Tierra de pájaros

    Cafetería

 

   Samarcanda

´84

´99

207

             

 

Para definirlo de una manera sencilla y diáfana, el Tierra de pájaros era un monumento al jazz. Enclavado en la esquina de una de las principales avenidas de Samarcanda con la plaza de Uzbekistán, dicho sea esto simplemente para ubicarse en el lugar donde termina aproximadamente la Samarcanda central antes de convertirse en la sucesión de barrios más o menos modernos y por tanto obreros.

Así, era una especie de frontera en el entorno físico, pero también metafóricamente. En este segundo sentido, cuando nació el Tierra de pájaros, allá por los ’80, significaba un concepto rompedor de bar. Suponía la entrada de una mentalidad hasta entonces desconocida en el mundo de la hostelería maracandesa. Supo abrirse hueco o más bien ocupar uno que era necesario en aquel entorno.

Aprovechando que era un edificio antiguo y lleno de balcones, con un par de pisos elevados sobre el triste asfalto urbano… significaba incluso literalmente una especie de elevación, de ascensión hacia las alturas musicales del jazz.

Y entrar en el Tierra de pájaros quería decir acceder a la burbuja irisada que se reflejaba en cada nota de aquellas musas. Como el jazz, el Tierra de pájaros se dejaba hacer, era complaciente. Entre sus destellos siempre había oro: para arropar amigos, para acercar amantes, para contemplar horizontes urbanos, para encontrarse con uno mismo.

Su polifacética decoración combinaba en las paredes modernismo con azulejo, además de los techos insinuantes. También había un guiño intimista en las escaleras, un abrazo íntimo en los miradores o unas barras que sólo querían ser trámite, sin llamar la atención más de lo necesario.

Penetrar en el territorio del Tierra de pájaros era como ponerse una coraza protectora del mundo exterior, que así milagrosamente desaparecía. Por si era poco amigable de por sí, estaba acompañado de la sonrisa sincera y diáfana de Andrés Tierra de pájaros, uno de sus fundadores. Ojos claros, gesto afable y carácter acogedor, como su bar. Resultaba como estar entre amigos, aunque el Tierra de pájaros se llenara con frecuencia de infinidad de desconocidos.

El valor múltiple del carácter del Tierra de pájaros y sus espacios es paralelo al mundo del jazz. Véanse, si no, algunos ejemplos de mis experiencias entre sus brazos, como muestra representativa:

1)          Una tertulia sobre la libertad y su jerarquía, su lugar entre las prioridades. Año ’84, hablando sobre una secta[1]. La pregunta era bien sencilla: ¿qué es más importante: la libertad o la igualdad? Si respondes que pueden compaginarse, estás todavía en 1789… aplicaba una lección aprendida de Vicente GAMA y su meridiana clarividencia.

2)          Casi escritura automática, Nini Resús y yo improvisando escritos durante una prometedora noche que hacía adivinar rizos de seda. Concentrados en los tirabuzones de las ideas, jugando a la literatura con un cigarrillo y una copa… antes de bajar a la noche y abrazarnos a los eternos ratos plenos de ilusión y esperanzas. Las mismas que, aplazándose sine die, nos llevaban de la mano hacia suaves abismos. Aún era el ’85…

3)          Allá por el ’86, entre el nerviosismo de una camaradería sólo comprensible para quienes comparten la ilusión de estudiar la misma carrera: una charla acerca de las condiciones existenciales y la taxonomía de los componentes de nuestra clase. Jesús Manuel LAGO diciendo de forma tan anaranjada como las paredes: “Clotilde PACA odia”. Sí, elucubraciones sobre las condiciones de posibilidad de relaciones afectivas entre nosotros. Teorías acerca de posibles emparejamientos que sólo se quedaron en eso. Entre cálidos cafés siempre amables.

4)          Algún café sin rostro, alguna copa sin más que balcón y afán de acaparar la noche desde la potencialidad, desde las ganas de algo. Mucha energía circulando entre los pasillos del Tierra de pájaros, aquel monumento. Algunas veces, borrachos de cine; en otras ocasiones, ebrios de alcohol… el mundo se nos quedaba pequeño. Manuel Alejandro RAPHAEL y yo, por ejemplo, disfrutamos en muchas ocasiones del paisaje incomparable de aquella música, arropados incomprensiblemente por una luz que no hacía sino acariciarnos como sólo saben hacerlo las ideas. Desde el interior, mientras nosotros nos rasgábamos las entrañas para buscar la fórmula alquímica que nos acercase a Circe SADE, siempre lejana, siempre ajena. Instantes eternos del ’86.

5)          Tertulias de tarde, atractivas e interesantes, hablando de filosofía bajo el manto protector de quien en su día había sido el profesor de Pablo CIEGOS. En el piso más alto del Tierra de pájaros, ése que sólo se abría en algunas ocasiones. Mesas, sillas, charla, café, sabiduría… todo era como una golosina. Un tesoro para almas recién nacidas y ávidas de mundos aún por venir. Sería el ’86.

6)          Una filósofa tan encantadora como imposible, tomando una copa de brandy con su novia mientras depositaba el humo sobre la superficie líquida, como si fuera seda, antes de volver a inhalarlo. Como había visto en Las montañas de la luna, película por entonces de moda. Era el ’90, pero ya eterno como imagen ambarina entre aquellas paredes.

7)          En la intimidad de los balconcillos acristalados, proponiéndole a Dolores BABÁ la vida como un bolero, a sus pies: “si tú me dices ‘ven’, lo dejo todo”, le canté sin música. Su respuesta fue el silencio. Aunque continuamos juntos algunos años más, ahí estuvo la clave del riesgo que estaba dispuesto a correr cada uno. Aquel día del ’91 le pusimos fecha de caducidad a lo que en ningún momento pudimos llegar a controlar. A lo que no hicimos sino vivirlo.




[1] A la que en su día perteneció Valentín Hermano. Después trocada en partido político… para al final, con el paso del tiempo: disolverse en agua.

 

 

Sonido

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