Antiguo

Pub

Samarcanda

´87

´99

 532

             

 

Al Antiguo le gustaba la gente, por eso era acogedor a todas horas: receptivo y comprensivo, su espacio con decoración al estilo de los ’50, con objetos propios de la época, resultaba agradable. El acabado estaba muy conseguido, logrado hasta el más mínimo detalle: la vitrina con un espacio para recogida de cigarrillos donados para los fumadores sin recursos, por ejemplo, era emblemática.

Además las paredes de ladrillo macizo al desnudo, el toque rústico del cemento o las farolas y las barras para servir[1] eran un conjunto que se completaba a la perfección con el espacio de mesitas que había tras un par de escalones que también daban acceso a los servicios.

La guinda era la cabina del pinchadiscos, un poco elevada y controlando visualmente el conjunto. Puede decirse sin temor a errar que el Antiguo era prácticamente un paréntesis en el ritmo cotidiano: un paraíso en el que a la tarde se podía tomar café amablemente, con una tranquilidad que agradecía cualquier resaca… tanto que casi sin darte cuenta, entre chupitos y cervezas, la tarde se iba convirtiendo en otra noche eufórica: que acabaría al día siguiente con una resaca semejante… y así sucesivamente[2] en una espiral sin fin que bien podía convertirse en ritmo de vida a poco que te descuidaras. La tentación de dejarse arrastrar por semejante cadencia resultaba tan cercana como accesible.

Charlando durante la tarde, calmadamente entre la penumbra ambarina del Antiguo, daba la impresión de que la vida era eso. Ya sabías que era mentira, pero involuntariamente te dejaba la sensación blandita de que algún día aquello debería llegar a ser el mundo real… ¿por qué no hoy mismo? Para cuando llegaba la noche el ambiente se había ido transformando paulatina, casi imperceptiblemente: hacia el controlado descontrol propio de una juventud alocada por definición, pero con unos límites claramente establecidos por el carácter de las gentes autóctonas, que por allí recalaban.

En su mayoría eran personas conscientes del funcionamiento del mundo, que no lo ponían en cuestión. Para utilizar una terminología de nuestro tiempo, aplicada desde hoy a los años ’90, podríamos dividir los bares de entonces en dos grandes grupos. El Antiguo entraría sin duda en los que podríamos denominar bares “del sistema”, por oposición al otro grupo que serían los “antisistema”.

Pero el conjunto del Antiguo resultaba algo contradictorio, porque su éxito empresarial había traído a uno de sus jefes, Dámaso Antiguo… ciertas inquietudes que, poco o mucho, llegaban a traslucirse en la evolución de la imagen que el bar tenía en realidad. Cuando el Antiguo empezó a tener éxito, allá por los inicios de los ’80, no dejaba de ser una arriesgada aventura empresarial que finalmente salió bien… y se fue agigantando con más locales, ambientes y oferta de ocio. Desconozco hasta dónde llegan los tentáculos del grupo empresarial, pero a la vista del estilo de algunos locales de Samarcanda puedo aventurar que el asunto incluye al menos diez o doce.

En fin, un verdadero imperio en la noche maracandesa: digno de encomio, aplauso y admiración, máxime cuando prácticamente surgió de la nada. Mucha visión empresarial y acierto, sin duda.

Pero todo aquello dejó a Dámaso Antiguo con una inquietud que poco a poco se fue viendo incrementada, hasta llegar a constituir algo que, al margen de lo puramente hostelero y empresarial, significaba dar rienda suelta a unas inquietudes culturales irrefrenables. A falta de formación académica, Dámaso Antiguo poseía una intuición y un prurito que le llevaron a crear La Gallina como un lugar de cultura marginal y alternativa: contracultura al estilo maracandés.

Todo esto no podría haber llegado a ver la luz sin el funcionamiento óptimo y los réditos de locales como el Antiguo, entre otros. Porque el Antiguo funcionaba ¡vaya si funcionaba!… era una máquina de hacer dinero: buena música, un local grande y adecuado que estaba de moda, camareros competentes… incluso a veces organizaba actuaciones en directo. Allí disfruté en el ’88 de una experiencia inolvidable, marcada a fuego sobre mi pellejo: los conciertos de Chulapos en el Antiguo.

Lo cierto es que las paredes del Antiguo estaban impregnadas de vida en todos los sentidos: cuando Josema estaba tras la barra… aquéllas fueron unas noches irrepetibles. Llegar al Antiguo a tomar algo era garantía de salir pedo del lugar: me ponía unos whiskies en vaso de tubo que sólo quedaban a un dedo del borde… superior a lo que mi estómago podía resistir con el cerebro indemne. Tanto es así que incluso cuando Josema ya no trabajaba allí como camarero, seguí yendo…

Eran los últimos ’80 y los primeros ’90: en el interior, en la cisterna del baño del Antiguo, yo pegaba adhesivos del Fin de siglo… un descontrol sin igual que sólo comprende quien alguna vez ha perdido el cerebro. Mano a mano con Joaquín Pilla Yeska, con Valentín Hermano y con infinitas mujeres, las noches se iban en un rosario que no respetaba estaciones ni años… ni siquiera los principios que alguna vez me negué a tener.




[1] Una de ellas, la que hacía esquina, prestaba doble servicio.

[2] Sísifo inagotable.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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