Andijon

´95

360

         

 

Ante todo se trataba de salir del mundo real: éste tan necesitado de poesía en el buen sentido de la palabra. Para eso nada mejor de lo que estaba a mi alcance en aquellas fechas, la oportunidad única que se me presentaba: una convención poética de “editores independientes y ediciones alternativas” programada en Andijon y a la que estaba invitada la publicación en la que entonces colaboraba, Los cuadernos del Soplagaitas.

Aunque aquel año las circunstancias laborales hubiesen dado con mis huesos en Angren, mantenía contacto con Leandro Francisco CASO y la invitación resultaba tentadora: aprovechar la ocasión para hacer una excursión literaria al otro extremo del país. De una punta a otra, nada menos que desde Qûqon hasta Andijon. Muchos kilómetros… que para mí empezaron siendo en autocar hasta Samarcanda… pero una vez allí, estaba todo coordinado con Valentín Hermano como conductor y Nito como acompañante.

El resultado fue un viaje Samarcanda-Andijon ida y vuelta, que resultó ser una auténtica road-movie. No entraré en excesivos detalles por ser el viaje cuestión accesoria, anecdótica y secundaria: lo realmente importante fue aquel intensivo fin de semana (20 al 23 de abril del ’95) en Andijon… todo un aprendizaje humano y divino.

Ya en camino, metidos de lleno en el itinerario, tuvimos algún acontecimiento clarificador sobre la condición humana en general… y cómo tomársela en concreto. Por ejemplo, la parada técnica en un pueblo de Namangan, donde hicimos acopio de material para el futuro que nos esperaba: compramos unas libretas de bolsillo en las que ir anotando los acontecimientos más relevantes del viaje y las jornadas que nos aguardaban en Andijon.

Mientras estábamos detenidos en la plaza del pueblo, tomando un café y planificando acontecimientos, se acercaron a Nito unos chavales lugareños con no sé qué excusa… fue lo de menos, porque lo verdaderamente importante resultó el diálogo entre ellos. Nito, ante el espectáculo de aquellos críos, era incapaz de contener la risa. “¿Y tú de qué te ríes, cuatroho?” –fue la respuesta del grupillo… La combinación de la h aspirada sustituyendo a la j, la contracción de las palabras, el insulto, el desparpajo: todos los elementos resumidos en una sola palabra desenfadada y tan significativa como aquélla… resultaba un espectáculo incomparable. Nito no fue capaz de resistirse: aquello era hilarante por inaudito. “Cuatro ojos” dicho en otras circunstancias podía haber resultado ofensivo… pero “cuatroho” era humor popular en estado puro.

Nos fuimos del pueblo con el coche lleno de carcajadas, mientras Nito iba narrando los hechos a su manera. Supongo que aquella fue la primera anotación de su libreta, porque le adjudicamos y consintió en desempeñar la tarea de cronista del encuentro de Andijon y sus ramificaciones. Con frecuencia anotó ocurrencias durante esos días, pero el contenido real de aquellos papeles se lo quedó en exclusiva: nunca llegué a verlos… por desgracia, puesto que los acontecimientos de las jornadas siguientes dieron juego, como podrá comprobarse a continuación: me habría gustado contemplarlos pasados por el filtro de su particular visión del mundo.

Continuamos nuestro trayecto y tras episodios de normalidad llegamos a Andijon. Ya había anochecido y aún no existían los móviles, así que buscamos la dirección que previamente nos había facilitado Leandro Francisco CASO para encontrarnos: la misma calle en la que estaba un Albergue, el destino hostelero que nos esperaba… donde teníamos habitación reservada. En la penumbra de aquella misma calle tuvo lugar el encuentro: por un lado íbamos Nito, Valentín Hermano y yo. Allí estaba Leandro Francisco CASO con alguien más. Hizo las presentaciones: “Éste es Valentín, éste Nito y éste Ernesto” –refiriéndose a nosotros… Y por lo que se refiere a uno de sus acompañantes: “Éste es Regaliz”. Extendí amablemente la mano mientras le decía, entre sorprendido y desenfadado: “¡Coño! ¡A ti te la he chupao yo!”. Afortunadamente lo tomó con buen humor. Si su talante hubiera sido distinto, no sé cómo habría reaccionado.

