Hematuria

     

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Un hecho puramente físico, pero con implicaciones suficientes y tentáculos infinitos… Capaces de alcanzar cualquier ramificación metafísica. De repente, todos los papeles llenos de sangre: casi un asesinato.

Lo que había sido mi vida hasta entonces, desmoronado de improviso por ese derrumbamiento absoluto. Significa tomar conciencia de una constante amenaza de muerte, que te acompaña a todas horas y todas partes… Va dentro de ti: no es externa, sino que aflora desde el interior.

Durante la hematuria, una sensación de que la vida no es algo que te está pasando, sino un espectáculo al que asistes desde tu cuerpo, en primera fila. De forma trágicamente privilegiada.

Enseguida, claro, la peregrinación por los centros de salud (centros de enfermedad) y ponerme en manos de los especialistas. Las pruebas pertinentes hasta diagnosticar que se trataba de una simple prostatitis. Inflamación de la próstata asociada a prácticas no recomendables durante las relaciones sexuales: la llamada “marcha atrás”…

En otras palabras, la conjunción de dos problemas casi pueriles. De un lado, la vergüenza o falta de costumbre en el famoso acto de la compra de condones. De otro una evidente desinformación y falta de educación sexual acerca de los riesgos que conllevaba dicha práctica. Si a eso le añadimos que en ocasiones combinaba mis actividades sexuales con la ingestión de alcohol, un vasodilatador, el resultado era ése: una bomba de relojería con resultado sangriento.

Durante aquel rosario de especialistas pasé por infinidad de despachos y consultas… Parecía una maldición que no terminaba nunca. En una de ésas, por ejemplo, me encontré con un equipo de tres o cuatro médicos parapetados tras una mesa. Me preguntaron detalles de la dolencia para intentar atajarla. La mente preclara de una de las integrantes comentó taxativamente: “Si te ocurre cuando tienes relaciones sexuales, la solución es sencilla: deja de mantenerlas”.

Al rato de haber salido de la consulta, pensé que por fortuna no me ocurría después de respirar o de comer… ¿qué me habría dicho en ese caso?

En resumidas cuentas, desde los primeros síntomas a finales del ’91 hasta que dejó de sucederme definitivamente, allá por el ’98: pruebas[1] para descartar patologías. Los episodios de hematuria se contaban por docenas. A veces también incluían hemospermia y tenían lugar en las más variadas circunstancias. Hasta el punto de resultar imprevisibles.

Por ejemplo, recuerdo algún episodio en casa de Dolores BABÁ. Parecía una pesadilla: meando sangre de color rojo vivo en aquel inodoro verde. También en bares, en casa, en el campo… la carga emotiva del asunto era aprender a vivir con aquella permanente espada de Damocles pendiendo sobre mi cabeza.

Si hubiera sido algo automático, la cosa era sencilla… ya sabría a qué atenerme. Pero era imprevisible. Algo así como una sorpresa aleatoria cada vez que iba a mear. En ocasiones sin sexo previo ni causa aparente, también se reproducía el hecho… Yo ya no sabía cómo tratarlo.

Entre beber y follar, los curas suelen elegir lo primero. A mí la vida me lo planteó como disyuntiva exclusiva… y elegí lo segundo.

Hasta que aprendí a hacer vida normal. Ponía cuantas medidas estaban en mi mano para atajar el asunto, pero ni así. Recorrí consultas privadas en Tashkent, cromoterapeutas en Samarcanda, sanidad pública en Zarafshon, Kagan, Samarcanda… ¡qué sé yo lo que llegaría a recorrer durante aquel viacrucis!

Aconsejado por Joaquín Marqués, mientras trabajaba en Angren… visité a un naturópata. Era Ignacio TACO. Siguiendo sus indicaciones hice un régimen depurativo y practiqué dieta vegetariana un par de años, entre el ’94 y el ’96. Sin embargo parecía que todo era inútil o casi. Los episodios seguían repitiéndose con una cadencia imprevisible… A pesar de que hacía vida sana y tomaba remedios alternativos. Era como si mi cuerpo se rebelara contra algo pero no pudiera explicar de qué se trataba. Como un bebé sin palabras para transmitir el mensaje.

Recuerdo, por ejemplo, el horrible verano del ’92. Entonces sólo me faltó expulsar sangre por las orejas… el resto de mis orificios naturales sangraba sin control[2]. También recorrí balnearios, países extranjeros y lugares de lo más variado… No sé si huyendo de la realidad o buscando algo. Supongo que una solución mágica para aquella mágica maldición.

Finalmente la encontré… quiero decir que debí de encontrarla, porque con el tiempo y las mil medicinas[3] aquello se acabó convirtiendo en Historia el año ’98.

La desaparición de los episodios de hematuria coincidió con el final de mi relación con Dolores BABÁ ¿Se trató de una casualidad o fue una relación causal… y finalmente aquella solución emocional vino a calmar las mudas solicitudes de mi cuerpo?

