Acorazado

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Samarcanda

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En el Acorazado el espacio es amplio y llano: algo así como un campo de fútbol sin hierba y con techo. Al fondo se encuentran los baños, algo inaccesibles a según qué horas… por la distancia insalvable que los separa de la vejiga y también por una población sospechosa, digamos, de utilizarlos para fines espúreos, volátiles, carnales, etc.

Si hablo en presente es porque Google, a día de hoy, nos informa de que se trata de un lugar que continúa en activo: al menos desde fuera parece igual, aunque imagino que habrá sufrido múltiples transformaciones interiores a lo largo de todos estos años. No obstante tengo la impresión de que es un superviviente a infinidad de factores y épocas, modas y legalidades, gustos y conspiraciones. Un poco de todo esto le viene al Acorazado por ser heredero en espacio físico de aquel otro lugar mítico que se llamó Brumario.

Supongo que de aquella época aprendió sus tácticas de cucaracha[1] capaz de salir adelante, superar esta especie de guerra nuclear de los talantes y las ideologías… la que se viene librando en el mundo del ocio desde los ’90… y de esto hace ya  más de 25 años de lucha, que no de paz. Es una guerra declarada: del poder contra el espíritu de libertades que invadiera durante una buena época ese territorio ahora dominado por el aburrimiento generalizado, la soledad descarnada y una ausencia de espíritu que es, como mínimo, más preocupante que la vacuidad de entonces.

Y el Acorazado representaba ante todo eso: una mentalidad abierta y tolerante, plasmada en un espacio propicio. Casi siempre de manera pacífica, en el Acorazado convivían universos de lo más variopinto que firmaban con la música una especie de pacto de no agresión, acunados de forma más o menos acogedora por sonido de buena calidad, en aquella época seleccionada por Plácido Acorazado entre otros elementos conciliadores.

Pero además de las infinitas sesiones de marcha y animación que por aquel entonces nos regalaba el Acorazado, también estaba el asunto de los conciertos. Allí tuve ocasión de disfrutar un directo de Javier Corcobado acompañado por Manta Ray. Ni qué decir tiene que alguna de las versiones de canciones de Jesucristo Superstar, en aquel entorno singular… convirtieron la noche en una especie de santuario pagano que a mí me transportaba mentalmente a los ritos que en su día tuvieran lugar en Stonehenge.

Así eran las noches del Acorazado: muchas veces uno tenía la impresión de que las bebidas gaseosas eran un volcán en el interior del propio cuerpo, cuyo magma llegaba hasta la cabeza inflamando la noche entre confidencias fluorescentes.

El ritmo de vida allí dentro, en las pocas horas que duraba aquella emulación del paraíso, daba la impresión de ser una extraña mezcla de endiablado y angelical: ponía en tus manos la sensación de dominar el Universo entero… pero no por tener poder absoluto sobre él, sino porque el autodominio y el autoconocimiento ponían a tus pies la realidad completa[2].

El Acorazado te ponía en bandeja el dominio del Universo porque comunicaba amistosamente cuáles eran tus límites: no como drama, sino como herramienta. Dentro de tus fronteras nada tiene más poder que tú: ésta era la lección que te regalaba el Acorazado. Después podías hacer con ellas lo que quisieras… incluso dejar entrar al enemigo.

 




[1] Dicho sea sin ánimo peyorativo, sino como admiración por la capacidad de supervivencia.

[2] Al ser uno mismo inmenso, imparable… casi infinito.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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