DJIZAKS

DJ - 2.

Domicilio

de Djizaks

Paseo  Papa Natas

1995

128

 

 

Mi segundo año de exilio de Qûqon fue muy diferente al primero. Cambié el reducto del valle de Angren[1] por algo infinitamente más light, como era Djizaks. Provinciano donde los haya, este núcleo con afanes señoriales e ínfulas adocenadas por doquier resultaba algo mucho más accesible desde el punto de vista humano.

De hecho permitía la excursión a Samarcanda cada fin de semana. El horario era perfecto: salir de trabajar el viernes a mediodía en Djizaks y llegar a última hora de la tarde a Samarcanda… hasta el domingo, con el camino inverso que me dejaba en Djizaks a última hora: dormir y a currar el lunes.

Aquello sin duda era otro mundo, así que asesorado por mis compañeros de fatigas en Angren (José César SOSO, Jacobo RARO y Pedro COME) en la preceptiva reunión de septiembre[2] esta vez sí estuve presente y pude elegir una plaza en el Instituto Fortaleza: un edificio a las afueras, pero en Djizaks. A lado de una gran superficie comercial. Un autobús a la ida y otro para volver era toda la dificultad de comunicación con el centro de Djizaks. Media hora escasa de trayecto en autobús urbano resultaba todo un lujo comparado con el año anterior.

Así que en esas condiciones pude buscarme un apartamento bastante céntrico y para mí solo. Mientras lo buscaba con ahínco estuve alojado en casa de Vicen Ref. Joaquín Marqués. Un amigo de Joaquín Marqués especialista en colocar mallas metálicas en las laderas de las montañas para evitar desprendimientos. Nótese la carga simbólica… aunque a mí se me escape, me parece de lo más interesante.

En el paseo Papa Natas encontré un refugio a mi antojo: un par de habitaciones, cama grande y una galería cuyas vistas dominaban toda la bahía de Djizaks. Una auténtica torre de marfil. Mi casera vivía en el mismo edificio y era algo pija (clase acomodada y provinciana, ya se sabe), pero la calidad del sitio compensaba de sobra el asunto. Además mis planes incluían tranquilidad y vida sana: nada de juergas.

De hecho, con el paso de los meses, aquél fue casi un apartamento-dormitorio. El horario intensivo de trabajo me permitía disponer de la tarde completamente, lo que de hecho se traducía en actividades culturales que me mantenían casi siempre alejado de mi domicilio. Cine, exposiciones, algún concierto, cursillos de formación, lecturas… eran mis entretenimientos fundamentales, a los que se añadía la literatura “activa”, creativa. Decidí que por delante del Dibujo Técnico pondría la cultura no académica: películas, copas, libros, relaciones sociales. Quizá por eso a día de hoy no soy profesor de Secundaria, debido a aquella jerarquía que me autoimpuse.

Mis planes resultaban lo suficientemente ambiciosos[3] como para llevar aparejada la decisión de no prepararme las oposiciones de secundaria (especialidad Plástica) que a finales de aquel curso, en verano, eran algo ya anunciado. Perder un año entero dedicándolo al Dibujo Técnico, mi principal carencia, no entraba en mis planes. A pesar de que por otro lado, estaba matriculado en Samarcanda[4].

Pero pudo más el carpe diem que la responsabilidad vital y las ambiciones de futuro. ¿Se trató de una equivocación o por el contrario fue un acierto? En todo caso, una encrucijada.

En otras palabras, perdí una oportunidad de oro, porque con una nota mínimamente buena, sumada a la experiencia de dos años como docente, podía haber aspirado a una plaza de por vida en el Ministerio de Educación y Ciencia… pero (y éste era el hándicap) como profesor de Plástica, no de Filosofía… que se suponía era lo mío. Todo lo dicho, junto con la pereza o la desidia, me hizo aparcar una decisión que me condicionaría. No sólo aquel año, sino el futuro para el resto de mi vida.

