Cafetería de la Facultad de Filosofía y CC.E.

   Samarcanda

´85

´93

218

         

 

Al abrigo del saber y sus necesidades de desconexión, de sus paradas de postas, había nacido como un concepto el lugar físico dedicado a estos menesteres: el asueto forma parte de la jornada laboral, está integrado en ella.

De ahí que para evitar la necesidad de salir del lugar llamado Facultad, para que pueda desarrollarse todo en la misma burbuja si la plantilla de docentes y discentes así lo desea: nace el habitáculo dedicado a la vida social y el esparcimiento. Es la cafetería. ¡Cuántas operaciones se habrán ultimado en ella! Sin ir más lejos, una mañana cualquiera se formalizó el proyecto de que mi tesina pudiera llevarse a cabo… allí, junto a la barra, Joaquín VERDAD, Nito y alguien más que no recuerdo[1] prometieron interceder ante CEREAL para zanjar los detalles. Una reunión posterior entre el propio CEREAL y yo hizo el resto, aunque ésta ya tuviera lugar otro día, en el exterior de la burbuja.

El alma de la cafetería de la Facultad de Filosofía y CC.E. era Anselmo Café, un hombre de talante amable que solía atender a la concurrencia con un palillo en la boca, a la vieja usanza. También estaba su mujer, pequeñita y vivaracha, con los labios pintados de manera llamativa… sonrisa amplia y un poco estridente.

Ambos eran buena gente: quizá para compensar sus lagunas educativas… su comportamiento y amabilidad iban por estos derroteros. En la subasta para la adjudicación de la explotación del servicio, Anselmo Café había ganado un par de veces la oferta, así que no conocí otras personas al frente del establecimiento durante los años que pasé por allí. Claro, para él sólo era una forma de ganarse la vida… lo que significaba que entendía el asunto de la hostelería de una manera diferente a los clientes: más pragmática, por así decirlo. Que pidieras un café y él lo sacara inmediatamente de debajo de la barra en lugar de elaborarlo ante tu vista, quizás para Anselmo Café significaba una inmediatez y celeridad positivas… pero visto desde fuera resultaba de mal gusto. Daba una impresión muy distinta: como si te estuviera endiñando un producto rechazado por otro cliente anterior o elaborado por equivocación.

Resultaba como mínimo sospechoso, parecía que bajo el interior de la barra Anselmo Café tuviese una fábrica inagotable de cafés de dudosa temperatura y aún más dudoso origen. Si a esto le sumamos el hecho de que el sabor dejaba mucho que desear… resulta de una lógica aplastante la fama que tenían de reciclados los cafés de Anselmo Café: de proceder de la zurrapa de los anteriores, reutilizada. De segunda generación, vamos.

Sin embargo, a pesar de la decoración impersonal y fría con la que contaba la cafetería de la Facultad de Filosofía y CC.E., había en ella algo acogedor que invitaba a frecuentarla… quizás por ser el lugar de asueto, de huida del intelecto de todas las cuestiones académicas y sus países satélites.

Allí mismo, una mañana recién amanecida de marzo del ’87, mientras yo jugaba una partida de mus[2], me impusieron la banda heterodoxa que acreditaba mi condición de Catedrático honorífico y vitalicio de mus por la UdeS: como reconocimiento a mi ímproba labor en este sentido… desarrollada contra viento y marea. No sólo en la Facultad de Filosofía y CC.E. Cualquier circunstancia era buena para mí por aquella época. Por ejemplo, durante una manifestación en la que compartí espacio con los alumnos de la Universidad Fanática… llegué a jugar una partida sobre la marcha, entre consignas reivindicativas: in itinere. Con aquellos antecedentes no era de extrañar que Tania Ref. Salvador MAÑO, cada vez que se cruzaba conmigo por los pasillos de la Facultad me saludara con un “¡Catedráticooooo…!”. Otras veces simplemente decía mi nombre de guerra (Hilario) y lo demás ya se daba por entendido.

Sin duda fue ella quien tuvo la ocurrencia y el honor de condecorarme con susodicha banda aquella mañana: con pompa y boato, ante los ojos de un Anselmo Café que regentaba sorprendido aquel rincón ciertamente extraño en el mundo de la sabiduría.

Pero también entre aquellas mesas tuvieron lugar charlas inolvidables… por ejemplo con los componentes de la Tuna de Psicología: un día que sin dormir, de empalmada, vinieron a dar lecciones de sabiduría fuera de lugar: uno de ellos[3] traía una escultura recién robada de la Facultad de Bellas Artes. Hablaba del daño que le causaban las puntillas de su ropa interior femenina.

Otra mañana fue un café con Irene Termiz, cuando ya había pasado a la Historia como exnovia de Valentín Hermano… simplemente hablábamos de poesía y la próxima publicación de una revista de la Facultad

En otras ocasiones eran infusiones y partidas de mus con María Agustina Venga, aquella pedagoga del curso-puente, simpática y resultona… pero a fin de cuentas, pedagoga.

Rascando en la costra de la memoria[4] podría seguir haciendo un listado tan absurdo como entretenido… pero la intención simplemente es transmitir el trasfondo que confiere a mis recuerdos este decorado, el de la cafetería de la Facultad de Filosofía y CC.E.

Durante el encierro de las movilizaciones del ’87 una noche, a altas horas de la madrugada, hicimos una improvisada y torpe excursión hasta su puerta… con la simple intención, tan cándida como previsible, de comprobar si encajaba en su cerradura alguna de las llaves incluidas en mi llavero: si hubiera resultado un experimento afirmativo, lo habríamos celebrado con las bebidas allí contenidas. Sin duda un desvarío provocado por el entusiasmo del momento y una filósofa de Sirdaryo desafiante que me acompañaba y parecía querer guerra, me hicieron correr… el riesgo. No acabé de poner la llave en la cerradura cuando desde el interior de la cafetería resonó la voz de Anselmo Café increpándonos… incluso me pareció ver su silueta a través del ojo de buey de la puerta.

Salimos por patas impunemente, pero aquello vino a demostrar que por muy listo que se crea un filósofo o un grupo de viciosos desesperados[5] siempre habrá un camarero que le llevará ventaja en el pensamiento… aunque se trate nada más que de pensamientos pragmáticos, de solucionar conflictos cotidianos que nada tienen que ver con la causalidad o la armonía del Cosmos… ¿o sí?




[1] Probablemente GARGAJO.

[2] Llevaba jugando toda la noche, sin dormir, al hilo del encierro y las movilizaciones del ’87.

[3] Omito el nombre por pudor y respeto: sólo diré que su apellido empieza por V.

[4] No por prurito, sino como ejercicio que desperece las sinapsis.

[5] ¿Acaso no es lo mismo, pero con personalidad desdoblada?

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta