Tadeo

 

Esquizofrenia

 

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Tadeo Esquizofrenia era un chaval lleno de inquietudes, pero incapaz de la ortodoxia. Aunque por definición había preferido alinearse del lado de los analfabetos, la realidad de Tadeo Esquizofrenia era muy diferente: ni la sociedad ni el sistema educativo habían sido capaces de tentarle para entrar por las puertas del saber académico.

Su inteligencia era tan indiscutible como su buen humor, al menos en muchos campos de la realidad[1]. Pero los condicionantes culturales (familiares, sociales, educacionales…) le habían impelido a ponerse sobre todo al asunto de ganar dinero. Durante mucho tiempo lo hizo con mayor o menor fortuna.

Su campo de actuación era ciertamente resbaladizo, aunque repleto de dividendos, atestado de pingües beneficios: la noche maracandesa. El inquieto y siempre ansioso mundo del ocio, que bulle en las almas del ejército universitario: ése que conquista las noches sin más armas que su energía vital… pero con un gran capital, tentador para la inagotable especulación maracandesa. Ésa misma que piensa: “Tú sigue arreglando el mundo mientras te bebes mis copas, al final los beneficios serán sólo míos: los materiales, porque los demás no existen”.

Para esa tierra de nadie que significan las horas inaprehensibles de la noche, cuando la metamorfosis se adueña de las mentes inquietas: se necesitan con toda seguridad puertos en los que recalar. Lugares receptivos y tolerantes, predispuestos a un diálogo que muchas veces nada tiene que ver con las palabras. Es la comunicación ancestral, atávica, que reside en la afinidad de las almas vertidas sinceramente entre copas y músicas. Muchas veces con el telón erótico de fondo. Otras simplemente como una prolongación de la amistad.

Se trata de temas que se les escapan a quienes clasifican el pensamiento con intención de convertirlo en académico, apuñalándolo con seguridades. Son almas escurriéndose entre los dedos y las taxonomías. Ansiosas de infinitos mundos aún por llegar o que ya existen, pero están en otra parte.

Todo esto tiene lugar en una especie de limbo inclasificable, fuera de cronologías y dimensiones. Se trata de un lugar mítico y por lo mismo tan ancestral como primario, en el que muchas veces se apela a las pulsiones básicas freudianas: sexo y agresión. Doblemente violento, por eso mismo. Saber lidiar en semejante entorno como población tiene mérito si se sale indemne… pero ser guardián de semejantes especímenes en estado incontrolable, tiene mucho más.

Éste era el papel de Tadeo Esquizofrenia en el teatro de la noche maracandesa. Durante muchos años fue un Cancerbero, un Caronte, un domador y un guía. Cada noche salía a la arena de aquel circo romano redivivo, entre fieras y gladiadores. Eran unos tiempos difíciles por inaprehensibles: hablamos del inicio de la Transición, cuando la calle era un hervidero y los bares no digamos[2]. Las normas, las leyes, los decretos, no estaban domesticados ni normalizados como ahora: eran más elementales, por así decirlo de supervivencia. Lejos de normativas homologadoras y europeísmos que sonaban más a represión que a organización.

A esas horas de la noche la calle no era de las fuerzas del orden, sino de una convivencia sin leyes escritas que muchas veces se rompía en violencias. Para eso estaba Tadeo Esquizofrenia en el Esquizofrenia, el bar de trasnoche por excelencia. En un callejón oscuro, cerca del parque y con un frontispicio tan clásico como irreverente, roto. Una ironía. Era el reducto atípico en el que recalaban elementos de toda índole y condición. Donde con frecuencia la noche terminaba en ajustes de cuentas de cualquier tipo. Alguna vez, cráneos aplastados sin misericordia contra las paredes, salvajemente, salpicando de sangre a la concurrencia. Otras, amenazas con armas de fuego por el simple hecho de hacer esperar más de la cuenta a la puerta del baño… En infinitas ocasiones, violencia para expresar idiomas que no se dejan reducir a las palabras.

Pero también era un rincón de romanticismos marginales, inexplicables: los que tienen lugar cuando, llegado el momento idóneo, las dimensiones se trastocan y las fuerzas oscuras se desperezan. El suelo ajedrezado del Esquizofrenia: aquel antro mítico ha visto confidencias y promesas de todo tipo. Apuestas, retos, desafíos, claves básicas de cualquier paraíso por venir, pero también frustraciones y negativas a construir naves con las que quemar todos los mares.

