Estación de autobuses         320

 

 

  1. Djizaks

´94

´97

  1. Jizzakh

´86

´95

  1. Kagan

´77

´99

  1. Mûynoq

´89

´96

  1. Samarcanda

´78

´99

  1. Sirdaryo

´83

´97

  1. Urganch

´94

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De la misma forma que hay autobuses sin estación[1] también hay estaciones sin autobuses: al menos la mayor parte del tiempo, porque el autobús sólo está cuando llega y cuando se marcha. Pero claro, si esto último sucede en el mismo lugar con muchos autobuses diferentes, el resultado es que tenemos una localización concreta plagada de autobuses virtuales. Sólo están imaginariamente, aunque sea su lugar habitual.

Supongo que históricamente la necesidad de crear estaciones de autobuses surgió para centralizar servicios que de otra manera habrían estado dispersos. En algunas localidades aún perviven señalizaciones de itinerarios y paradas de autobuses, diseminadas por las calles. Pero generalmente las poblaciones que se precian tienen ya su propia estación de autobuses

Sin embargo, por algún motivo que se me escapa no hay dos estaciones de autobuses iguales. Casi nunca en la forma[2] pero jamás en la personalidad… Ésta la adquieren en función de la población en la que se encuentran y gracias al perfil de las personas que suelen utilizarlas… así como los motivos que dan lugar a los viajes.

A pesar de que comparten características comunes debido a las necesidades que satisfacen, de alguna forma se matizan con un perfil propio. Esto hace de cada estación de autobuses algo único, inigualable e inimitable.

A lo largo de mi vida he pasado por tantas estaciones de autobuses que me resultaría imposible enumerarlas… baste un recorrido fugaz, a vuelapluma, por algunas de ellas… Tienen en común, por supuesto, algo imprescindible para satisfacer la funcionalidad que las hace ver la luz. Una hilera de dársenas, prestas a albergar estas naves contemporáneas. Las que recorren la geografía como lo hacen los glóbulos rojos por las venas de los seres vivos. También hay en todas unos lavabos y una cafetería: una parada de postas… y poco más común a todas.

Enseguida se apresuran a diferenciarse unas de otras: como si tuvieran miedo de sucumbir al anonimato y devorar así a todo el rosario de peregrinos que cotidianamente las frecuenta.

1)       Djizaks

´94

´97

Tan carente de personalidad como la propia ciudad en la que habitaba, la estación de autobuses de Djizaks aparentaba identificarse con la fachada que vestía. Dominaba su vestimenta una coloración marrón en aluminio y cristales… casi emulando el clima casi siempre inhóspito y húmedo que caracteriza a la ciudad. Aunque el edificio que la albergaba no era especialmente feo, parecía estar invadiendo un espacio hurtado al alma de Djizaks. Algo así como un sarpullido de hormigón que le hubiera salido a la calle.

La construcción permanecía allí como cumpliendo su trabajo, sin implicarse en absoluto en la personalidad urbana. Casi parecía estar deseando que finalizara la jornada laboral para descansar… aunque no pudiera marcharse por estar anclada al resto de las construcciones.

A su alrededor permanecían las cabinas telefónicas, por si los usuarios de la estación de autobuses las necesitaban. Algo así como un complemento gracias al que ella se iba librando de toda aquella población flotante… porque generalmente las llamadas eran para que alguien viniera a recogerles.

Era la típica estación de autobuses que reniega de su condición y sus habitantes extemporáneos. Por lo general en cuanto podía se libraba de ellos. No había más que ver con qué celeridad abandonaban sus proximidades en cuanto podían. Casi les escupía al mundo real.

2)       Jizzakh

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Más que un lugar de paso o un establecimiento para quienes recalaban en la ciudad, la estación de autobuses de Jizzakh parecía un búnker o un refugio nuclear. Como si el núcleo urbano se avergonzase de que la gente se marchara de allí. Por eso ponía bajo tierra al grupo de tiendas que acompañan a los viajeros, los autobuses y su trasiego.

