Los ancestros - Ruta de Tales

   

Mûynoq

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LOS ANCESTROS ‘88

La Antropología era el motivo. Visitar las construcciones antiguas y de población autóctona que se conservaban en aquella zona de Mûynoq, destinadas a habitáculos de supervivencia para los pastores. De planta redonda, techos elaborados con paja[1] y paredes de piedra… Todo muy rústico o como suele decirse con ironía, pero que viene muy al caso “bucólico y pastoril”.

No entraré a valorar el asunto desde un punto de vista científico. Simplemente diré que aquello era una excusa para un día de asueto. Paseo por el campo y ventilar la tontería académica que por lo general ocupa los cerebrines de quienes rondan los veinte años de edad y se encuentran en el mundillo universitario.

Aparte de que el evento estaba organizado y promovido por MARUJO, lo que da una idea bastante exacta de que el contenido científico de aquello brillaba por su ausencia. No sólo eso. La fijación de aquel hombre con Los ancestros[2] rayaba lo enfermizo, pues vinculaba directamente la nota final del curso con el hecho de haber realizado la excursión… Hasta el punto de que los conocimientos de Antropología resultaban paradójicamente secundarios.

Había incluso algún caso de gente que incluso habiendo hecho los exámenes correctamente, suspendió la asignatura por el mero demérito de no haber ido a Los ancestros. Creo que Caco era uno de estos ejemplos.

En otras palabras, MARUJO era así. Organizaba su asignatura como si fuera un grupo de la parroquia que debía seguir sus directrices al pie de la letra. En caso contrario, si te negabas a tragar esa rueda de molino, ya sabías a qué atenerte. Así que lo mejor era plantearse el asunto como una excursión en la que divertirse y hacer un poco de deporte en un entorno diferente. Acompañados de las buenas gentes de la clase… si no querías una declaración de guerra con aquel espécimen abominable en todos los sentidos.

Así que un buen día del ’88 nos dirigimos en autocar hacia la zona. Cánticos al estilo de las excursiones adolescentes[3] y paciencia hasta llegar al destino. Los integrantes del colectivo estudiantil eran en mayor número procedentes de Pedagogía, pues también caían bajo el yugo de MARUJO. Así que el viaje era poco menos que deprimente… más que nada por el ambientillo complacido en aquel espíritu parroquial que se respiraba.

Nosotros, los de Filosofía, habíamos hecho una especie de ghetto al final del autocar… allí se podía charlar tranquilamente sobre temas interesantes. Lo demás era el reino de la superficialidad.

Aproveché que había llevado mis cintas de cassette de cantautores y durante un rato pudimos escucharlas a través de la megafonía del autocar… pero bien pronto se impuso la pachanga pedagógica y lo mío pasó al cajón de los olvidos. Por eso de vez en cuando les reprochaba su actitud intolerante, chabacana y falta de gusto musical, gritando desde el fondo del autocar: “¡Cabrones!” Como una letanía recordatorio de su impresentabilidad o una especie de voz de la conciencia que viniera cadenciosa a recordarles lo que eran en esencia. De aquel episodio Julián Sócrates me adjudicó el apodo, pasando a llamarme para los restos Ernesto Cabrones.

Íbamos camino de otra dimensión, de montañas y aguardientes. ¿Lo habrían explicado igual desde otro punto de vista, los cabrones que quitaron a mis cantautores, por ejemplo, o las ninfas que contemplaban mi misantropía saliendo por la ventanilla?

El día estaba lluvioso, pero no hacía frío… así que nos pusimos en marcha… Tras una buena caminata y la degustación visual de aquellas construcciones arcaicas[4] fuimos a parar a una especie de restaurante casero en el que estaban esperándonos para dar buena cuenta de unas empanadas al estilo de Ghijduwon que nos supieron a gloria. De hojaldre y rellenas de apetitosas viandas.

Poco más. La visita a una herrería tradicional puso la guinda a aquella inolvidable excursión que también había incluido pasear entre la lluvia por algún pueblecito. Núcleos urbanos repletos de esa candidez e inocencia que sólo pueden contemplarse en estado puro cuando la civilización sólo es una mala idea, un mal rastro.