Algo estaba a la orden del día: el reto de hacer nueva una vida que había conducido allí a todo el personal casi siempre por hastío, por exceso de conocimiento[3]. No valdría cualquiera para regentar semejante agujero negro, capaz de succionar todas las energías que confluían en su paralaje. Pero Tadeo Esquizofrenia estaba ahí para gestionar todo aquel potencial, sin duda. Había una especie de ajuste de cuentas que se resumía en el equilibrio del Esquizofrenia, mucho más allá de la lógica, el sentimiento o los secretos cósmicos. Aparentemente Tadeo Esquizofrenia se limitaba a poner copas y música con Javier Esquizofrenia, su socio. Mantener el orden y animar a la concurrencia con su espíritu extrañamente dinamizador[4].

Si bien de un lado compelía a crear mundos nuevos[5], por otro compensaba semejante afán de utopía con un realismo desencantado. Un gesto resumen de desahucios.

A Tadeo Esquizofrenia recurríamos cuando la madrugada era propicia pero se habían terminado los recursos económicos, mendigándole unas cervezas[6] con la promesa de hacer cuentas al día siguiente. Fue Tadeo Esquizofrenia quien hizo posible en infinitas ocasiones que los días no significaran un callejón sin salida, sino una pincelada más en la infinita obra de nuestra juventud: ese fresco sin parangón[7]. Seguro que otra de las ideas marchitas de Tadeo Esquizofrenia fue la que llevó la moda de consumir huevos cocidos a altas horas de la madrugada. Combinados sabiamente con sal y Tabasco, significaban toda una forma de reponer fuerzas para los múltiples guerreros nocturnos que recalábamos en aquella parada de postas.

Eran todo un manjar por un precio irrisorio, 30 céntimos de €: una tentación para los estómagos que ya doblemente vacíos llegaban hasta la barra. Era casi un menú de supervivencia, de ahí que algunos se lo gastaban todo en copas, pero al llegar al Esquizofrenia hacían el milagro de la multiplicación de los huevos: de no se sabe qué bolsillo, milagrosamente surgían 30 céntimos para hacer frente a la inversión. Había muchos que practicaban aquel deporte casi de Jesucristo, pero uno de los paradigmáticos era Jaime Huevo Duro (de ahí su apodo), capaz de consumir un huevo aunque a su alrededor estuviese viendo gentes desfallecer de sed.

Para todo eso y mucho más podíamos contar con la complicidad de Tadeo Esquizofrenia. Las infinitas noches que contemplaron la procesión de nuestros cuerpos hasta aquel templo de promesas de otros mundos, estuvieron jalonadas con frecuencia por su comprensión. Si bien muchas veces ésta buscaba algún tipo de beneficio[8], en general puede decirse que en Tadeo Esquizofrenia existía una especie de simbiosis: encauzada casi siempre a perpetuar una fuerza. Estaba más allá de las voluntades que intervenían. Era la energía esotérica e indescriptible de la noche maracandesa, capaz de arrollar a su paso todo cuanto encontrara, con más fuerza que un tsunami. Para ella nuestras pobres pretensiones humanas sólo significaban elementos a su favor. Nosotros, sintiéndonos arrastrados por aquella vorágine, nos dejábamos llevar. Su fuerza era la nuestra.

Tras la visita obligada para ver a Tadeo Esquizofrenia, muchas veces la mañana siguiente era un jarro de agua fría. Una vez acabada la madrugada, la calle ya estaba llena de sol y costumbres burguesas: trabajo, trajes y familias. Lo que llaman la cruda realidad, porque era el final de aquel sueño, posible gracias al paraíso del Esquizofrenia. Trastocando las dimensiones reales que amenazaban y nos atenazaban cada día.

Tadeo Esquizofrenia significaba la redención, la comprensión más allá del mundo académico: la base desde la que pueda despegar cualquier corazón rumbo a las estrellas. El paso del tiempo trajo la caducidad de todo aquello[9], también los míticos baños en el estanque, confundidos entre el sol y los patos. Todos alguna vez nos dimos chapuzones refrescantes tras despedirnos de Tadeo Esquizofrenia, el barquero amable que nos había conducido por esa suerte de laguna estigia de la madrugada. Un resumen sólo comprensible para quienes lidiábamos a diario con una muerte tan amenazante como cercana: la de la normalidad cotidiana.

Finalmente lo consiguieron. La caterva de leguleyos maracandeses terminó gracias a sus argucias normativas[10] con esa institución que ya era el Esquizofrenia, convirtiéndolo así en una leyenda.

Para Tadeo Esquizofrenia eso significó tener que reciclarse hacia un panorama más europeo. Lejos ya de las fintas con las que solía esquivar al enemigo y zafarse de sanciones. Empezó una nueva vida, ahora al frente del Idiota. Allí sacaba unos réditos más bien escasos de toda aquella época tan mítica como desaparecida. Eran la cantera, el caldo de cultivo a partir del que había nacido un producto irrepetible, el de la generación de los ’80… pero ya estaba jubilada. Las generaciones de estudiantes se habían ido renovando.

Como demostró el paso del tiempo, pretender repetir el esquema en los ’90 estaba abocado, condenado al fracaso por definición, por mandato del devenir. De ahí que todos los esfuerzos de Tadeo Esquizofrenia por reciclarse desde aquella nave de los locos resultasen infructuosos. Para Tadeo Esquizofrenia el Idiota sólo era un refugio donde hacerse fuerte, parapetado tras las barricadas de recuerdos. Además del taller de pintura que tenía improvisado, claustrofóbico, entre techos bajos, en el almacén del bar.

Poco a poco Tadeo Esquizofrenia fue aprendiendo a convivir consigo mismo, en la esperanza de sobrevivir gracias a las rentas de todo tipo. Pero en aquella versión del conformismo se cruzó la droga, que había venido a su seno como un disfraz del fracaso: un eclipse. Entonces empezó su perdición y de rebote la mía. Porque con Tadeo Esquizofrenia recluido para desintoxicarse, se puso al frente de sus negocios su infumable hermana, Mina Ref. Tadeo Esquizofrenia. Una especie de naftalina hecha persona, con ínfulas de artistaza de las movidas de otros tiempos[11]. Mina Ref. Tadeo Esquizofrenia vendía la moto de que ella era lo más de lo más, cosa que yo nunca me tragué ni de lejos (creo que ni ella misma daba crédito a sus sandeces). Pero consideré una buena oportunidad para intentar sacar La Tapadera del atolladero en el que a la sazón estaba atascada. La cosa era jugar al todo o nada. Así lo interpretaron mis socios… y fuimos a ello. Valentín Hermano, Cristian BARRA, Felipe Anfetas y yo convertidos en empresarios hosteleros, abrazando una aventura que nos llegó de rebote. Gracias a la evolución de los acontecimientos, mientras nosotros intentábamos sacar a flote el negocio, Tadeo Esquizofrenia se desintoxicaba. ¡Ironías de la vida! El negocio se hundió[12] pero Tadeo Esquizofrenia salió a flote: consiguió volver al infierno de la vida cotidiana, este purgatorio en el que casi todos estamos.

Fue como la escena de una película. Paseábamos Dolores BABÁ y yo una noche, en el que sería nuestro último encuentro. Mi despedida hacia toda esa vida, ya planificada mi marcha definitiva… Yo hacía balance con Dolores BABÁ: cuentas verbales, zanjando deudas mentales con mi pasado. Mi irreversible marcha de aquel desierto. Estaba haciendo un equipaje de justicia y sentimientos.

En medio de unas avenidas fantasmalmente iluminadas u oscurecidas[13], apareció la figura de Tadeo Esquizofrenia. Casi un arquetipo viniendo desde los abismos. Me contó para mi regocijo que había conseguido salir de aquella mierda y quería darme las gracias por los esfuerzos hacia el Idiota, en su ausencia. Me alegré infinita y sinceramente de su hazaña, era casi una cuestión de justicia cósmica[14]. Probablemente Tadeo Esquizofrenia venía a reciclarse otra vez para el mundo de la hostelería… nunca llegué a saberlo, jamás he vuelto a verle. Y como de casi todo lo maracandés, por suerte no he vuelto a tener noticias.



[1] Para otros no tanto, como veremos.

[2] Los de madrugada mucho más, claro.

[3] Cuando tiene más de maldición que de bagaje.

[4] Nada que ver con los animadores socio-culturales.

[5] Que al igual que las burbujas, al día siguiente sólo eran recuerdo.

[6] O unos gin-tonics… si eran Heidi GEMIDO o Araceli BÍGARO las pedigüeñas.

[7] De ahí arrancó la promesa eufórica que un día les hice pero jamás llegó a ser una realidad tangible: realizar una escultura antropomorfa, con vasos de tubo. Una obra tan frágil como simbólica, que vendría a representar el afán infinitamente frustrado de apagar la sed sin fin de quien bebe buscando un oasis que está más allá del corazón. Aquella escultura se quedó sólo en palabras.

[8] Sexual mayormente… cuando eran las chicas quienes negociaban las condiciones del armisticio.

[9] Pero no por su consumo preferente, sino por las infinitas fuerzas demoníacas al servicio de la productividad.

[10] La tortura de la gota en versión tribunales.

[11] Casi como Nada, pero en versión pija.

[12] Y con él económicamente nosotros.

[13] Nunca se sabe, todo es relativo.

[14] Finalmente, mis esfuerzos no habían ido a saco roto. La victoria de Tadeo Esquizofrenia era el balance positivo.

 

 

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