Pero Regaliz era un tipo afable, dispuesto siempre a la risa y presto a contribuir en la medida de sus posibilidades a que las cosas fueran en positivo. A buen seguro su perfil le hizo disfrutar más de aquellos días. Dejando de lado la vertiente poética de Regaliz, que para mi exigente gusto dejaba mucho que desear, resultaba una de esas personas de trato fácil y amigable… nada de las ínfulas que tanto suelen abundar en el mundo de las Letras.

Aquella noche del 20 fue normal: de toma de contacto con el entorno y recuperación de fuerzas tras el viaje. Digamos que resultó relajante en contraste con las otras dos que le sucederían.

Al día siguiente, claro, presentación de las jornadas literariamente hablando: gentes que iban desfilando por una salita muy mona de aforo medio[1] que Andijon había puesto a disposición de los organizadores. Quien llevaba todo el peso del asunto era GUSANO, un señor muy trepa que entonces se iba haciendo un hueco[2] en el mundillo de las letras del municipio: GUSANO, amigo de Leandro Francisco CASO y un gran profesional de la cultura.

Según decían las malas lenguas, se dedicaba a eso porque estaba en el paro: aunque también defendían otros que en su ADN ya llevaba implícita esta vocación, por tener una combinación de nombre y apellido que debidamente entonados sonaban como una ópera italiana.

En cualquier caso bien pronto salieron a relucir diferencias de criterio en nuestra respectiva concepción del mundo de la literatura… aunque por diplomacia e intención de evitar hostilidades, me reservé mis opiniones sobre su cosmología mientras me lo permitió mi estado de conciencia: en cuanto ésta empezó a verse alterada por la explosiva mezcla de alcohol y endorfinas… pues como se verá, el asunto empezó a complicarse un poco.

A medida que los diferentes “editores independientes” iban dando un pequeño piscolabis de ideas para aproximarnos a sus respectivas perspectivas fuera de los ámbitos y cenáculos de la literatura oficialista del régimen… iba quedando patente que la supervivencia de las “ediciones alternativas” en aquel entonces, año ’95, resultaba poco menos que un milagro. Se debía casi siempre a proyectos tan individuales como económicamente suicidas, que se repartían por toda la geografía estatal: sin ánimo exhaustivo, recuerdo que por allí circulaban gentes de prácticamente todas las comunidades humanas de Uzbekistán. Había casos y elementos ciertamente novedosos, arriesgados y vanguardistas. Por desgracia, casi todos compartían la desdicha de no ser profetas en su tierra… ni en las ajenas.

Era un tiempo aún no globalizado, por lo que la intercomunicación entre todos los proyectos allí presentes resultaba algo lento y farragoso: fax, correo y en el mejor de los casos versiones incipientes de webs o correo electrónico. Decididamente, aquel encuentro daba más la impresión de ser una terapia de grupo que otra cosa: altamente beneficioso para los participantes, sin duda… pero con una necesidad de proyección hacia el futuro que chocaba con los circuitos comerciales en boga. Si quiere decirse de otra manera, en Andijon se dieron cita los románticos de las letras en su última versión analógica… Después llegaría todo lo digital, dando al traste con los esquemas característicos del siglo XX.

Cuanto aquí se ha explicado hasta ahora resultaba evidente para quienes formábamos parte del evento, pero no por ello nos desanimaba ni caíamos en la depresión. Más bien nos planteábamos el asunto como un reto para poner en público lo mejor y más divertido de cuanto teníamos entre manos… literariamente hablando.

