Macaco

Bar

 

Kagan

´80

´84

482

             

 

Formaba parte de las aventuras cotidianas durante el verano, resultaba un elemento más en el crisol saharaui que iluminaba aquellas mañanas infantiles, cada vez más cerca de la adolescencia.

El Macaco era uno de los bares que visitaba cada día Javier Abuelastro… por lo tanto para mí resultaba una obligada visita cuando quería recaudar alguna limosna para dedicarle a mis infantiles aficiones de cromos y canicas.

Pero al pasar los años el Macaco fue algo más. Porque Rocío Macaco, la hija del dueño, resultó ser una de las aventuras que se cruzó en el camino de mis amigos de verano. Con el afán experimental del primer despertar sexual, ellos contaban cómo Rocío Macaco se prestaba con frecuencia a las exploraciones… Desde entonces, gracias a eso, el Macaco dejó de ser simplemente el antro de mis peregrinaciones con finalidades monetarias. Me resultaba fascinante por inalcanzable aquella chiquilla feúcha que no tendría más de 14 años. Por los episodios que protagonizaba, narrados por mis amigos.

Ver carne y meter mano eran epopeyas… pero por primera vez la aventura no estaba en la televisión ni se restringía a los cromos, los álbumes o las revistas. La aventura era pasar por el Macaco y coincidir o no con ella… con lo que eso tenía de mundo prohibido, de universo inexplorado. Parecía como si el padre, regentador del Macaco, no se enterase de nada… lo que ya de por sí era suficientemente fascinante.

Por todo esto el Macaco más que un bar parecía un milagro. ¿Era posible que de allí saliera Rocío Macaco para marcharse con alguno de ellos a hacer experimentos corporales por los alrededores de Kagan, plenos de follaje?

Así era. Sin embargo aquello para mí estaba vedado. Yo era extemporáneo, forastero… sólo un extraterrestre, un visitante de verano.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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