Leandro Francisco

CASO

 

Kagan

´94

´98

474

             

 

El doble significado, el doble valor de la mediocridad. Es la cobardía de elegir unos límites para saberse en el terreno propio, sin arenas movedizas… pero también sin horizonte. El significado último del conformismo. Lo que se conoce y se abarca, se domina. Pero así se renuncia a lo ignoto, a cualquier posibilidad de aventura. Ésta fue la apuesta de Leandro Francisco CASO cuando hace muchos años decidió parapetarse en el pueblo. Hacerse fuerte en su debilidad: ser cabeza de ratón.

En su juventud había estudiado en Samarcanda, hace ya infinitos años-mente. Uno de aquellos días llamó a sus padres por teléfono. Para comunicarles[1] que había decidido suicidarse y quería despedirse de ellos con dulzura.

Esto se lo contaron después, porque Leandro Francisco CASO ni se acordaba de aquella sesión de franqueza que le había invadido gracias a la borrachera. Pero sus padres, preocupados con razón por el futuro de su hijo, aquel mismo día fueron a buscarle[2] y le devolvieron ya para siempre al albergue ancestral. Al clan. La familia, el pueblo, los amigos bajo control.

Así terminó para siempre la aventura de Leandro Francisco CASO en el mundo exterior. Después vino lo que podríamos llamar una vida normal. Entre el caciquismo político, los negocios de poca monta y sus inquietudes artísticas[3]. Además se casó con una chica blanda y comprensiva. Una conserje que no le dejase nada al mundo del azar, no fuera a ser que en alguno de sus raptos de lucidez le diera por romper el contrato de la hipoteca. No de la vivienda, sino de su vida entera.

De esta forma fue como Leandro Francisco CASO llegó a convertirse en cabeza de ratón. Es decir, alguien de fama y renombre entre los infinitos conformistas que habitan Kagan. Casi como un proceso natural se fueron añadiendo a su proyecto unas cuantas mediocridades más, complacidas de serlo. Leandro Francisco CASO y toda esa gente que un día pensó: “dejadme en paz con mi mediocridad”.

Leandro Francisco CASO era una especie de emperador en zapatillas. Con mucha pomposidad aparente y muchas ínfulas que se desinflaban a la primera de cambio… porque no soportaban el más mínimo control de calidad. En eso consistía su aventura de farol, su genialidad de pacotilla. En hacerse rey de los ciegos, como todo tuerto que se precie y sepa aprovechar la coyuntura.

Le conocí en el ’94, a raíz de mi estancia laboral en Kagan. Durante una buena temporada colaboramos literariamente en Los cuadernos del Soplagaitas y países satélites. Aunque su irrenunciable espíritu saharaui siempre me hizo desconfiar de su tarea, en el mejor sentido de la palabra. Desconfiar de que Leandro Francisco CASO pudiera arriesgarse más allá de su fachada asumida, hasta llegar a enfrentarse consigo mismo… en ese territorio sí que nos habríamos encontrado.

El clímax lírico de mi relación con Leandro Francisco CASO fue un poema que le dedicó a Agustina HUMOS… íbamos de cañas poéticas por las calles de Kagan: ella saltó sobre mi espalda para desfilar un rato con estilo desenfadado y quijotesco. Para Leandro Francisco CASO fue la excusa perfecta. Versos que hablaban de una tarde de bragas negras, allá por el ’94…

Pero la nuestra no pasó de ser una relación literaria que se sostuvo con pinzas. Tras la excursión a Andijon, estaba cantado que a la primera de cambio la cosa saldría por peteneras, como así fue.

Un par de años colaborando dieron sus frutos, pero aquello tenía los días contados. Lo vi claro cuando La Tapadera se puso en marcha en Samarcanda y existió una posibilidad real de colaboración… que nunca se llevó a cabo. Era un radio de acción demasiado amplio para su cascarón. Leandro Francisco CASO se quedó en su mesa-camilla. En Kagan, contemplando las tardes grises y hostiles… una tras otra, viéndolas desfilar desde su guarida de comerciante progre con ínfulas de artista. Con su página web y su currículum, claro. Cosas que se puedan hacer desde la tienda, sin salir del pueblo.

Por allí sigue Leandro Francisco CASO, agazapado tras su literatura como un comerciante.




[1] Desde la desinhibición y la sinceridad que otorga la embriaguez. Gracias al desparpajo del alcohol.

[2] Una hora de viaje sirvió para arreglarlo todo.

[3] Siempre que no traspasaran las fronteras del control y el autocontrol.

 

 

Sonido

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