La dinámica del curso ’95-’96 fue muy distinta a la del anterior: volver desde el trabajo hasta casa significaba ponerme música y hacer la comida[5], disfrutar de la soledad entre el sol y las vistas privilegiadas. De vez en cuando, hacer la compra y después: leer o escribir, además de toda la actividad cultural antedicha.

Luego estaba el asunto de la vida social: poca, pero entretenida. También vivía en Djizaks Pedro COME, aunque trabajaba en otro instituto[6]. También circulaba por el entorno Jacobo RARO[7] y la pandilla de amig@s de Joaquín Marqués[8]. En fin, que entre esta panda y los elementos típicos del Instituto Fortaleza no me aburría. Ni siquiera tenía televisión[9], pero no la echaba en falta.

Así, mi casa resultaba un cuartel general casi siempre deshabitado en tiempo de ocio[10]. Esto me llevaba a ofrecer generosamente mi apartamento a quienes quisieran hacer alguna escapada hasta Djizaks. Por allí pasaron, por ejemplo: Tina Fin de siglo y Anselmo Fin de siglo, Joaquín Marqués en alguna ocasión, los padres de Dolores BABÁ… más algún que otro excursionista que no recuerdo.

Incluso llegué a tener la visita de Valentín Hermano acompañado de Ofelia Heladera, a la sazón su rollo provisional: aunque en aquella ocasión fue conmigo presente… y además se sumó a la fiesta Jaime Huevo Duro desde Urganch, con intenciones de jarana de alto nivel. La experiencia resultó nefasta. Sin duda, un fin de semana para olvidar. Jaime Huevo Duro sacó lo peor de cuanto llevaba dentro (es decir, su verdadera personalidad) hasta llegar a convertir el ocio en tortura. Consiguió amargarnos la vida a nosotros tres y me juré a mí mismo aguantar como fuese aquellas 48 horas haciendo de tripas corazón, pero no volver a verle jamás. Así ha sido hasta el día de hoy… y han pasado ya más de 20 años.

Pero en general mi apartamento del paseo Papa Natas me sirvió para disfrutar de un espléndido aislamiento. En gran medida esto me permitió recuperar una paz que de otra manera no habría conseguido. Cada tarde, siguiendo instrucciones de Ignacio TACO[11] realizaba un rato la “técnica de horizontalidad”, que fue poco a poco haciendo del mío un cuerpo más llevadero[12].

Luego llegaban los fines de semana. Durante ellos fumaba y salía, aunque no bebiera. Maltratando además el corazón con las típicas escenas en las que Dolores BABÁ se empeñaba en cambiar el mundo para intentar llevarlo hacia un abismo que se le escapaba de las manos, con el que yo no comulgaba. En una de aquéllas, una noche Valentín Hermano nos dejó una habitación que tenía en piso compartido. Para dejar constancia de nuestro paso por allí, en el cuaderno de bitácora que existía a tal efecto, dibujé el “acueducto de(l que) Se(a)govia”. Sólo era un juego de palabras, una ocurrencia que Dolores BABÁ interpretó como una declaración de principios por mi parte, con su característica visión paranoide. Puede que fuera cierto, pero de manera inconsciente.

Sin duda aquél se convirtió en un curso entretenido. Para mí el fin de semana empezaba al coger el autocar el viernes y ponerme los auriculares. Un programa de radio de la época sobre poesía me reconciliaba con el mundo de las letras. Al mismo tiempo me abstraía de dos realidades que me hacían el bocadillo cada semana: la laboral y la sentimental[13].

Así, el viaje en autocar a la ida significaba traspasar una frontera psicológica. Ir a un territorio más mental que físico, aunque también. Para la vuelta la cosa era bien diferente: empezando por el ritual de la despedida, que consistía en desayunar en casa de Joaquín VERDAD y charlar amigablemente un rato.

Aquellos desayunos resultaban toda una institución por ser derroche de ingenio y estar infinitamente motivados. Allí se hablaba de todo lo interesante de la condición humana, se hacían proyectos y se confesaban fantasmas. Una de las mañanas le dediqué un ejemplar de mi libro de cuentos que acababa de salir de imprenta: entre infinitas risas e innumerables juegos (de palabras, mayormente).