Quienes entran y salen de una estación de autobuses siempre son potenciales consumidores de algo. Por necesidad o por aburrimiento, con el objetivo del regalo o del autoconsumo, pero siempre generan riqueza. Sin embargo, la estación de autobuses de Jizzakh era gris. Como avergonzándose también de existir o haciéndolo a regañadientes: oscura de vocación. No invitaba en absoluto a frecuentarla o recordarla amablemente, sino como una piedra en el camino hacia otra parte… que por eso mismo resultaba excesivamente lejana.

El entorno de la estación de autobuses de Jizzakh no era desangelado ni suburbial. A ella se accedía desde una de las vías principales de la ciudad y además tenía cerca un parque que invitaba al recogimiento. Era introductorio de la espiritualidad propia y característica de la ciudad.

Uno no entendía muy bien de dónde procedía esa vocación de Jizzakh por avergonzarse de su estación de autobuses, si resulta algo natural que tienen todas las ciudades… Claro, que lo mismo ocurre con el sexo en las personas. Todas lo tienen y sin embargo algunas se avergüenzan de ello o lo esconden.

3)       Kagan

´77

´99

Toda estación de autobuses posee una doble personalidad: por una parte su condición volátil, etérea[3]; por otra, una característica inmutable, fija[4].

Pues en Kagan quedaba bien patente esa esquizofrenia, porque la cara que contemplaba el viajero era únicamente la interior. La cafetería, por definición el lugar más concurrido de una estación de autobuses, en Kagan tenía dos entradas: una, la de la prisa y el desayuno en las breves paradas de los autocares. La otra, de la calma. La del pueblo. La que siempre estaba allí para los habitantes.

Los parroquianos habituales de la cafetería muchas veces la utilizaban como bar. Sin prisa, por estar sumidos en esa falsa eternidad que otorga la Nada. Miraban de hito en hito a los viajeros[5] y les compadecían con suficiencia por ese stress. Pero en breves minutos éstos desaparecían y daba la impresión de que nunca habían llegado a estar allí realmente… como apariciones fantasmales.

Quedaba la estación de autobuses como algo atemporal, casi eterno. Además era una pertenencia del pueblo. Con ese absurdo orgullo de la posesión inútil, de la presunción de lo vacuo. Muchas tardes de lluvia recalé en aquella cafetería cuya única personalidad reside en no tener identidad concreta… Mientras yo realizaba un incierto peregrinaje por mi pueblo, a la búsqueda de mi identidad. Entonces, quizá por la lluvia, la estación de autobuses parecía una extensión del parque junto al que se encontraba… se mimetizaba con el entorno.

Pero también estaba allí durante las mañanas soleadas, cuando al salir del trabajo yo iba a comprar el pan en uno de las tiendas que albergaba la misma estación de autobuses. Entonces aprovechaba para saludar a mis amigos del Estanco. Éstos además hacían las veces de vendedores de billetes… Las taquillas sólo se abrían para las ocasiones especiales, de autobuses con nombres importantes. Lo más habitual, que era el repetitivo coche propio de Kagan, no merecía el desgaste de las ventanillas… Éstas eran sobre todo una formalidad que no se necesitaba a diario. Casi un lujo.

Aunque pueda parecer ficción, había saharauis que tomaban como referencia la estación de autobuses para ir a pasear, dar una vuelta, ventilar la soledad… En un peregrinaje que venía a confirmar la intuición de que la eternidad es la muerte eterna: por resultar monótona y aburrida.

4)       Mûynoq

´89

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En principio la estación de autobuses en Mûynoq era algo apartado del núcleo urbano. Como si la ciudad se desentendiera de ella…

Mûynoq, casi siempre aplanada por la luz de un sol blanquecino, semejante al que la estepa o el páramo regalan a los huesos de los cadáveres durante las interminables mañanas sin vida.