En las ocasiones que tiene lugar un encuentro de este tipo, el problema viene siendo que la sucesión de singularidades… acaba haciéndose repetitiva hasta el punto de convertir en ordinario lo que de por sí, en un entorno de normalidad, resultaría extraordinario. Por lo tanto supone un reto añadido el hecho de intentar hacer atractivo el propio proyecto entre los profesionales del mundo alternativo.

De ahí que nuestro equipo (Valentín Hermano, Nito y yo) se viera indirectamente presionado a dar el do de pecho: por el camino habíamos ido poco a poco haciendo algunos proyectos, con una tormenta de ideas cuyas nubes llenaban el coche. Anotando posibilidades para desarrollar en un entorno propicio.

1)          Poemas monovocálicos varios:

-Donuts

-Chimos

-Triskis

-Churros + conguitos

2)          POEMudo

3)          Poema interactivo:

Con sabores. Disgustaciones poéticas. Instrucciones para ser comido

4)          Poema comestible

Con diskettes de recuerdo

5)          Macedonia de tangos

6)          Poema luminoso:

Linterna o encendedor

7)          MANIFIESTO TECNÓáCRATA

(A elaborar)

Incluye papel higiénico

8)          Disfraz de camión sin disfraz:

“Escuchad, oh dioses, la voz de esténtor”

Escuchad, odiosos, la voz de esténtor

Es luchad, odiosos, la voz de esténtor

Es luchad, odiosos, la tos de esténtor

Eh, luchad, odiosos, la tos de esténtor

Eh, luchad, odiosos, la tos de este tonto

Tema: “la metacorrupción en la sin-poesía. Disfraz de camión sin disfraz y sin camión”

9)          Actualización de poemas clásicos:

-Aleixandre aún sigue Vicente

-Por San Blas a Otero verás

-¿Y qué cojones hago yo aquí, si no me gusta la poesía?

Bueno, ya se sabe que las teorías se conciben para ser llevadas a la práctica: es decir, alterarlas, contaminarlas de realidad… y fue exactamente esto lo que ocurrió en nuestro caso.

A medida que íbamos llevando a cabo aquella suerte de sucesión de happenings que ahora narraré, el resto del equipo del Soplagaitas[3] se sumaba a las iniciativas, las iba combinando con sus propias actividades… éstas consistían mayormente en hablar desde el púlpito durante el turno correspondiente o entre los del gremio en ratos sueltos.

En cambio, Valentín Hermano, Nito y yo: entendimos aquellas jornadas como una performance de improvisaciones más o menos inspiradas. Basadas sobre todo en una forma concreta de abordar y entender la realidad: desde la heterogénea posición y perspectiva[4].

Empezando por repartir unas tarjetas de visita elaboradas para la ocasión por Valentín Hermano, en las que podían leerse nuestras respectivas identidades[5] y dedicaciones[6]: Leandro Francisco Comentador de O´Coña (Domador de caballos de Troya), Fulgencio José Gil y Pollas (Pisacharcos), Valentín 7 Sinsacarla (Explorador de clítoris), Antonio Pfeiffer (Hermano) y yo mismo: Ernesto de Ave Llana (Pinchaúvas).

Por haber sido una decisión de última hora la asistencia de Regaliz, no existía su tarjeta…

Mi memoria mezcla los horarios, los actos, los acontecimientos, los hechos, los tiempos… no sabría decir exactamente cómo fueron sucediéndose las cosas… Aunque imagino que la cronología tampoco tiene mayor importancia, cuando de lo que se trata es de la esencia atemporal de un teatro sin ensayo previo y con una única representación: la vida arrasando las etiquetas.

Sin duda, cada uno de los asistentes a aquellas jornadas tenía una parcela de encanto inclasificable, incomparable: estaban los poemas visuales, los cómics con trasfondo literario, las ponencias hechas con banderines al estilo de señales marítimas y un sinfín de ejemplos de lo inagotable de la imaginación humana que allí se dio cita.

