Javier

Corcobado

   

´88

´94

375

             

 

Con su apariencia de niño díscolo, la mirada cavernosa y la voz rasgada y maltratada… Javier Corcobado se presentaba en los escenarios de una forma tan particular que a uno le sugería ganas de investigar su pasado. Los antecedentes más allá de etiquetas musicales al uso que pretenden aclarar y sólo encasillan.

Lo único cierto es que cada concierto de Javier Corcobado reinventa el universo entero… si es que puede encontrarse algo en común en el océano de singularidades que integra su obra. Más allá de la evolución estética, de sus coqueteos con géneros variopintos, musicalmente es tan sugerente que incita a replantearse la realidad completa. Para mí ésa es la base del interés que posee Javier Corcobado, por encima de la originalidad de las historias contadas, el estilo al hacerlo o la óptica desde la que enjuicia y/o evalúa el absoluto.

De ahí que establecer una conversación con Javier Corcobado: peregrina, normal, pausada, fuera del circuito musical y sus miserias, me resultara tan difícil en su día. Intentar resumir una opinión o una visión del mundo en dos palabras es una tarea imposible. Por eso aquella noche del ’95 ó del ’94, cuando coincidimos en el Fin de siglo después de uno de sus conciertos maracandeses, sólo acerté a decirle, a modo de consejo o admonición que pudiera servirle en el futuro: “Javier, no malgastes el ingenio, que todo se acaba”. Aparte de ser un guiño a Valle-Inclán en Luces de bohemia, lejos de pretensión intelectualoide era un palo de ciego. Un acercamiento a la estética de Javier Corcobado… pero con una carga admirativa que no estoy seguro de haber sabido transmitirle. Probablemente la frasecita le sonó a chino, porque me contestó: “Yo no creo ser ingenioso”.

En fin, a esto se reduce el intercambio de ideas que hubo entre nosotros. Otro intento de tender un puente comunicativo tuvo lugar cuando salió a la calle uno de mis libros de cuentos. Valentín Hermano le mandó un ejemplar por correo, pero Javier Corcobado nunca llegó a ir a recogerlo a la oficina de correos… Lo devolvieron: horarios incompatibles.

Aparte de todo lo dicho, quede constancia de mi admiración por: su obra, que es una cabal expresión de su trayectoria vital y artística contra corriente. Si figura aquí es porque el planeta de su música ha estado orbitando alrededor de mi sol durante muchos años y en muy distintas ocasiones.

Aparte de las múltiples veces que he asistido a sus conciertos, siempre sorprendentes y siempre enriquecedores, impagables[1] experiencias únicas de las que conservo buen recuerdo y una copia compacta para repescarlo cualquier rato.

Si Javier Corcobado resulta arquetípico es sobre todo por su insistencia, su profundización en aquello que cree, más allá de modas y patrones. Múltiples actividades y hechos le han convertido en él mismo: adicto a infinitas e innumerables radicalidades, no se deja resumir en ninguna. Que se casara, allá por el ’95… significó un punto de inflexión para mi idea sobre su forma de ver el mundo. Ahora no lo creo así, pero por aquel entonces yo aún era bastante inmaduro. En su caso el matrimonio sólo ha resultado una anécdota más de inclasificable perfil.

Durante los últimos años poco a poco se ha ido diluyendo en el firmamento de mi cotidianidad. Ya integrado, pero no por eso con menor peso o importancia. Considero que en la raíz de la personalidad de cualquiera, anida algo que sólo nos da la música y no puede ser expresado con palabras.

En mi caso, mi presente tiene el color de las canciones de Javier Corcobado. Si pudiera rastrearse en mi existencia la impronta de sus canciones igual que se mira el tronco de un árbol, sin duda veríamos con claridad este anillado. Con inefable armonía, creciendo siempre hacia fuera. Como una pequeña conquista del Universo más allá de la anécdota que son los instantes-conciertos. Durante los cuales Javier Corcobado simplemente te entrega el pasaporte hacia un éxtasis que nada tiene que ver con el mundo físico.

Más allá de la variante de personificación de Caronte que esto significa, se produce una construcción instantánea y fungible del universo alternativo. Es la música en su esplendor inaprehensible. Capaz de hacer viajar de una forma que sólo puede comprender quien alguna vez la haya experimentado[2].




[1] Corcobadeces, por darles un nombre conjunto y más adecuado que algo tan genérico. En Samarcanda: Cambiador, Acorazado, algún aula de la UdeS, Idiota… Pero también en Zarafshon, Djizaks

[2] Algo así le ocurrió a Nito: me acompañó cargado de escepticismo a un concierto en el Cambiador. El resultado fue bestial, Nito nunca volvió a ser el mismo. Aquel día adquirió una herramienta que puso a sus pies las dimensiones. Es probable que Nito ya no lo recuerde, pero el espíritu indomable de Javier Corcobado desde entonces anida en su alma, como en la mía.

 

 

Sonido

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