RUTA DE TALES ‘89

Aprovechando el tirón de todos aquéllos que nos prestábamos a semejante pantomima, con motivo de la Antropología de Quinto curso, MARUJO volvió a poner entre la oferta de su agencia de viajes particular otra excursión. Ésta era más deportiva, porque consistía en recorrer a pie la ruta del río Tales, que resultaba atractiva como forma de ventilar las neuronas.

Así que para allá que fuimos. El paisaje sin duda merecía la pena y resultaba ciertamente saludable. Pero aquello nada tenía que ver con la Antropología por mucho que MARUJO se empeñara en traer por los pelos justificaciones que caían por su propio peso.

El simple hecho de compartir momentos tan gratos con gente de la clase ya hacía de la excursión algo atractivo. No recuerdo dónde hicimos noche, pero dormimos en tiendas de campaña. Allí salieron a relucir, por supuesto, las tendencias y las querencias de los machos filosóficos en pleno apogeo… pretendiendo apretones que casi nunca se llevaron a cabo. Filósofos en su tinta, dominados por el pensamiento único. Sin duda deprimente, a pesar de que a raíz de los intentos llegara a salir bien alguna de las pretensiones que circulaban por aquellos lares.

Aunque yo por deseo y por tendencia habría hecho algo parecido para acercarme a Minerva GOMA[5], el ambientillo me resultaba tan patético… El solo atisbo de la imagen que yo podía proyectar hacia fuera hizo que la inacción se apoderase de mi voluntad: aunque sólo fuera por decoro.

De ahí que durante la hoguera de campamento típica y nocturna, que hermanaba espíritus al abrigo de una oscuridad incitante, me limitara a disfrutar del alcohol y el espectáculo. Aquello sí que fue una lección de antropología en estado puro.

Ver las evoluciones del personal con sus diferentes objetivos y pretensiones… resultaba un abanico aleccionador. ¡Qué simple puede llegar a ser uno en determinadas circunstancias, cuando desaparecen los disfraces y quedan desnudas las prioridades!

El paisaje no tenía desperdicio… era algo así como una confesión sin palabras, en grupo y con las inhibiciones por completo desterradas.

MARUJO tardó bien poco en estar completamente borracho. Hasta el punto de que casi cae al interior de la hoguera… También hubo quienes querían acercarse al pueblo más cercano con intenciones de ligar… ¡qué sé yo! Un desbarajuste manifiesto que prometía incrementar la depresión de cualquiera. Me fui a dormir. Aquello era superior a mis fuerzas.

Suerte que el día siguiente llegó para merecer la pena. Entre gargantas y desfiladeros… aquel paisaje transportaba, ciertamente. Fueron muchas horas de caminata, pero la principal ventaja del monte era el silencio. Podías ir caminando tranquilamente, sin tener que hablar con nadie. A medio camino, un descanso. Remojar los pies en el agua helada resultaba una reconciliación con la naturaleza, sin duda.

Pero planeaba en el ambiente una amenaza impersonal. Algo relacionado con el diablo, que sembraba la inquietud en el ánimo. Se trataba del espíritu de Caín, sin duda. Quizás fuera el revulsivo necesario para encarar la segunda parte del camino, tras unos bocatas reconstituyentes.

Al llegar al objetivo, al final del trayecto… se mezclaba la luz amarillenta del atardecer con el verde dominante. Regalaba para la vista una recompensa que bien premiaba el esfuerzo. Casi olvidado el pequeño detalle de ser hombre en medio de una Naturaleza que merecía mejor suerte que estar en manos de esta ingrata especie.

Así se fue apagando también esta excursión. En realidad sólo había sido una segunda parte, una prórroga. Al final del examen de Tercero, mientras sonreía malicioso por saberse dueño del mango de la sartén, MARUJO nos había dicho: “El año que viene, la Ruta de Tales”… No quedaba nada claro si aquello había sido una promesa, un chantaje o simplemente una amenaza. Aviso para navegantes de que con los exámenes no bastaba.




[1] De donde les venía el nombre.

[2] Una tradición que llevaba practicando ya unos cuantos años.

[3] Tampoco nos separaba gran distancia temporal del asunto.

[4] Con alguna anotación (pretendidamente intelectual) de palabra por parte de MARUJO para demostrar su hipotética gran inteligencia.

[5] Quien también formaba parte de la expedición.

 

 

Sonido

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