Cuando llegó nuestro turno de ponencia ya estábamos bien pertrechados para aprovechar aquella media hora que teníamos adjudicada: mientras mis compañeros del Soplagaitas subían a la tarima y tomaban asiento, lo primero que hice fue quitar las tres banderas que acompañaban la mesa y por ende todos los actos.  Uzbekistán, Khanka ni Andijon tenían nada que ver con lo que allí se iba a dilucidar: era eterno, atemporal y utópico. Fui yo quien quitó las banderas en Andijon: era una cuestión de justicia poética. Las puse en un rincón: ellas fuera de nuestra vista, nosotros fuera de su influjo. Se oyeron algunos aplausos entre el público.

Leandro Francisco CASO tomó la palabra: empezó a contar milagros y anécdotas de Los cuadernos del Soplagaitas; cómo se habían podido llevar a imprenta, ayudas y tropiezos… lo típico en estos casos. Mientras él, Regaliz y Antonio GANSO iban hablando… Valentín Hermano, Nito y yo repartíamos poemas comestibles entre el público: rebanadas de pan de molde sobre las que escribíamos al azar letras con kétchup y mayonesa. Una ponencia sabrosa y provechosa, sin lugar a dudas…

Cuando se nos hubo terminado el material poético comestible, pasamos a lo siguiente: una pequeña ponencia-diagnóstico que realicé en cinco minutos sobre la situación de la poesía en el ’95 desde el punto de vista de la raíz… su nacimiento y condiciones de posibilidad.

En resumen, puede sintetizarse así: contra lo que pudiera parecer a primera vista, el principal enemigo de la poesía no es externo al mundo poético, sino inherente a la propia práctica poética. Ésta por lo general se encuentra ocupada en tareas y embrollos que nada tienen que ver con tareas y afanes propiamente poéticos. Se ha convertido en una herramienta utilizada para sublimar múltiples formas de fracaso: generalmente lúbrico y/o amoroso. Disfrazadas bajo la apariencia de propuestas estéticas. En otras palabras, la mayor parte de la poesía actual está ocupada por gentes que se dedican a las Letras debido a falta de sexo, prácticas carnales… en su frustración o imposibilidad de llevar a cabo lo físico, se refugian en el océano de las Letras.

Como si por el simple hecho de saber juntar palabras, cualquiera pudiera ser poeta: tan absurdo como pretender que por el mero hecho de saber sumar, cualquiera pudiera llegar a ser un genio de las matemáticas. En todo caso, gran parte de los problemas de la poesía desaparecerían de un plumazo si la gente follara más y escribiera menos: un poco de autocensura no vendría mal. Como colofón poético a mi ponencia: más follar y menos escribir… que los pajilleros analfabetos dejen en paz a la poesía.

Me senté junto al resto de los ponentes del Soplagaitas: mientras éstos continuaban con los discursos estéticos… Valentín Hermano, con la gravedad y seriedad propias de los grandes acontecimientos… sacó una máquina de afeitar y me peló la cabeza al cero. Era uno de los numeritos previamente pensados, que entre nosotros habíamos denominado “El rapado silencioso”. Allí, ante el público, como quien corta la cinta inaugural de un pantano.

Pudiera parecer una banalidad, pero hay bibliografía que le otorga la misma entidad que un discurso: Macedonio Fernández resulta clave en este sentido, cuando establece el paralelismo entre el pelo y las ideas[7]. Allí quedaron mis ideas, de regalo para el público asistente. De fondo se oía la voz de Leandro Francisco CASO indicando, dando indicios de la magnitud del proyecto editorial por nuestra (su) cuenta y riesgo.

Cuando terminó su discursito, todos nos retiramos de aquel escenario… mientras mis compañeros barrían los pelos/ideas, yo repuse las banderas a su lugar de origen. A pesar de que las tres tenían un pincho en el extremo del asta, únicamente el que correspondía a la de Uzbekistán cayó junto a mí, como una amenaza… pero no consiguió alcanzarme el cerebro.