Esto forma parte de los misterios de la Medicina. Por muy científica que sea, en su base arranca de creencias mágicas. Relacionadas con una concepción del cuerpo que va mucho más allá de lo puramente mecanicista.

Lo cierto es que el asunto de mear sangre puede ser entendido como metáfora o como literalidad… Cuando a partir del ’91 pasé a formar parte de ese colectivo a quienes alguna vez les ha ocurrido, casi involuntariamente rastreé mi memoria:

1)          La primera vez que lo había oído, se me quedó grabado como un aviso para navegantes. No tendría yo más de 12 años. Era un libro titulado así: Mear sangre, escrito por un boxeador de moda en la época. Evidentemente hacía referencia a algo puramente físico derivado del maltrato al cuerpo.

2)          Unos años después… un amigo de instituto de Valentín Hermano contó que en cierta ocasión le había ocurrido. No sé por qué se me quedó grabado en la memoria… como un anticipo de futuro. Aquel chaval probablemente también sufrió la consecuencia de prácticas sexuales inadecuadas… Él acabó licenciándose en Medicina.

3)          Aproximadamente seis años más tarde el asunto volvió a aparecer en mi campo perceptivo… visual esta vez. Sería sobre el ’86: un episodio de la película El declive del imperio americano

Poco después, cuando empecé a formar parte de ese colectivo de gente que folla[4] me vi inmerso en semejante grupo de riesgo. ¡Quién sabe! Quizás este último factor también tuviera algo que ver en el asunto… Lo cierto es que durante aquella época que va del ’91 hasta el ’98 aprendí infinidad de perspectivas alternativas a mi propia vida. Por ejemplo, y ésta resulta harto curiosa… en el colmo de la radicalidad: llegar a devenir escéptico incluso de mi propio escepticismo… Muchas veces, casi sin darme cuenta, me sorprendía a mí mismo musitando el nombre de un monje del que era devota Paquita Madre… la sonoridad de cuyo apellido se había fijado involuntariamente en mi memoria. Mientras meaba pensaba “Alpandeire” como un conjuro, como encomendándome de forma inconsciente a la intercesión de aquel hombre al que no conocía… ante unas instancias en las que no creía.

Sin duda una lección del funcionamiento caprichoso e involuntario del inconsciente. Un ejemplo diáfano de que el escepticismo bien entendido empieza por él mismo.

En todas las vidas hay un punto de inflexión. A veces pasa desapercibido, otras no se reconoce como tal… En ocasiones sólo tras mucho reflexionar y analizándolo tiempo después, consigue darse con él. Si no ha llegado aún, a esa vida le falta un punto de maduración… que quizá sea necesario forzar. Sin él no hay crecimiento real. Aunque puede darse a cualquier edad. Desde ese día nada vuelve a ser lo mismo, porque ha cambiado la lente con la que todo se examina: la mente.

En cualquier caso el asunto de la hematuria significó para mis hábitos de vida un toque de atención que probablemente fuera la razón última, el significado real de toda aquella tortura. En definitiva: abandonar prácticas tan habituales como nefastas para la salud, que se encontraban instaladas en mi vida…

Episodios excepcionales en algunas existencias que por tanto pasan desapercibidos. En mi caso llegaron para quedarse unos años y troquelaron mi juventud de manera tan peculiar como aleccionadora, tan irrepetible como poco recomendable para nadie. Sin embargo, durante aquellos años aprendí a convivir con la posibilidad constante de una amenaza de muerte: la vida misma.

Lo importante no es lo que a uno le pasa, sino cómo se lo toma. Siempre he sido de esta opinión… Creo que se trata de una conclusión a la que llegué yo solito hace muchos años. Aunque bien pudiera ser que la recogiera de alguna parte. En todo caso, basta comprobar lo cierto de la afirmación con la propia experiencia de cada uno, simplemente.

Hay a quienes el vuelo de una mosca les trastorna de manera brutal e irreversible, sin que se sepa a ciencia cierta el motivo… O se conoce pero resulta inevitable. En el extremo opuesto se encontrarían aquéllos que asisten impávidos a un hecho brutal. Por ejemplo, que un ser querido muera en sus brazos. Como referencias drásticas, ambas resultan poco menos que incomprensibles… Sin embargo, se han dado casos de ambas o sus equivalentes.

De ahí que en mi opinión parezca fundamental la afirmación anterior. Lo importante no es lo que a uno le pasa, sino cómo se lo toma. Pero más importante aún sería un aprendizaje vital encaminado a asimilar las emociones[5]. No ocultándolas o controlándolas. Simplemente aprendiendo a integrarlas en la propia vida como parte inevitable de la misma… Convivir con ellas y los acontecimientos que nos puedan ocurrir, por muy drásticos que éstos sean.




[1] Analíticas, controles, medicación… un listado infinito de dolores de cabeza.

[2] Úlceras nasales, hemorroides…

[3] Alopáticas y homeopáticas, naturistas y demás.

[4] Evidentemente tarde, porque no perdí la virginidad hasta los 26.

[5] Por llamarlo de alguna manera.

 

 

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