El Asuka

 Pub

 

Samarcanda

´86

´99

309

             

 

Inundado siempre por el ambiente ambarino del ritmo caribeño: ése al que te transportan fácilmente la cerveza o el ron tostado. Pero también el que te llena el cuerpo de ritmo fácil y sinuoso… casi lujuria en forma de baile alegre, tan festivo como la vida.

Entrar en El Asuka no podía ser de ninguna manera llamarse a engaño: traspasar su puerta era atravesar una frontera. En su interior regían unas normas por todo el mundo conocidas; en cierto modo distintas a las del mundo real, el de fuera.

En El Asuka mandaba el ritmo, ésta era la primera de las leyes: aunque no escrita, de dominio público. Eso significaba que quienes llegaban hasta sus pistas de baile lo aceptaban con todas las consecuencias, más o menos a regañadientes.

De hecho El Asuka era uno de los lugares de reunión del colectivo de residentes sudamericanos en Samarcanda, lo que convertía el territorio en una especie de embajada cultural. Por eso quien llegaba hasta El Asuka sabía lo que había: mujeres de cualquier nacionalidad a las que pirraba el ritmo y hombres procedentes de la América latina que buscaban enlazar corazones a partir de eso.

El conflicto de intereses, por tanto, estaba servido. No olvidemos que en general a las chicas les gusta bailar y a sus parejas no tanto. De ahí que el lugar fuera muchas veces motivo de discordia a lo largo de la noche, cuando una pareja más o menos convencional se proponía diversión. Ni qué decir tiene que finalmente eran las chicas quienes se salían con la suya. Por este motivo generalmente El Asuka estaba abarrotado de gentes con ganas de ritmo y diversión coreográfica… pero también de amargados que desgranaban los minutos con impaciencia.

Entre cumbias y salsas transcurría la noche: un vuelo para algunas, un infierno eternizado para otros. En el mundo de la pareja, claro, el asunto estaba planteado sencillamente: si él no quería ir a El Asuka, iba ella sola o con sus amigas… Pero eso llevaba aparejado un riesgo: era harto sabido la cantidad de sudamericanos que lo frecuentaban. Precisamente buscando chicas desparejadas, para relaciones más o menos extemporáneas. Por eso, para los novios reticentes finalmente la opción menos mala era acompañarlas… y sufrir con paciencia la sesión inagotable de bailoteo.

Esto era válido en general para el común de los mortales que acudía a El Asuka. Mi caso, aunque esencialmente paralelo, tenía ciertos matices que lo convertían en diferente. De un lado, no era yo quien insistía en acompañar a Dolores BABÁ, a la sazón mi pareja. Al contrario, era ella la que se empeñaba en que fuéramos juntos ambos. Por lo general yo no bailaba: me limitaba a la observación antropológica. Infinitamente más enriquecedora y menos aburrida que el baile… al menos para mi maltrecho cerebro.

Sin embargo, al terminar las veladas a Dolores BABÁ le acomplejaba que yo hubiera permanecido durante horas en la mesa mientras ella bailaba. En cierto modo se sentía culpable, carcelera.

Pero de otro lado, la posibilidad de ir sola tampoco la convencía. Se consideraba a sí misma incontrolable bajo los efectos del alcohol y el baile. De manera que entre las posibilidades que barajaba en su cabeza… se encontraba la de dejarse llevar por el ritmo hasta posibles consecuencias ilimitadas.

Si a esto añadimos el hecho de que ir sola significaba que yo estaría en alguno de mis lugares, dedicado a hacer mis cosas… En la mente de Dolores BABÁ resultaba tan mortificante pensarme en algo o alguien que no fuera ella, que la conclusión era estar conmigo. Mataba así dos pájaros de un tiro, aunque después le remordiera la conciencia.

En resumidas cuentas, para mí El Asuka era divertido: quizá un poco monótono, pero de una riqueza antropológica inagotable. Con tanto machito circulando, era lógico que alguna vez en aquel ambiente se resolvieran las cosas con violencia.

Por ejemplo, la noche en que por una cuestión de territorios femeninos y poderes + posesiones, Cecilio Andrés NADA acabó dirimiendo a puñetazos algún malentendido rítmico propiciado por Magdalena HURAÑA[1] y sus aficiones coreográficas. El resultado final fue nefasto: Cecilio Andrés NADA perdió un diente y la noche pasó a la Historia como un despropósito previsible, pero inevitable. Recordemos que Cecilio Andrés NADA también era sudamericano.

Todo lo dicho aparte de las visitas puramente etílicas que realicé a El Asuka, para visitar a Macarena Ref. Jesús Rocker mientras fue camarera allí… O entrevistarme con Alfonso Tango y Vanessa Tango: los artistas encargados de bailar en la presentación de mi tesina, mientras estábamos con los preparativos del evento.

Para mí por tanto había noches de El Asuka clásico, normal, que eran con Dolores BABÁ. Otras en las que sólo era uno más en los locales de la “ruta amiguetes”[2]… con el objetivo de las copas gratuitas. En cualquier caso El Asuka era un sitio acogedor y cálido.

Al abrigo de sus copas le expliqué una noche a Joaquín Pilla Yeska que yo había decidido no volver a decidir. “¡Cómo se nota que eres filósofo!” –me contestó mientras brindábamos. De fondo un ritmo amable nos acompasaba la sonrisa.




[1] Su pareja, amiga de Dolores BABÁ.

[2] Tal como la denominaba Valentín Hermano.

 

 

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