Celedonio
  Ponmeuncafé   ´79 ´85 750
             

 

Desastrado, mal peinado, con unos andares que eran de todo menos coordinados… las manos en los bolsillos de un pantalón vaquero barato, muy barato. O en los de una chaqueta de lana de aspecto penoso. Muchas veces, creo que incluso en verano, un gorro de lana con los colores azul y grana.

Celedonio Ponmeuncafé entraba en el bar ignorando a todo el mundo y se dirigía hacia la barra; en cuanto la alcanzaba, independientemente de la cantidad de gente que hubiera, espetaba a voces: “Jesús, ponme un café”. Si había mucho ruido, gritaba sin mesura. Para todo lo demás Celedonio Ponmeuncafé estaba en su mundo, del que sólo salía para esta comunicación con el exterior, que era su puente levadizo.

Gafas cuadradas de pasta, con muchas dioptrías, bajo las que podían distinguirse unos ojillos vivarachos y algo traviesos: pero velados por una barrera invisible que le impedía la comunicación con el mundo real. Su cara, muy delgada, estaba dominada por una barba descuidada que le ocultaba la sonrisa todo lo que podía… pero en cuanto abría la boca, los dientes descolocados de Celedonio Ponmeuncafétomaban protagonismo. Enseguida desaparecían, porque las palabras acaparaban toda la importancia del mundo.

Se ponía ante cualquier espejo del bar que le quedara a la altura de los ojos y pronunciaba la frase con la que pasó a la historia en mi memoria: “¡Qué guapo eres, Celedonio!” El universo entero se derrumbaba ante la evidencia inequívoca de un ser humano que ha perdido la razón, de alguien que indiscutiblemente se encuentra en el mundo de los vivos, pero ausente.

A mí aquello me parecía demoledor: no sólo por lo previsible, puesto que se repetía con frecuencia, sino por lo inevitable. La demostración palmaria de la inutilidad del ser humano. No la del pobre Celedonio Ponmeuncafé, sino la de quienes en la sociedad tendrían que estar encargados de recuperarle para la vida. No recuerdo exactamente cómo me contó aquello Jesús MOPA, cómo me había puesto en antecedentes… yo no le creí hasta que pude contemplarlo con mis propios ojos ante la indiferencia de todos los concurrentes del bar.

Celedonio Ponmeuncafé había sido hasta poco antes un estudiante de Físicas que despuntaba por sus buenas notas, era toda una promesa de la Facultad. Pero entró en un proceso de degradación mental que le hizo perder el norte, el oremus y la razón. Desconozco si fue el resultado indeseado del abuso de las anfetaminas para rendir más en los estudios, de las alteraciones reiteradas del sueño y el ritmo circadiano o simplemente un brote esquizoide, pues cuando debutó en el mundo de la enfermedad mental Celedonio Ponmeuncafé estaba en la edad descrita como idónea para esto último.

A mí me generaba una enorme empatía, aunque a mí alrededor provocara risas, burlas y poco más. Siempre le tuve como referente negativo, para no perder el norte yo mismo. El propio Satur MOPA, cuando le comenté mi intención de cambiar de carrera de Derecho a Filosofía, allá por el ’84, me dijo que tuviera cuidado con los excesos académicos, a ver si iba a acabar como el pobre Celedonio Ponmeuncafé.

Toda su vida se reducía a ir vagando por los bares del barrio, pidiendo cafés que luego pasaba a pagar su padre con la exigua pensión que le había asignado el Estado. Para Celedonio Ponmeuncafé el mundo se reducía a ponerse ante el espejo y pronunciar una y otra vez aquella letanía mientras se miraba, extasiado al tiempo que fumaba tabaco negro y giraba el cigarrillo en su mano, sin quemarse, con la habilidad de una majorette.

Alguna vez miraba la TV y soltaba improperios, máximas universales que a Satur MOPA le dejaban con la mosca detrás de la oreja. “Yo creo que finge, es más listo que todos nosotros, pero se hace el loco. ¡Y mira qué bien vive el cabrón!” –me dijo alguna vez. Creo que jamás llegué a hablar directamente con Celedonio Ponmeuncafé, quien sólo se comunicaba con Satur MOPA o con su padre por los asuntos de café y tabaco: asomarme a aquel abismo me hacía temblar ya sólo como idea.

Sin embargo considero que la presencia de Celedonio Ponmeuncafé en mi vida resultó de gran ayuda, casi una vacuna: el recordatorio de otra realidad paralela que me amenazaba, conviviendo en el mundo de la razón, pero privada de ella. Algo tan grave como eso resultaba para mis anhelos un peligro tan inmenso… capaz de dar al traste con lo que intuía para mi futuro. Y no algo teórico, sino visto por mí en primera persona: Celedonio Ponmeuncafé en estado puro me hacía evolucionar con cautela por el imprevisible y farragoso mundo de las ideas, tan atractivo como traidor, pues en él no hay normas fijas de funcionamiento con las que desenvolverse en sus entretelas con el éxito garantizado.

O peor aún: cuando existen, dichas normas piden a gritos que uno las vulnere para experimentar su propia realidad, tan particular y única que necesita violarlas. Si duda la de Celedonio Ponmeuncafé, el ejemplo de su batalla, para mí resultó aleccionador: puedo decir con seguridad que su naufragio no fue en vano, pues contribuyó a mantenerme a flote. Aprendí su lección y aunque él nunca llegara a saberlo, su sacrificio no fue en vano… dio sus frutos, que fueron los míos.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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