Navidad

   

Samarcanda

 

´87

             

 

La llegada de las vacaciones era la crónica de un aburrimiento anunciado, porque significaba la desaparición de toda la gente de clase oriunda de fuera de Samarcanda. Tanto en verano como en cualquier otra época de asueto académico, se replegaban a sus respectivos lugares de origen. Dejaban la ciudad en manos de los impresentables maracandeses: conservadores, adocenados, apolillados… y a mí esta situación me dejaba en una posición de desamparo, porque los compañeros de allende la estepa más inmediata significaban la mentalidad abierta y necesaria para poder respirar. Eran el horizonte: ese lugar en el que la vista descansa cuando lo inmediato se vuelve inhóspito, insoportable.

Por fortuna había también algunos elementos de la clase que al igual que yo tenían atada a sus respectivos pies la bola de una condena que les impedía levantar otro vuelo que no fuera el de la imaginación y el sueño[1].

Investigar y estudiar cualquiera de las asignaturas despertaba enseguida al artista que mi persona llevaba dentro. Éste se encontraba en su elemento natural (salsa, tinta, alcohol…) en cuanto tenía que elaborar un trabajo académico. Pero también al revés: cualquier situación, por muy simple o plana que pareciese, enseguida –como por arte de magia– devenía inspiración para llevar a cabo cualquier trabajo. Inmediatamente la labor académica se descubría a caballo entre investigación y creatividad. Casi sin darme cuenta, el horizonte se iluminaba con aquellos objetivos intelectuales que hacía míos. Los interiorizaba hasta convertirlos en paisaje. Como yo, la mayoría de la gente de mi entorno: toda una bendición desde el punto de vista académico.

Algo así ocurrió durante aquella navidad del ’87. Araceli BÍGARO nos dejó las llaves de su piso para que fuéramos de vez en cuando… No recuerdo el motivo, algo de regar plantas… porque aún no tenía gatos. Pero casi imperceptible, involuntariamente, aquella casa se convirtió en lugar de reunión para Eugenio LEJÍA, Alejandro Marcelino BOFE y yo. Alguna vez creo que también vino Valentín Hermano, pero el asunto era entre nosotros tres.

Al calor del Shine on you crazy diamond y otras canciones de Pink Floyd, nos juntábamos durante aquellas tardes más o menos inspiradas. Charlábamos amigablemente mientras íbamos contemplando el atardecer por la ventana de la habitación de Araceli BÍGARO… unas tardes regalándonos crepúsculos que nosotros aderezábamos con imaginación y alcohol… Algunas veces, un poco vencidos por el hastío de la ausencia de gente interesante, coqueteábamos con la violencia gratuita. Sorteábamnos algún tipo de lesiones. No sé, recuerdo entre neblinas amenazas con cuchillos, muchas risas cómplices y alguna que otra apuesta absurda.

En una de ésas a mí me adjudicaron como castigo la tarea de leer Ensayo sobre el entendimiento humano de Hume… una actividad que por desgracia jamás llegué a cumplir, a pesar de que me habría aportado infinidad de sabiduría para los años venideros. En fin, quizás porque me vi obligado no lo hice… ¿quién sabe si en otras circunstancias no lo habría hecho voluntariamente?

Lo cierto es que aquellas veladas en ese domicilio ajeno se nos hacían eternas. Pero no por lo largas, que se iban en un vuelo… sino por lo memorables. El piso tenía una especie de magnetismo inexplicable por el cual sus habitaciones (y nosotros con ellas) se veían zambullidas en una espiral de conciencia alterada. Generalmente relacionada con el alcohol. Puede que directamente se tratara de un enclave mágico, una puerta hacia otras realidades, alternativas a ésta.

En aquel mismo piso, a principios del curso ’87-’88, por ejemplo, tuvo lugar mi devolución del préstamo que Araceli BÍGARO me había hecho el año anterior. Cuando el famoso rescate de mi persona, a punto de ser devorada por los tiburones… el rescate llamado ¡Qué bello es vivir![2]

Cuando llegué con el dinero, Araceli BÍGARO generosamente había dicho que eso ya era Historia, que había que preocuparse de otras cosas: por ejemplo, la diversión y los tangos… así que bajamos a comprar unas botellas de Bayley’s y nos bebimos el préstamo, consiguiendo antes la resaca que la borrachera. Aprendizaje para el futuro: utilizar siempre otros alcoholes… el licor de whisky deja la boca como una esponja o un estropajo.

Aquella casa proporcionaba las charlas entre café y buen rollo, con la ambientación de un incienso que prometía futuro. Sin duda el lugar se prestaba a esos experimentos de conciencia, por así decirlo era un pozo receptivo. Por allí circulaba también Mari Cruz Ref. Araceli BÍGARO, compañera de piso de Araceli BÍGARO cuya mayor virtud al parecer era follar, aunque fuera fea… de ahí que estuviera Seco Moco cerca del asunto. La pobre llegó a necesitar un método anticonceptivo que hasta mis oídos llegó sólo como una noticia de segunda mano. Algo así como un aborto entre lágrimas del que no llegué a saber más.

Por suerte bien pronto pasó aquella navidad del ’87; adherido a las paredes quedó el recuerdo de mis visitas, entre artificiales luces amarillas, crepúsculos de alcohol, Pink Floyd y complicidades contraculturales.




[1] Casi siempre plasmados en la actividad intelectual a medias entre el estudio y la creatividad, porque ambos resultaban ser dos caras de una misma moneda.

[2] Véase 598

 

 

Sonido

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