Javi

 Pelotas

Khiva

 ´87

 ´92

406

 
             

 

Javi Pelotas era un chico de buena familia, de Khiva y un poco redicho. Tenía sentido del humor y disposición a las salidas nocturnas. Por ambos motivos coincidimos con frecuencia en más de un sarao. Espíritu burlón e irreverente, algo escéptico pero al mismo tiempo crédulo. Javi Pelotas era uno de esos tipos que por parecer fáciles de vacilar, a uno le queda la sensación de estar abusando de ellos en algún sentido.

Aunque Javi Pelotas tenía un carácter en ocasiones algo insoportable, su personalidad era lo suficientemente pintoresca como para hacerle un hueco en mi vida cotidiana.

Algunas veces estudiábamos juntos, nos dejábamos apuntes y ese tipo de cosas. Para Javi Pelotas resultaba imprescindible, si quería combinar el estudio de la filosofía con su otra vocación académica: la Filología Bíblica Trilingüe[1]. A pesar de todo me parecía un tipo lo suficientemente interesante como para no hacerle el vacío por el simple hecho de ser religioso, que lo era. Yo era tolerante, sin duda más de lo que podían serlo en aquella otra UdeS.

Hubo temporadas en las que mi relación con Javi Pelotas fue cotidiana, casi estrecha. Estuve algún tiempo dándole clases de Lógica para que pudiera aprobar la asignatura “hueso” de la carrera. Algo que finalmente consiguió para sorpresa incluso de sí mismo, pues no se tenía mentalmente en gran estima. Quizá por eso una de sus aficiones favoritas cuando bebía era enseñarles las pelotas a sus compañeros de copas, de ahí su apodo.

No es que Javi Pelotas fuera una leyenda urbana. Pude comprobar la veracidad de las habladurías una noche, en la barra del Anillos: le comenté que me lo habían contado y le pregunté qué había de cierto. Por toda respuesta, sin dejar de mirarme a los ojos, allí mismo se abrió la bragueta y puso las pelotas al aire, entre sus propias carcajadas. No consiguió que yo desviase la mirada de sus ojos, por mucho que[2] insistía mientras miraba los míos: “¡Mira! ¡Mira!”. Finalmente se cansó de ventilar sus partes y guardó su tesoro sin mayores consecuencias.

Aquellos numeritos se hicieron famosos y por lo que parecía a Javi Pelotas le gustaba protagonizarlos. Poco tiempo después alguien me dijo que una noche, cabeza abajo, colgado de unas barras metálicas cercanas al Anillos, haciendo el murciélago, también se había abierto la bragueta con los colgajos invertidos… Se le resbalaron los pies y el batacazo fue monumental, aunque sin gravedad.

Javi Pelotas solía siempre sorprender un poco más, aunque no pareciera que lo tuviera al alcance. Sin duda la mayor sorpresa que me provocó[3] fue un mediodía del ’93, que casualmente me encontraba yo en un pueblo cercano a Kagan.

Al entrar en una tasca a tomar un tentempié, ahí estaba su imagen llenando el televisor. Era el programa No te extrañes que te estriñas y junto a los impresentables habituales –presentador y presuntos humoristas– estaba Javi Pelotas… Vestido de abeja Maya, abandonado ya cualquier miedo al ridículo si es que alguna vez lo tuvo.

Entonces me di cuenta de lo perdido que estaba Javi Pelotas. A pesar de que mis clases particulares le sirvieron para aprobar la Lógica, su cerebro andaba hecho fosfatina. No había más que contemplar uno de sus patéticos engendros mentales.

Para mí fue una experiencia impresionante, quizás porque hasta entonces no había visto por televisión ningún conocido de esa guisa. Decepcionante. ¿Qué autoestima bajo mínimos debía tener alguien para hacer eso? Nunca lo sabré. Lo cierto es que le resultaba motivo de orgullo haber participado en aquella pantomima, porque ya de vuelta en Samarcanda lo comentaba sin pudor ni sonrojo.

Para mí aquel episodio supuso una línea roja en mi relación con Javi Pelotas, así se lo dije. Dejárselo patente era imprescindible para mí. Por eso continué relacionándome con él tal como lo había hecho hasta entonces, con una salvedad: le retiré el saludo y la despedida. Cuando nos encontrábamos nunca le decía ‘hola’ ni nada semejante, igual que al distanciarnos. Sin ningún sinónimo de ‘adiós’ por mi parte. Siempre una conversación normal que empezaba y terminaba de forma abrupta.

Quizá por eso resultara indiferente que una de las veces que hablamos fuera la última, quizá por eso mismo ya ni la recuerdo. Javi Pelotas se volatilizó casi esotéricamente, dejándome una paz espiritual por su ausencia. Sólo comparable a la limpidez de un cielo extrañamente azul tras una tormenta de cieno.




[1] Una titulación que evidentemente se impartía en la impresentable Universidad Fanática.

[2] Con las pelotas en la mano.

[3] Y no precisamente agradable.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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