Berlín

   

Alemania

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La idea inicial no dejaba de ser descabellada, aunque a mediados de los ’90 aún resultaba algo verosímil: al abrigo de las tradiciones hippies de los ’70, intentar una excursión bohemia desde un paradigma autostopista…

Todo empezó como una mera ocurrencia o posibilidad: utilizar la opción del “autostop compartido” (creo que el término técnicamente adecuado era éste: consistía en ponerse de acuerdo con desconocidos para compartir gastos y ruta). Alguien anunciaba que iba a realizar un viaje y buscaba acompañantes para que saliera más económico a todos los participantes. Así, a raíz de un anuncio que llegó hasta mis/nuestras manos, empezó aquel arriesgado proyecto: una chica de Würzburg proyectaba ese itinerario y buscaba acompañantes.

La situación era ideal, porque a la sazón estaban en Berlín con una beca: Nito y Joaquín VERDAD (aunque también Remedios COLGADA y una tal Araceli Flor)… éste fue el detonante. Recién caído el muro de Berlín, todo apuntaba a que la sin par circunstancia debía ser aprovechada. Una reunión inicial, de tanteo psicológico, con la futura conductora en casa de Hortensia ARROZ (creo que era conocida o compañera suya) y todo, nunca mejor dicho, fue sobre ruedas: las de un Volkswagen Golf blanco, que (visto y no visto) fue el artífice de aquella hazaña. Si se convirtió en tal fue por algo en principio no previsto: nuestra amiga conductora, tan resuelta como alemana, se hizo los tropecientos kilómetros de una sentada. Condujo de noche, desafiando al cansancio… finalmente llegamos a Würzburg sanos y salvos.

Una vez allí utilicé un par de las direcciones que llevaba[1], comodines para aquel viaje informal. Visita turística con charla y vinos afrutados en compañía de unas chicas amables que en su día habían sido huéspedes en casa de mis padres… velada amigable con visos de pedo casero y a dormir.

Al día siguiente, a Berlín: lo sorteamos y quiso la suerte que yo fuera en tren con los equipajes, mientras Andrés GHANA y Alejandro Marcelino BOFE, los otros dos viajeros, practicaron autostop entre Würzburg y Berlín. Parecía sencillo: a mí me esperaba Joaquín VERDAD en la estación del Zoo… tras algún incierto episodio de fronteras y pasaportes[2], llegué sano y salvo: allí estaban el Zoo, Berlín, Joaquín VERDAD… de camino a casa hicimos un alto gastronómico y por primera vez probé un kebab: aquél sí que era el pasaporte real hacia un mundo nuevo, un viaje en el tiempo.

La estancia en Berlín realmente fue una visita a la actualidad de ahora: 30 años proyectados hacia lo que entonces era el futuro, sin más. La excusa era un muro hecho añicos, el final de un absurdo tal y como lo conocíamos hasta entonces. Contemplé cómo sería Uzbekistán 30 años después… sin duda mucho más atractiva de lo que era entonces.

Durante mi estancia en Berlín tuve ocasión de disfrutar de ese viaje en el tiempo, entre sorbos de Kristalweizer y llamadas de teléfono con tarifa plana: cosas que en Uzbekistán entonces sonaban quiméricas, imposibles. Una experiencia de futuro desde nuestra burbuja de uzbequitos, tan necesitados de aprendizajes: fuimos de ésos que roban ceniceros en los bares alemanes con la falsa excusa del homenaje al Lazarillo (como los tunos con la picaresca)… sin sospechar la llegada posterior de esta Ángela vengadora y desproporcionada… que ha empujado esas travesuras hasta el borde del abismo: asediándola en el rinconete de un campo de concentración postmoderno, en el que cualquier espíritu libre se siente poco menos que cortadillo.

Me llamaba la atención, por ejemplo, que allí midieran los centilitros de alcohol que ponían en las copas… o lo solitarias que aparecían las calles a la noche: cosas que ahora comprendo formando parte de la racionalidad aplicada a la vida cotidiana. Pero entonces eran estridentes ante mis ojos, acostumbrados como estaban a paisajes anclados en la postdictadura uzbeka. En todo caso, durante aquella escasa quincena viviendo en Berlín, tuve ocasión de experimentar sensaciones que sin duda tiene un intruso en una clase social que no es la suya: los domicilios me resultaban tan admirables como ajenos, casi inhumanos. Dejaba junto a la cama, al irme a descansar, mis gafas recién estrenadas[3] como quien se quita el alma para dormir mejor: como un delincuente desalmado.

Después, con Berlín ya amanecido, discurría entre supermercados que pedían una moneda para poder utilizar el carro[4] y puestos callejeros de frutas y verduras, en los que todo el mundo hablaba una jerga para mí ininteligible… era alemán.

Alguna visita a la Universidad en la que Joaquín VERDAD y Nito empleaban a fondo sus privilegiados cerebros, incluida la mensa[5], charlas y juergas nocturnas en comunidad, con Araceli Flor, Remedios COLGADA, Andrés GHANA, Alejandro Marcelino BOFE, Nito y Joaquín VERDAD… disfrutando de aquella inconsciencia juvenil entre risas, con una creatividad sin barreras.

La misma noche que descubrí que Araceli Flor tenía tanta capacidad académica como incapacidad vital… fue la que intuí que la chepa de Remedios COLGADA no era otra cosa que las alas recogidas, porque su caprichosa anatomía albergaba el secreto de su carácter angelical: aunque no llegué a decirlo abiertamente, soy todo un caballero… Ramalazo angelical que sólo era visible para la mirada[6] de Alejandro Marcelino BOFE, su amor platónico: el motivo de su peregrinación hasta Berlín.

Durante una de aquellas inolvidables tardes hicimos una excursión hasta el Berlín Oriental: pasamos a través del Check point Charlie para contemplar las cenizas. No las de un sueño, sino las de una civilización quemada. En lo que en su día había sido un establecimiento de lujo, una cafetería que servía en copas de cristal artesanalmente trabajado, tomé un chupito de curaçao azul… degustando el declive de aquel mundo desmoronado, miraba a través del ventanal: a unos tiempos que jamás volverían para nadie… ni para bien, ni para mal.

No sé si fue aquel mismo día, no creo… apareció Alejandro Marcelino BOFE con una risita entre nerviosa, ladina y alcohólica, diciendo entrecortadamente: “Me queda un marco… Me voy mañana…” Al parecer, había estado gastando su fortuna con Remedios COLGADA, aunque nunca llegué a saber si de forma provechosa eróticamente hablando… lo que por otra parte me resultaba totalmente indiferente.

Así empezó el final de la experiencia berlinesa… un par de días después nos marchamos Andrés GHANA y yo: haciendo autostop en un desafío a la suerte, porque el proyecto inicial era Berlín-Samarcanda… nada menos. Los detalles técnicos más relevantes del viaje obran en poder de Andrés GHANA, de natural meticuloso y perfeccionista. Incluyen un mapa con el recorrido y las etapas pormenorizadas. En cambio yo haré sólo un apunte impresionista e imperfecto de aquella road-movie. Puede que los destellos acaben resultando figurativos, aunque también cabe la posibilidad de que sean abstracciones en estado puro. El lector dirá. Foucault se quedó en Berlín, era calvo y rosa… con traje de marinerito. Un peluche: en el fondo, en eso se parecían.

La salida de Berlín fue prodigiosa, al menos así me lo parece: nos colocamos en uno de los accesos a la autopista, que estaba alejado de la entrada en sí misma… una furgoneta blanca y destartalada, con una parejita de hippies al mando, nos dio la bienvenida al viaje… no tardaron más de diez minutos en recogernos: coser y cantar. Al avanzar un poco, con gran sorpresa llegamos enseguida a la autopista: la incorporación era un hervidero de autostopistas, cada uno con su cartelito de destino correspondiente.

No exagero si digo en torno a un centenar… y nosotros, ya acomodados, contemplándoles desde la ventanilla, alucinábamos con la escena. Ni planificado nos habría salido mejor: sorprendidos por nuestra suerte, también nos felicitaban nuestros anfitriones. Lo más difícil, según parecía, ya estaba hecho: atrás quedaban los intentos fallidos de encontrar para la vuelta alguien con quien compartir trayecto y gastos, como habíamos conseguido a la ida. Miramos lo que se llamaba una mitfahrzentrale, que coordinaba el asunto poniendo en contacto a la gente[7]… sin éxito por nuestra parte. Pero ahora ya daba igual: estábamos en ruta, habíamos conseguido salir… que era lo realmente importante, lo crucial… hasta llegar a Leipzig, un gris destino que nos acogió hasta la siguiente alma caritativa.

Desde allí, ya sin hippies: viajamos hasta Frankfurt, aunque sólo lo vimos de paso, a pesar de llevar direcciones de contacto. Lo cierto es que nos planteábamos el viaje sin intención de regodearnos en el camino, sino con la vista puesta en el destino. Probablemente también pasamos por Heidelberg y Freiburg, aunque sus resonancias filosóficas nos hicieran abandonar esos núcleos sin remordimientos.

Desfilábamos alegremente por inmensas vegetaciones frondosas: la Selva Negra en todo su esplendor. Admirados de lo fácil que parecía la vida… Entre medias cayó la noche un par de veces: una de ellas nos sorprendió en un bosquecillo que nos permitió dormir en nuestros sacos, casi bien a pesar del frío… hasta que empezó a llover. Nos levantamos mientras amanecía y ¡a buscar la carretera!: la encontramos, sobre ella un convoy del ejército que también estaba perdido. Por suerte desaparecieron enseguida…

Con nuestra mochila y alguna improvisación gastronómica íbamos tirando. La siguiente noche nos sorprendió en una estación de servicio: pensábamos dormir en la cuneta, pero afortunadamente unos chicos turcos que trabajaban allí nos prestaron su coche y pudimos dormir a cubierto. Sin embargo, la cosa pintaba mal: a medida que nos acercábamos a Uzbekistán, tardaban más tiempo en cogernos y nos llevaban menos trecho. Si la progresión continuaba en esa línea, no llegaríamos nunca. Algo así como el motivo lógico por el que Aquiles nunca alcanzaría a la tortuga… paradójico pero fatal: aporías de la vida.

El siguiente punto en el itinerario era Besançon y sobre nosotros empezaba a caer la noche sin que se vislumbrase éxito en nuestras pretensiones… casi a la desesperada, salté con el cartelito en la mano ante un coche que se iba: paró[8] y se animó a llevarnos. Una parte del trayecto condujo el propio Andrés GHANA[9], porque nuestro joven anfitrión estaba cansado pero no podía parar… iba a ver a su chica.

El itinerario fue redondo: llegamos a buen puerto y todos contentos. Allí dormimos en el área de servicio: vestidos y dentro del saco, con las botas puestas. La sorpresa de los precios a la hora del desayuno: las baguettes eran de oro… por lo que costaban y lo que significaban para nuestro pobre estómago, que iba sobreviviendo gracias a latas de conserva. Llevábamos ya cuatro días de itinerario y el panorama iba oscureciéndose progresivamente.

Pasamos por Montpellier casi de milagro, porque nos dejaron fuera de la autopista y la aventura de volver a ella nos costó caridad francesa… horas inmensas esperando almas caritativas que no llegaban, comiendo cocido en lata pero totalmente frío. A veces hasta el estómago también llegaban sardinas… mientras deglutía mi parte de una de estas latas[10], paró un individuo que nos llevó hasta Narbonne. El coche estaba hecho un asco: basura llenando los asientos y trastos a mansalva… pero se movía, que era nuestra necesidad (a esas alturas, ya casi higiénica).

Salir de Narbonne estuvo un poco más difícil. Para mí resultó un auténtico milagro porque ya no me encontraba con fuerzas para seguir: desfallecido, casi fallecido. Suerte que Andrés GHANA se puso las dos mochilas (una por delante y la otra por detrás) y así fuimos hasta un área de descanso en la que finalmente, tras mucha espera, una chica de coche blanco y gafas negras fue protagonista de aquel tramo salvado con éxito… protagonista de la película de nuestra salvación. Ella recelaba acerca de nuestra posible alergia a los clásicos… con todo y con eso, Pergolesi y su Stabat mater llenó el coche durante el trayecto: para mí fue un descubrimiento que hasta hoy sigo disfrutando.

Finalmente sólo nos quedaba ya salir de Perpignan: allí llovía, el día era tan gris como las excursiones de tinte sexual que en su día habían hecho los uzbekos progres buscando cine erótico en los ’70… suerte que en una gasolinera tuvieron a bien darnos el último empujón: por fin conseguimos cruzar la frontera[11].

Celebramos el regreso a la patria haciendo noche en un hostal: cama y ducha fueron un indescriptible lujo para mi cuerpo, tan machacado como irrecuperable.

A la mañana siguiente acabamos yendo a Beruni, donde Andrés GHANA tenía familia que vivía en una casa de rancio abolengo… y una prima fanática de Michael Jackson: ¿qué tenía esto que ver con Berlín? Lo ignoro. De alguna manera era un broche cosmopolita para una aventura de cosmopaletos: la guinda para una lección difícilmente explicable u olvidable, pero fácilmente entendible.

A la vuelta me esperaba en Samarcanda un intento fallido de relación erótico-afectiva más mística que carnal con una chica de Jizzakh… y una sorprendente relación tan formal como renegada de sí misma, con una chica nacida cerca de mi pueblo. Lo que viene a demostrar que por muchos kilómetros que se recorran buscando el Destino… es finalmente él quien nos encuentra, caprichoso y retorcido.




[1] DIRECCIONES VIAJANDO HACIA BERLÍN

SUSANNE G

CHRISTINE H

DIETER L

JEAN R

MARIELLE MENOS

WÜRZBURG (D)

HEIDELBERG (D)

LORSCH (D)

LYON (F)

COLOMBIEU-

FONTAINE (F)

SANDRA P

ARMIN K

SILVIA S

HUGUES+VALERY T

WÜRZBURG (D)

HEIDELBERG (D)

FRANKFURT (D)

BOIS D`ARCY (F)

HEIDE+WERNER P

STEINER

RICCARDO V

MONA LUISA

BREMERHAVEN (D)

BONN (D)

NONE (TORINO) (I)

UTRETCH (N)

[2] Aún los había con Alemania Oriental y Berlín era una isla en aquel país que ahora ya sólo es recuerdo.

[3] Por cuestión de principios no quise llevarlas hasta haber terminado la carrera.

[4] Algo hasta entonces inédito en Uzbekistán, aunque hoy parezca increíble.

[5] Comedor universitario que para mí resultó digno de admiración: hasta tal punto me encontraba en pañales vitales.

[6] Véase la película El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders.

[7] Entonces aún no existía Internet.

[8] Quizá por no atropellarme, según dijo Andrés GHANA.

[9] Yo no podía: ni sabía ni tenía carnet.

[10] Tuve que dejarla a medias, sobre un contenedor que era mesa improvisada.

[11] Vincent Delerm me recuerda a aquel viaje a Berlín, con Andrés GHANA.

 

 

Sonido

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