Rai

ÁGIL

  

Kagan

´70

´96

  601

             

 

A Rai ÁGIL y a mí nos unían una camaradería y comprensión que iban más allá de todo convencionalismo. Estábamos conectados por una especie de hilo invisible que nos complementaba, hasta hacer de nuestra amistad algo más que una mera convención social. No es que nos comprendiéramos mutuamente, porque eso no ocurría: Rai ÁGIL y yo habitábamos mundos muy diferentes, aunque nuestros cuerpos llegaran a convivir muchas veces en el mismo lugar del planeta, en el mismo instante.

Era una de esas amistades infantiles que nacen con el contacto cotidiano, pero después lo trascienden y se proyectan hacia el infinito en un entorno de energías incomprensibles.

Nacimos con una diferencia de poco tiempo, no más de un par de años. También con una distancia de un par de pisos, no más de veinte metros. Supongo que ya desde muy niños jugábamos en Kagan, no lo recuerdo. Después mis padres decidieron irse a vivir a Samarcanda y yo me fui con ellos. Así que nuestro contacto “se redujo al” y “mantuvo en” verano. Casi con naturalidad fue surgiendo una pandilla que encauzaba las inquietudes infantiles, tal como ocurre en todas partes. Jugábamos de cuantas maneras concibe un infante, aunque en ocasiones fueran juegos que rozaban la crueldad con los animales o el riesgo en la Naturaleza.

Poco a poco fuimos descubriendo cómo funciona la vida. Asombrados algunas veces y asqueados otras. En fin, éramos amigos y empezamos, casi sin darnos cuenta, a compartir vivencias de adolescencia. El carácter de Rai ÁGIL era un poco huraño, malhumorado y reservado en ocasiones; pero casi siempre derrochaba bonhomía. Probablemente la faceta autodestructiva proviniera de sus padres. Tanto él como ella eran algo tiranos, déspotas… en fin, el día a día con este tipo de personas acaba contagiando ¿no?

Más o menos íbamos creciendo a pesar de todos los contratiempos. También descubrimos el alcohol y las chicas como inspiración, como inagotables fuentes en las que saciar nuestra sed de un mundo diferente. Había más gente en la pandilla, claro, cada uno con sus características… poco a poco las afinidades y las incompatibilidades fueron cribando los componentes. De tal manera que al cabo de los años, de los iniciales sólo quedábamos Rai ÁGIL y yo. Los demás habían ido desperdigándose y haciendo o añadiéndose a otras pandillas existentes.

Como yo desconectaba de un verano hasta el siguiente, cuando volvía al pueblo sólo tenía que adaptarme a las nuevas circunstancias veraniegas. Así, gracias a Rai ÁGIL pasé a formar parte de un mundo muy distinto, con personas totalmente nuevas. Lejos ya del barrio y sus condicionamientos, lejos del Club Los zumbaos. En una pandilla de gente con 20 años de edad conviven infinitos microclimas. Uno de ellos era el aparte que hacíamos en dicha pandilla Rai ÁGIL y yo con Paqui SOTA y Romina BUSCA. Aquello era lo más parecido a una novia que habíamos tenido tanto Rai ÁGIL como yo, lo que nos llenaba de emoción y responsabilidad.

Esto iba más allá de aquel otro sentimiento adolescente de Carmen Kagan y su amiga Mina Ref. Carmen Kagan, que había resultado fallido en su día, allá por el ’81. De hecho, Paqui SOTA y Rai ÁGIL parecían complementarse bastante bien… no sabría decir si aquello terminó en boda o se le parecía sólo en las formas. Después todo desapareció, como un gran bluff, igual que la vida misma tal como hasta entonces se nos había o nos la habían presentado.

A partir del ’85 todo cambió radicalmente. Yo entré a formar parte de un universo alternativo, que surgió en mi vida a raíz de mi entrada en la Facultad de Filosofía, con todos sus países satélites. Gentes y experiencias infinitamente distantes del entorno de Kagan. En este sentido podría decirse que fue mi despegue hacia el hiperespacio. Abajo quedaba toda la vida anterior, alejándose en el tiempo hasta parecer meras hormiguitas. El último vínculo que me unía a Rai ÁGIL y la pandilla de Kagan se difuminó, volatilizado entre los callejones urbanos con resonancia del pueblo. Como la calle de Samarcanda donde vivía un par de amigos de la pandilla cuando empezaron a estudiar en Samarcanda: para intentar ser gente normal, no de Kagan.

Atrás quedaron las infinitas experiencias compartidas. Borracheras en los campos que rodeaban Kagan, tardes de cine, conversaciones sobre temas adolescentes, su opinión sobre mis primeros escritos, el respaldo de Rai ÁGIL hacia mis descabelladas iniciativas en el mundo de la política… y el Club Los zumbaos que nos unió cuando, a los 14 años, habíamos querido perpetuar la primera pandilla del barrio de Los Campos. Por el camino se perdieron todos los amigos y las amigas, pero yo ya estaba en otra dimensión, lejos de todo aquello. Como puedan estarlo de nosotros los faraones.

De los infinitos años durante los que compartí mi tiempo con Rai ÁGIL me queda un sedimento que me ha permitido intentar crecer hacia las estrellas. Aunque no haya vuelto a ver a Rai ÁGIL, continúa nuestra conexión inmaterial y etérea. Durante las interminables tardes que pueblan Kagan, quizás Rai ÁGIL aún recuerde[1] las carcajadas que una vez llenaron el espacio en nuestra presencia. Aunque Rai ÁGIL no sea, no haya querido o sabido ser más que un saharaui recogiendo el relevo de su padre como acomodador… tras el guiño de un eclipse, seguro que sabe ver las estrellas.



[1] Mirando la lluvia y el frío tras los cristales.

 

 

Sonido

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