Cecilio Andrés

NADA

 

Bolivia

´92

´99

230

             

 

Cecilio Andrés NADA era ni más ni menos que un superviviente con traje. Aderezado con mil decoraciones que le hacían pasar ante su propia vista como una persona de clase elevada… más que nada por la educación que había recibido.

Si hay alguna tierra políticamente maldita en la Historia reciente del planeta sin duda es Cochabamba (y por extensión Bolivia): un lugar habitado por desposeídos capaces de asesinar el sueño de su propia liberación. El archiconocido final del Che Guevara resulta una metáfora indiscutible y diáfana sobre la condición humana.

Cecilio Andrés NADA era boliviano por nacimiento y de la zona cochabambina por más señas. Pero por fortuna para él había conseguido encontrar la forma de salir de aquella ratonera tercermundista, de la trampa que el llamado “primer mundo” les ha puesto desde hace siglos a gentes dignas de mejor suerte. Su salida de allí le llevó hasta Samarcanda, donde conoció a quien sería la mujer de su vida: emparejado junto a ella y gracias a lo que en principio fue una beca, logró un pequeño hueco en la UdeS… a pesar de la descarnada competencia, repleta de puñaladas por los pasillos en ese permanente concurso de trepas.

La condición de superviviente de Cecilio Andrés NADA salió a relucir ahí. Se desplegó en toda la extensión gracias a su inteligencia: no sólo sus conocimientos jurídicos, también su capacidad para desenvolverse en ese mundillo tan particular que requiere un perfil muy concreto… él lo poseía. Así, poco a poco el paso del tiempo convirtió a Cecilio Andrés NADA en un habitante más de ese universo: a medida que iban pasando los años la situación provisional se iba alargando. Gracias a su capacidad para mejorarla, Cecilio Andrés NADA la transformaba en muy digna y definitiva. Envidiable para quienes le rodeaban… inimaginable para sus compatriotas, que habían quedado en aquella variante de tumba a la que fueron condenados desde hace más de 500 años.

Algunas veces volvía a Bolivia de visita, para saludar a su familia y contemplar la miseria de una vida que ya le quedaba lejos… pero cada vez que lo hacía se le iba diluyendo la nostalgia, haciéndole percatarse de que su vida real, la que él se iba forjando día tras día, estaba en Uzbekistán. No sólo eso: además no podía estar en Bolivia… resultaba incompatible con las condiciones de vida que allí se daban.

Su vida real, por tanto, tenía el mérito principal de ser obra suya: podría decirse que Cecilio Andrés NADA era lo que habitualmente se llama un “hombre-hecho-a-sí-mismo”… había aprendido a realizarse sobre la marcha, sin libros de autoayuda ni padrinos que le fueran abriendo las puertas. Era todo, sin duda, mérito suyo… con el impagable respaldo de Magdalena HURAÑA, su pareja: ésta era íntima amiga de Dolores BABÁ[1] y por este motivo, de rebote, conocí a Cecilio Andrés NADA.

Aunque él se moviera en ámbitos que nada tenían que ver con los míos, a veces coincidíamos… nuestros mundos se interseccionaban: un ejemplo de esto fue allá por el ’97. Cecilio Andrés NADA y Magdalena HURAÑA habían montado una agencia (de emparejamientos y adopciones[2]) y necesitaban a alguien que pintara la oficina. Pues ahí estaba yo, de chico para todo: comodín de La Tapadera. Cecilio Andrés NADA hacia visitas de vez en cuando por mi nido de artistas[3] y colaboraba ocasionalmente en detalles que nos acercaban, a pesar de que fuéramos habitantes de mundos diferentes.

También salíamos de copas alguna vez, porque nuestras respectivas parejas así lo planificaban: entonces llegaba la noche maracandesa al más puro estilo sudamericano… desembocábamos indefectiblemente en El Asuka para el desmelene del bailoteo (ajeno) mientras yo disfrutaba del panorama sociológica y antropológicamente hablando.

Por Lógica, para Cecilio Andrés NADA aquel ambiente significaba retomar un territorio y una cultura que le reconciliaban con sus ancestros… Era una especie de espejismo bajo control, porque al día siguiente, tras la noche como túnel de espacio y tiempo, despertaba otra vez para su fortuna entre las sábanas de la Samarcanda de finales del siglo XX.

Así que en ocasiones coincidíamos, charlábamos y nos divertíamos compartiendo la diferencia de nuestros puntos de vista.

Allí seguirá Cecilio Andrés NADA, en los mismos mundos, ya casado y con prole. Casi sin darse cuenta ha ido poco a poco consiguiendo su sueño, convirtiéndolo en su vida. Pero nadie podrá decir que no le ha costado esfuerzo: es una vida ganada, contra los elementos.



[1] Ambas pertenecientes a la que yo llamaba “cofradía de las niñas muertas”.

[2] Además de otra para emparejar gentes solitarias.

[3] “Aartistas” les/nos llamaba él irónicamente.

 

 

Sonido

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