Octaedro

Cafetería

 

Samarcanda

´85

´99

 604

             

 

El Octaedro tenía un cálido color caoba, siempre presto a arroparte durante las ateridas noches del invierno maracandés. Sin duda con un carajillo todo se hace más llevadero. La calle es inhóspita cuando se necesita calor humano. Pues para eso estaba ahí el Octaedro: una puerta traspasada y ya estabas en otro mundo más amable, lleno de buena música y un ambiente agradable.

A eso contribuía sin duda la presencia de Óscar Octaedro: camarero, amigo, cantante, vividor, teatrero… entre otras muchas cosas. Para su fortuna la vida había traído hasta sus brazos, como un regalo inesperado, a su novia china[1]. Era una chica presta a las juergas, cómplice y siempre sonriente. Tengo para mí que las buenas vibraciones que ellos dos compartían acababan contagiando al bar entero… el Octaedro se convertía en un lugar amable más allá de los infinitos detalles feos[2].

Entrada, pasillo largo con barra a la izquierda hasta el final. Allí el acceso a un saloncito cerrado, con espejos en lugar de ventanas. Algo claustrofóbico pero acogedor, que era más importante.

¡Cuántas veladas sobre aquellas mesas de mármol blanco, arreglando el mundo!

Una noche del ’86, Manuel Alejandro RAPHAEL y yo esperando impacientes a una Circe SADE que jamás llegó a presentarse. De la velada sobre aquellas mesas quedó un verso en el que Manuel Alejandro RAPHAEL decía literalmente: “has fabricado un equilibrio que se rompe en un Martini”… El que aquella noche quedó sobre la mesa, huérfano de sus labios… como nosotros.

En otra ocasión: también Manuel Alejandro RAPHAEL y yo, también en el Octaedro… intentando repetir el éxito de la venta de poemas que días antes habíamos llevado a cabo en la cafetería del Corro, para intentar tomar una copa en el Octaedro. Estrepitoso fracaso porque sólo conseguimos que un grupo de chicas nos dieran un número de teléfono[3], pero nada de limosnas.

Muchos años más tarde, allá por el ’98, declaración de intenciones y de futuro. Mano a mano con Jacinta HUMOS[4]: lanzándonos un órdago, el de marcharnos de Uzbekistán. Ella jugaba de farol mientras el mármol de la mesa enfriaba inevitablemente la infusión que soportaba.

Sin duda aquel rincón del Octaedro se prestaba a los ratos de confidencia… en parejas o en grupos. Recuerdo veladas con Dolores BABÁ cuando éramos novios… pero también reuniones totalmente distintas, con gentes de la Facultad de Filosofía, compartiendo charlas, inquietudes y mil teorías. De hecho estas veladas eran las que le gustaba propiciar a la personalidad del Octaedro. Se notaba que era un lugar complacido cuando albergaba confidencias. El refugio para el alma al que alguna vez llevé tangos para Óscar Octaedro.

Aunque el Octaedro en ocasiones daba cobijo a otro tipo de alimañas. GAMOSO y alguien más en despreocupada charla una tarde del ’88. Conspirando metafísica escolástica sobre la barra, ante el oído casual y atento de Alejandro Marcelino BOFE. La risa sardónica de GAMOSO se complacía con aquella tortura. Sadismo hacia el alumnado con la excusa de una filosofía medieval que no era sino teología disfrazada: ¡y los alumnos éramos nosotros!

En fin, el Octaedro puede que fuera más tolerante de lo que debía… así me ayudaron unas lecciones, las suyas, que de otra manera quizá jamás habría entendido.

 




[1] De cuyo nombre intento acordarme, pero no lo consigo.

[2] Que el mundo siempre tiene, pero no interesan.

[3] Tras muchas disquisiciones, un par de horas después, con ayuda de Pablo CIEGOS, llamamos. Era el teléfono de un grupo religioso dedicado a la rehabilitación de toxicómanos. Una sucia jugada para corazones como esponjas, buscando flechas que absorber… que llevarse a la herida.

[4] Aquella pija que se disfrazaba de solidaria sólo por el pedigree grunge… el que otorga el exotismo.

 

 

Sonido

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