Bego
La puta   Khanka ´80 ´81 996
             

 

Aquella chiquilla descarada y contestona siempre tenía a punto un comentario, una observación o una perspectiva que aportaba algo nuevo a cualquier situación, hecho o relación humana. El problema venía porque lo enfocaba todo de forma hiriente, vejatoria y con un toque de ensañamiento hacia algo o alguien. Digamos que Bego La puta poseía esa capacidad que todos los seres humanos tienen en potencia: la de convertir cualquier cosa en una relación de poder y de forma automática ejercerlo en su vertiente sádica, irrespetuosa. Más foucaultiano imposible, aunque ella a sus 14 añitos no supiera ni siquiera reflexionar sobre su forma de actuar… menos aún acerca de las consecuencias, implicaciones y carga ética de la misma.

En otras palabras, Bego La puta era una niña a la que seguramente en casa le habían tolerado en exceso infinidad de cosas: probablemente por hastío o cansancio, pues luchar contra semejante energía circulando alrededor puede desgastar al más pintado. Así que cuando llegaba el verano, enseguida la enviaban a pasar las vacaciones con su abuela, lejos del corazón de Khanka y de sus padres; entonces era cuando llegaba a Kagan para una visita estival en casa de la abuela… la visita duraba un par de meses como mínimo y su abuela era vecina de la mía, lo que significaba convivencia en el barrio conmigo y las gentecillas con las que solía moverme, que formábamos la pandilla Los zumbaos.

Allá por el año ’80 debimos de coincidir por primera vez en lo que a relación personal se refiere, aunque es probable que antes ya nos hubiésemos visto. Pero fue aquel verano cuando tuvimos un trato más directo, lo que no llevó a un mayor ni más profundo conocimiento respectivo, sino que devino con inmediatez en un roce irreconciliable de personalidades: la suya y la mía. Concretamente la cuestión era bien sencilla, aunque yo sólo la intuyera y no fuera capaz de formularla ni explicarla entonces.

Ella, Bego La puta, llevaba la voz cantante del grupo de chicas que formaban la pandilla de la plaza de Lucas Coscorrón, mientras que yo ejercía como líder de los machos. Probablemente si aquello hubiera ocurrido con unos años más de edad en tod@s l@s implicad@s, se habría resuelto con sabrosos roces y/o experimentos-exploraciones-descubrimientos… pero la edad era problemática; aún nos encontrábamos en esa etapa previa, de diferenciación colectiva.

Por eso cualquier coincidencia en la plaza de Lucas Coscorrón, durante los juegos de cada grupo por separado, terminaba en conflicto, discusión o insultos. Bego La puta ostentaba la titularidad de un gracejo tan facilón como superficial, lo que a mí me enervaba hasta denostarla: esto desembocaba en un esquema clásico de guerra abierta entre los sexos incipientes y dos maneras irreconciliables de concebir el mundo. Ellas se complacían en el vacío, en la nada superficial… mientras que yo/nosotros intentábamos a nuestra edad un descubrimiento del mundo desde una perspectiva más intelectual: un clásico, vamos. Aquello no había por dónde agarrarlo y menos aún solucionarlo.

Por suerte Bego La puta desapareció de mi vida: no era sino una molestia que pretendía ser algo más importante. Un aviso para mí como navegante, porque calcadas a ella me he encontrado infinidad de obstáculos a lo largo de mi vida. Tan abundantes como irrelevantes.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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