Capitán Geriátrico

  Pub

   Samarcanda

´92

´99

225

             

 

Cuando el grupo empresarial maracandés que allá por los ’80 había sido vanguardista se consolidó como avanzadilla del nuevo concepto modernizado que invadió el Uzbekistán del pelotazo, continuó con su oferta de ocio: para eso eligió un rincón apartado de los grandes movimientos nocturnos, pero sólo un poco… en pleno centro, pero en un callejón conocido de la noche maracandesa y sus fanáticos.

En aquel recoveco[1] se encontraba una chocolatería a la que acudíamos algunas veces al amanecer, buscando un desayuno reconstituyente y un puente que uniese la noche con el día. La clientela solía ser variopinta, pero no faltaban alcohólicos y violentos, como tampoco algo del ambiente propiamente putiferil.

Todo eso a partir de principios de los ’90 cambió radicalmente, porque abrieron el Capitán Geriátrico. En la línea de apariencia exterior ya conocida: cristales negros y juego de espejos con las letras del local, al estilo del Antiguo. También algún dibujo, en este caso relativo a Tintín y su mundo. Una vez traspasado el umbral del Capitán Geriátrico, allí estaba la clásica decoración de piedra, madera y cristal. Muy bien ambientado: materiales de calidad y un exquisito gusto. La música era por lo general buena cuando enlatada, aunque algo romanticona: adecuada para ambiente tranquilo, de cafés amigables por la tarde y un poco más animada a la noche.

Algunas veces también hacían música en vivo: Camilo Cuervo[2] hacía en el Capitán Geriátrico sus pinitos más excelsos, animando el ambiente y a la concurrencia en días salteados.

En otras palabras, el bar era acogedor en todos los sentidos. Si a esto le añadimos un elemento más, en este caso determinante, la conclusión es que era un establecimiento de lo más atractivo. Dicho elemento era Álex Geriátrico, un camarero amigo de Valentín Hermano con una admirable habilidad: reducir el importe de las cuentas que adeudábamos en cada sesión de consumiciones, en el momento de marcharnos…

De ahí que resultase uno de los lugares en los que la noche se hacía propicia, aunque sólo fuera por la amabilidad de Álex Geriátrico… pero no con excesiva frecuencia.

En alguno de los recovecos del Capitán Geriátrico discurrieron largas y animadas conversaciones con Cristian BARRA, Marisa BARRA, Sonia ANGINA, Felipe Anfetas, Valentín Hermano y algún otro elemento de la época y el ambiente. La piedra de la decoración arropaba cariñosamente nuestras ganas de cambiar el mundo. Quizás la manta era más de compasión que de comprensión… pero esto resultaba secundario.

En definitiva, ya habían pasado los ’80 y mis necesidades personales[3] se iban aclimatando a la época. De ahí que aquellas veladas en el Capitán Geriátrico, más allá del ambiente seudopijo que se respiraba por allí[4], tuvieran un componente de calma y reposo que venía a reconciliarme con el mundo: me transmitía la sensación de que no era tan malo hacerse adulto, madurar igual que lo hacían la sociedad y la época.

Es cierto que aquello apestaba un poco a colonia cara, de la que siempre resulta un poco repelente: pero era tan soportable como un recuerdo que viene a transmitir algo de conformismo. La blandura acomodaticia de un conservadurismo dulzón, dejarse llevar ¡por qué no! hacia ese agujero negro, el abismo de una madurez que pretende devorarnos… sin piedad.




[1] Una calle sin salida ni circulación rodada, salvo carga y descarga.

[2] El pianista que me acompañó durante la lectura de mi Tesina.

[3] Más pausadas, menos revolucionarias.

[4] Como de tunos venidos a más, algo rancio.

 

 

Sonido

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