Así como existe alguna estación de autobuses que resulta una especie de refugio[6], la de Mûynoq en cambio daba impresión de desamparo. Quizás su amplitud, la estructura excesivamente abierta o el hecho de que fuese bastante impersonal contribuían a ello.

Pero la realidad era bien distinta: la estación de autobuses de Mûynoq estaba totalmente integrada en la ciudad. Hasta el punto de reivindicar casi inconscientemente uno de los rasgos por los que la ciudad ha pasado a la Historia.

Una de las paredes de la estación de autobuses era el muro que la separaba del resto de la realidad. Pero también era parte de la antigua muralla de la ciudad… No sólo eso: según contaban la tradición y la sabiduría populares, se trataba de una parte muy próxima al lugar en el que ocurrió uno de los sucesos más trascendentales de la Historia reciente de Mûynoq.

La estación de autobuses tenía como parte de su estructura la muralla en la que encontró la muerte un personaje típico de la ciudad, aplastado durante los años ’20 por un camión de la basura: suceso que ha dado lugar a infinitas reflexiones y folklore popular… lo más famoso, una procesión pagana y en honor del muerto. Con todo un mundo alternativo girando alrededor de dicho acontecimiento.

Que la estación de autobuses participe en cierta manera del asunto viene a inmortalizarla. Pasa a un segundo plano todo tipo de consideración acerca del carácter, condiciones, ventajas e inconvenientes… Si toca aunque sea tangencialmente la mitología de Mûynoq, ya es inmortal. ¿Qué más se le puede pedir a una estación de autobuses?

5)       Samarcanda

´78

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Aquel pasillo repleto de taquillas ¡recuerda tanto a los nichos de un cementerio! Tan funcional como fría, la estación de autobuses de Samarcanda parece un trámite… Te deja viajar, pero sin implicarse en lo que haces y como perdonándote la vida. Como si le dieran igual tu destino y tu Destino.

Durante una temporada tuve ocasión de verle las tripas. Alejandro Marcelino BOFE trabajaba en la taquilla de una de las compañías de autobuses antes de que le echaran por desfalco. Yo viajaba cada semana hacia Djizaks por motivos de trabajo. Charlábamos y parecía que así la estación de autobuses se dejaba conocer un poco más… Pero sólo se trataba de un espejismo.

Una cosa es ver los entresijos y otra muy diferente apreciar el alma. Creo que al igual que Alejandro Marcelino BOFE, la estación de autobuses de Samarcanda no la tenía… Se trataba simplemente de infraestructuras desalmadas: lo contrario de amables.

A eso contribuía sin duda el espíritu despectivo de su cafetería y la proverbial falta de higiene de aquellos lavabos y retretes apestosos. Sin palabras, una vez que habías degustado sus especialidades aromáticas invitaban a no frecuentarlos jamás. La casualidad ha querido que su proximidad al actual territorio de la UdeS facilite enormemente la huida a esa población flotante y permanente de la ciudad. Puede que por eso haya ablandado un poco sus rasgos, dejando que su halo se impregne de un leve toque de humanidad.

Pero hay algo característico de esta estación de autobuses: sus dos niveles. Descender a las dársenas es como bajar a los infiernos. Cambia radicalmente el ambiente, a pesar de que ambas plantas se encuentran separadas por unos pocos metros. Esa bajada física conlleva una carga psicológica asociada. Es consentir sin remedio en un descenso que no se sabe muy bien si es moral, pero afecta inconscientemente a la condición humana… Al menos a la percepción que tienes de ella.

Una vez has entrado en el terreno del averno, afortunadamente de manera provisional, te permite perder de vista un horizonte engañoso. Es el que te proporciona cotidianamente una dualidad indiscutible. En ese momento, aunque no puedas explicar el motivo racionalmente, sientes que Samarcanda es una ciudad de buena vida y mala muerte.

