La librería

Bar

 

Samarcanda

´93

´99

425

             

 

No dejaba de ser una paradoja que para buscar momentos de asueto, lejos de las obligaciones académicas, la gente recalara en un bar llamado La librería. Había algo de masoquismo y autotortura, rodeándose de libros en los ratos que dejan libres los libros.

Imagino que en el inconsciente del parroquiano se producía una asociación entre ocio y estudio que a la larga hacía que en el momento de estudiar realmente[1] el cerebro reprodujera sensaciones agradables… y quizás esto contribuía a un mayor rendimiento académico. Si no, me parece de una frivolidad tan absoluta como deplorable. Aunque bien pensado, todos los colectivos laborales tienden a agruparse en antros afines a su respectiva tarea, durante sus horas libres… Puede que trate de una misteriosa forma de venganza.

Lo que resultaba indiscutible eran las ganas de jolgorio de todo el personal que por allí recalaba. Agarraban las copas con más fruición que los libros, sin duda alguna. La decoración de La librería no era un derroche de imaginación, que digamos. Metros y metros de vitrinas de libros por metros[2], del techo al suelo y a todo lo largo de la barra en su parte interior. Como fondo para tranquilizar la imagen que ofrece un camarero sirviendo.

Y es que los camareros parecían bibliotecarios, lo que hacía del garito algo original, al menos. También estaba el asunto de la tranquilidad de conciencia de los concurrentes. Al fin y al cabo, aparentemente pasaban las horas rodeados de libros y quedaban en La librería ¡que autoengaño tan pobre!

En general el ambiente era divertido, aunque más a la hora del café… porque para el horario nocturno aquello ya se volvía imposible de transitar. Hacinamientos de masas con apariencia humana buscando a toda costa un poco de alienación, de desconexión para unos cerebros machacados casi siempre por el mundo del Derecho y sus ramificaciones. En general la clientela de La librería se nutría de especímenes de los satélites jurídicos más variopintos, que predominaba sobre otra masa análoga en número: los relacionados con alguna Filología.

Así, en aquel local todo el mundo sabía a qué atenerse en cuanto a la forma de ir vestidos y la compañía con la que compartían el espacio. Para no faltar a la verdad he de decir que un grupo compensaba al otro y eso significaba que el conjunto se hacía bastante soportable. Aunque para mi gusto pecase un poco de estirado y encorsetado. En todo caso se trataba de un mal menor.

Si yo frecuentaba más La librería era sobre todo porque me invadía la sensación de estar en un zoológico[3] en el que poder contemplar con sufrimiento a los libros en sus jaulas de cristal. Me apenaba ver no sólo el cautiverio, sino además el desperdicio. De unos libros que, aunque hubieran sido verdaderos, no estaban en su lugar natural. Unas páginas condenadas a no ser abiertas jamás.

También la tortura de un raudal de personas que entre los libros y las relaciones humanas habían elegido las segundas. Aún a sabiendas de que un libro jamás traiciona, al revés que un ser humano. Un libro es el amigo fiel y sincero al que siempre se puede recurrir, nunca defrauda ni cambia.

En el fondo a mí me daba la impresión de que tomar copas en La librería era como tener alcohol en una petaca mientras uno se encontraba estudiando en una biblioteca de las de verdad. Una trampa, un autoengaño. El desorden que cuando se convierte en norma hace perder el Norte.



[1] En el domicilio o en una biblioteca de verdad.

[2] De ésos falsos, que sólo valen para hacer bulto.

[3] No por los clientes, que también…

 

 

Sonido

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