS había abusado de su confianza, por ser del mismo pueblo y conocerse previamente. Puede que así fuera, pero la segunda oportunidad que le dio era una declaración de buena persona de COPAGO; por fortuna se correspondía con la manera de ser de Pablo CIEGOS.

Si Pablo CIEGOS había recalado en la Facultad de Filosofía fue en gran parte por su experiencia previa en Kagan, gracias a su profesor. Pablo CIEGOS con 18 años, un amor platónico exuberante[8] y un cerebro que no le cabía en el pecho. Todo le condujo hasta allí, a la Facultad de Filosofía, donde finalmente nos encontramos como espíritus afines que éramos.

Pablo CIEGOS, Araceli BÍGARO y yo firmamos un pacto durante la noche del 5 de diciembre del ’85. Tras un par de meses de primeros acercamientos, aquélla fue la prueba de fuego: mi cumpleaños del ’85[9]. Un día que mereció la pena, porque supuso romper el hielo que nos atenazaba a todos al hipotético papel que nos tocaba por haber empezado a estudiar una carrera. A partir de aquel día todos los de la clase fuimos un poco más humanos… trascendiendo las etiquetas que sin duda nos habían colocado: la sociedad, la familia…

A Pablo CIEGOS le gustaba Araceli BÍGARO de la misma forma que a Araceli BÍGARO le gustaba yo, quien en definitiva venía a desequilibrarlo todo, porque eróticamente no me atraía ninguno de los dos. Esto significaba una relación triangular en desequilibrio evidente, presta a hacerse añicos en cuanto algún factor imprevisto hiciera su aparición en el horizonte. Sin embargo, también estaba Ofelia Ref. Pablo CIEGOS, otro de sus amores imposibles: tan platónico como no correspondido. Lo cierto es que Pablo CIEGOS iba dejando innumerables posibilidades abiertas, esperando que llegara la validez definitiva.

Entre nosotros tres el tiempo iba pasando y lo único que suponía era un progresivo deterioro[10]. Araceli BÍGARO y yo manteníamos una relación equívoca por mi causa. De una parte, me tentaba experimentar un mundo para mí entonces desconocido. Pero de otra no deseaba implicarme: con cariño, pero sin sexo.

Una tarde, en casa de mis padres… todos se habían marchado. Como experimento de conciencia, yo estaba viendo la televisión… un capítulo de Falcon Crest. Cuando ya había contrastado la hipótesis inicial[11], al apagar el aparato oí una música muy bajita, que llegaba hasta el salón desde mi habitación. Dudaba de haberme dejado encendido el equipo de música… pero al entrar en ella encontré a Pablo CIEGOS escuchando una canción: El reparador de sueños, de Silvio Rodríguez. Al salir la última persona de casa, le había dejado entrar… y él, pacientemente, me esperaba con la música en sus manos: para charlar, como siempre.

Al poco tiempo el triángulo saltó por los aires: Pablo CIEGOS conoció a Indira Barrio y se retiró de toda circulación, monopolizado por el esfuerzo conyugal con la dedicación del enamorado. Araceli BÍGARO, cansada ya de esperar una respuesta mía que nunca llegaba, se marchó a examinar otros paisajes más complacientes. Pero mientras Pablo CIEGOS estuvo allí compartimos grandes e inolvidables momentos de cercanía espiritual. Disfrutando en su pueblo[12] de baños en el río… o charlas interminables en casa de Eugenio LEJÍA, sobre el misterio de la literatura y las mujeres. Fiestas en casa de Manuel Alejandro RAPHAEL[13] con disfraces y sinceridades. Luchas infinitas en número y contenido, devorando la ciudad con insaciables mandíbulas de acero: las de quien se quiere comer el mundo. Yo sólo echaba en falta la barba de Pablo CIEGOS en algunos momentos. Se lo decía siempre. Cuando se afeitaba tenía los rasgos afilados, se le ponía cara de hijoputa.




[1] Con sus redes extendidas en el Plátanos… Materializado en la presencia de Indira Barrio (una antigua novia de Valentín Hermano, de tiempos del instituto), atenazándole para siempre en esa trampa tan deseable y deliciosa.

[2] Entendido el término en clave del lenguaje de Carlos Castaneda… aunque ninguno de los tres le conociéramos entonces.

[3] Que te impide volver a vivir algo por primera vez.

[4] Siempre incompleta y por tanto: antídoto de la experiencia.

[5] Eugenio LEJÍA le llamaba entonces “Perico el de los palotes”.

[6] Una prueba de ello fue el cómic de visión crítica sobre los encierros de las movilizaciones del ’87: Pablo CIEGOS propuso el guión y Eugenio LEJÍA dibujó.

[8] Maribel Ref. Pablo CIEGOS.

[9] Véase 279

[10] Más allá de aquella noche en la que nos besamos los tres a la puerta de El barrio, que para mí fue sólo una declaración de afinidad espiritual, nada carnal.

[11] Que no merecía la pena perder el tiempo viéndola y que jamás volvería a hacerlo.

[12] Cortázar bajo el aplanante sol de Namangan. El castúo y un proyecto de novia virgen que tenía Pablo CIEGOS en sus ratos libres. Su familia, que incluía a un hermano devoto de la Educación Física: el contrapunto. El viaje en auto-stop que hicimos Araceli BÍGARO y yo con un camionero machista incluyó una noche con sexo incompleto como parada en Kagan

[13] ¿Qué cosas me dijo aquella noche Pablo CIEGOS? Entre otras: “A ti te pasa como a mí. Estás enamorado de dos mujeres: una se llama Mujer y la otra, Literatura”.

 

 

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