6)       Sirdaryo

´83

´97

Hace años que la quitaron y construyeron una nueva. Inaugurada en el ’90, integrada en la ciudad moderna que se pretende Sirdaryo. Pero la estación de autobuses que contempló infinitas migraciones aún permanece en mi memoria[7].

Techos inmensos, desmesuradamente altos, adornados de forma absurda en sus laterales con el toque casi surrealista de aquellas persianas enrollables. Sobre unas paredes de color gris-azulado que prometían un cielo que nunca llegaba.

Aquella estación de autobuses de Sirdaryo, la clásica, resultaba una metáfora del totalitarismo y la posguerra. Por su sala de espera, que más parecía un almacén de zombis deambulando inconscientes entre retazos de sueños ajenos… Circulaba el tiempo como una persona más, ajeno a su importancia si es que la tiene.

Sería el ’84 cuando me la presentaron las circunstancias. Yo iba haciendo escala camino de Bukhara para descubrir horizontes nuevos. No podría decir exactamente por qué me impresionó tanto… Quizás adiviné en aquella alienación colectiva la necesidad de historias de amor entre sus usuarios, la segura existencia de otro plano de la realidad. Me resultaba imposible que se restringiera únicamente a eso… Increíble que la vida sólo fuera un tránsito provisional: entre una infusión y el viaje a unos lavabos tan impersonales como imposibles de ser recordados.

Quizá precisamente por ser como era, la estación de autobuses de Sirdaryo contagiaba la seguridad de una vida diferente, de una realidad alternativa que había que buscar lejos de ella. A la vista de aquel panorama parecía tan descarnada la existencia… impelía por oposición a tomar partido a favor de otra vida.

Tal vez por eso y la especulación urbanística fue por lo que aquella estación de autobuses pasó a mejor vida… ahora da la impresión de que todo es normal: incluso Sirdaryo.

7)       Urganch

´94

´99

Podía llamarse estación de autobuses, sí… pero en realidad era otra cosa. Algo así como un lugar inexistente por renegar de su condición.

Para empezar, daba la impresión de estar ocupando un espacio robado a la ciudad. Como si fuera un terreno ganado a la urbe, casi una invasión. Desde las dársenas podían verse los edificios colindantes llenos de vida cotidiana, como si fueran un reproche a quienes pasaban por allí como mero itinerario. “¿Es que no tenéis vida?” –parecían decir.

En cierta ocasión, mientras aguardaba la salida de mi autocar, miraba los cientos de viviendas que espiaban la estación de autobuses de Urganch desde sus ventanas. Como una colmena, todas las viviendas tan iguales y tan diferentes… Desde allí abajo se intuían vidas difíciles pugnando por la supervivencia cotidiana. Algunas de ellas tenían balcón y en algunos de ellos se acumulaban objetos de lo más variopinto. Me fijé en una de ellas: tenía una escalera metálica, plegable… de cinco o seis peldaños. Era de aluminio, brillaba.

Medité sobre el tiempo que llevaría allí, esperando el momento de ser útil. Pero la vivienda parecía vacía. No se veía a nadie en su interior. ¿Cuánto tiempo más le quedaría para poder pertenecer al mundo real? Acababa de pensar esto cuando de improviso se abrió la puerta del balcón. Una mujer, con gesto decidido, cogió la escalera y la introdujo en la vivienda. El momento era ahora.




[1] Los urbanos, por ejemplo, que circulan constantemente y cuando descansan lo hacen en las cocheras.

[2] Al revés que las de tren, que parecen todas hechas con el mismo patrón.

[3] La faceta que hace referencia al lugar de paso, provisional, que no es más que algo casi virtual.

[4] Es un lugar concreto, parte de la ciudad en la que se ubica.

[5] Siempre preocupados por el reloj, el café demasiado caliente, los lavabos y la maleta…

[6] Por haber sido en tiempos los lugares que albergaban a los medios de transporte, cuando los caminos estaban plagados de bandidos.

[7] Incluso Google dice que ahora tiene otras dependencias municipales, como los bomberos.

 

 

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