Indira

Barrio

   

´92

´98

812

             

 

Las apariciones de Indira Barrio en mi vida fueron de lo más curioso: a principios de los ’80 era la chica progre de la pandilla de Valentín Hermano durante su época del instituto, cuando descubrió el activismo político durante aquellos años cargados de una ilusión colectiva que más tarde acabaron desembocando en un desencanto previsto y programado desde el poder con señuelos y cuentas de colores, como ahora se sabe… pasados los años, caretas fuera.

Indira Barrio era una chica de carácter abierto y progre en aquel entonces; se diluyó en mi memoria como pudiera hacerlo una foto en blanco y negro con la banda sonora de Paco Ibáñez.

Y reapareció a principios de los ’90… ahora era la novia de Pablo CIEGOS: una noche propicia había juntado sus destinos en el Plátanos y se reconocieron como almas destinadas a compartir la vida. Así que se retiraron de la circulación, de los respectivos mundos a los que habían pertenecido hasta entonces, cada uno por su lado. Al fusionar existencias se quitaron de encima muchos dolores de cabeza, sin duda; además de ahorrarse infinidad de pérdidas de tiempo.

Pérdida fue la impresión que yo tuve entonces, porque Pablo CIEGOS dejó de ser parte de mi horizonte conversacional y desapareció una comunicación mucho más profunda e intuitiva que nos unía. Bueno, tampoco era muy importante: para mí también se abría entonces otra etapa, con Dolores BABÁ y aquel cambio de paradigma.

Fue entonces cuando coincidí compartiendo piso con ellos dos: Indira Barrio y Pablo CIEGOS eran habitantes de la Avenida Perú 129 aquel ’92, pero para mí aquella habitación era sólo un picadero con ínfulas de estudio para un escritor en pañales. Así que a veces coincidíamos por los pasillos y charlábamos Pablo CIEGOS y yo… aunque también estuviera por allí Indira Barrio, claro: ellos dos eran inseparables en aquella pretendida torre de marfil que utilizaban para sus respectivas creaciones. Pablo CIEGOS las literarias y académicas… y la propia Indira Barrio las de Artes plásticas.

Por aquel entonces ella estaba estudiando Bellas Artes y pude comprobar ya por vez primera cómo era la vida de un aspirante a genio de manera cotidiana, más allá de sus desparrames pictóricos. El resultado me resultó decepcionante, pues aparte de los trucos y técnicas propias de aquellos asuntos (tales como congelar toneladas de dientes de ajo para posteriormente frotarlos contra la tabla en la que se iba a pintar, a modo de imprimación), el buen humor de Indira Barrio era envidiable, pero tan pueblerino como el lugar desde el que su familia le enviaba los ajos, que era donde vivían y los cultivaban.

Quizás si no hubiéramos coincidido en aquel piso, Indira Barrio habría pertenecido a mi pasado de manera idealizada, como una musa del progresismo político y la tolerancia sexual: así aplicaba el sfumatto mi pretendidamente artística memoria. Pero Indira Barrio se presentó ante mis ojos, involuntariamente, desnuda de los entresijos que supuestamente tenía su personalidad… que en realidad eran inexistentes: formados por mi recuerdo adulterado de su etapa con Valentín Hermano y además estaba la tergiversación con la que Pablo CIEGOS adornaba la figura de Indira Barrio. Como suele ocurrir siempre que se trata de una musa ajena, aquella proyección no había por dónde agarrarla. Indira Barrio sólo era una chica pueblerina con un contenido cerebral bastante escaso, pero mucho marketing. A Pablo CIEGOS y también en su día a Valentín Hermano… les había convencido.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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