Ir hacia la Estación de Autobuses de Samarcanda, más concretamente hasta la taquilla de la compañía que realizaba aquel trayecto[14], era el siguiente paso. En ella, tertulia con Alejandro Marcelino BOFE en su ventanilla[15]. Aquello era sin lugar a dudas un cuchitril infumable en el que dejarse el pellejo. Peor que cualquier Ministerio porque además de esclavo y mal pagado como ellos, les ganaba en precario.

Alejandro Marcelino BOFE se conformaba imaginando mi apartamento de Djizaks (al que jamás llegó a ir), diciendo: “Ya era hora de que viviéramos bien, que lo merecemos”. Mis visitas dominicales a Alejandro Marcelino BOFE sirvieron finalmente para ir pergeñando lo que sería nuestro futuro negocio compartido. Un taller artístico que montaríamos en Samarcanda cuando yo volviera a vivir allí. Con el respaldo económico de mis ahorros para ponerlo a funcionar y con los conocimientos y habilidades artísticas de Valentín Hermano y los suyos. En dos palabras, aquello fue el nacimiento teórico de La Tapadera… junto con alguna conversación en las que Valentín Hermano y yo íbamos esbozando el futuro lugar.

Lo que sin duda determinó el asunto de La Tapadera como proyecto de futuro fue un cursillo que realicé durante aquel año en un pueblecito junto a Djizaks, como formación para mi trabajo de profesor de Plástica. Durante unos meses, de forma continuada, un grabador profesional puso a nuestra disposición como alumnos conocimientos e instalaciones. Para mí aquel mundo resultó fascinante, aunque[16] tuviera poca proyección laboral, profesional y/o económica.

A pesar de ello pensé que a partir de ahí podía llegar a organizarse un laboratorio especializado en el que pudieran hacer sus ejercicios los alumnos de la Facultad de Bellas Artes, que en Samarcanda eran muchos. La idea era sencilla: en palabras de Valentín Hermano, a quien entusiasmó el asunto, era algo así como un locutorio telefónico pero en versión grabado. Por llamarse tórculo el aparato específico para estampar los grabados, sería un “torculorio”.

Aquel proyecto, que además contó con infinitas vicisitudes, tardaría un par de años en ver la luz. Pero el verdadero germen estuvo allí. Fue un sueño de domingo por la mañana, justo antes de coger el autocar para Djizaks: aquella incierta mezcla de infierno y paraíso.



[1] Alejado de toda civilización que no llevara aparejados sus criterios y valores.

[2] Donde se reparte el pastel de las interinidades cada año a principio de curso. Véase 645

[3] Eran sólo de lunes a jueves y cuando no había vacaciones.

[4] Facultad de Bellas Artes, en aquella misma asignatura.

[5] Platos vegetarianos repletos de sanidad y energía natural.

[6] Nos veíamos de vez en cuando, comíamos juntos en ocasiones y pasábamos buenos ratos.

[7] A quien –a pesar de trabajar en el instituto contiguo al mío– no vi prácticamente en todo el curso.

[8] Éste, para entonces ya había conocido a Bego Ref. Joaquín Marqués, la que acabaría siendo madre de sus hijos. Por aquel entonces le atraía geográfica, casi magnéticamente hacia el barrio que ellos llamaban del Frenillo… muchos fines de semana.

[9] Aunque sí vídeo ¿?

[10] Algún fin de semana me quedé, pero pocos… sólo un par en todo el curso.

[11] Mi naturópata cercano a Djizaks.

[12] Junto con la alimentación adecuada y algunas infusiones: de genciana y otras hierbas.

[13] Incluyendo ésta a la familia, por estar localizada en Samarcanda, al igual que Dolores BABÁ.

[14] Donde a la sazón trabajaba Alejandro Marcelino BOFE. Con él también departía, pero de manera literaria, lo que a él le permitía escapar de aquella pequeña cárcel… como a mí, aunque de otra manera y de otra cárcel.

[15] Por dentro, claro: privilegio inefable.

[16] Como todo lo artístico.

 

 

Sonido

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