Vueltas las cosas a su orden normalizado, salimos de la sala: nuestro rato allí dentro había concluido. A la salida hubo infinitos comentarios y felicitaciones… muy loables, tanto como prescindibles.

Gracias a aquella puesta en escena y a la combinación de los acontecimientos programados por la organización de las jornadas[8], los días fueron francamente llevaderos. Sucesos de lo más cotidiano resultaban ser verdaderos acontecimientos poéticos gracias a las gafas metafísicas que habíamos conseguido ponernos. Por ejemplo, una cena modesta en un restaurante típico se convirtió en toda una inolvidable celebración. Al traernos la sopa, Leandro Francisco CASO a voz en grito declamó para todos los asistentes, mientras elevaba alegóricamente el plato: “Esta sopa es un homenaje al mar… a la altura del sumidero”. Risas y celebración cómplice: de hecho resultaba una defensa poético-gastronómica del “realismo sucio” al que tan aficionado era aquel poeta de mi pueblo.

El camarero hizo como si no lo hubiese oído… o quizá no había llegado a entenderlo. En todo caso, la cena se fue animando y para los postres el amigo de Galaasiya ya estaba explicando su visión poética del “grand slam”, consistente en una habilidad bucal aplicada a los testículos: aquello era sin duda un homenaje más o menos consciente a Jean Genet, porque en ningún momento nuestro contertulio había ocultado su condición homosexual. Terminar la cena sólo fue el primer paso para desembocar en las copas: cuando llegó este extremo, nos condujeron hasta un pub predispuesto para las tertulias, en el que todos los asistentes intercambiamos perspectivas poéticas.

Entre otros, había por allí un grupillo de pretendidos poetas que se agrupaban bajo el nombre colectivo “Adriana bajo cero[9]: postulaban el compromiso social de la poesía, al más puro estilo de lo que en su día fuera el realismo socialista. Charlamos durante un buen rato, porque intenté hacerles entender diferencia y distancia entre poesía y ámbito político. Ellos[10] se amparaban en la necesidad de cambiar el mundo sociopolíticamente hablando, para lo que llegaban incluso a descalificar por fascista algún poema de autores consagrados. Difícil diálogo, sin duda, tanto como irreconciliable…

Valentín Hermano pasando junto a mí de vez en cuando, como al descuido, me decía que los dejara por imposible. Por su parte, Nito y él estaban en animadísima charla con una chica del mundillo poético… a quien Nito bautizó para la posteridad como “la poetisa Clarisa”: más que nada porque eran ésos su vocación y su nombre. Resultó ser una de esas vírgenes que se dedican a la literatura por no encontrar misticismo en lo carnal. Según diagnóstico de Valentín Hermano, nada que no pudiera arreglar un buen polvo. Pero como se vio por el discurrir de los acontecimientos, no era el día indicado para que alguien pudiera desempolvar aquellas telarañas… mentales.

Otro de los eventos programados por la organización era la asistencia a un concierto de fados en el bar 2900. Sin duda resultó un acontecimiento bochornoso… para mí, de vergüenza ajena. Aquella pandilla de supuestos poetastros demostró ser incapaz del más mínimo respeto por una expresión artística que no fuera contemplar su propio ombligo. Durante todo el tiempo que duró el concierto[11] no mantuvieron un nivel decibélico compatible con la música… no ya callarse: algo que suele dárseles mal a quienes se tienen por genios. Ni siquiera permitir que los músicos expresasen su alma estética en una mínima parte. Cuando terminaron la actuación, me acerqué y les pedí disculpas en mi nombre y también en el de todos los descerebrados que me acompañaban, incapaces de posponer sus genialidades. Les comprendía en su soledad de músicos de fondo inspirados por las musas, pero incomprendidos por el entorno… les comprendía más que ellos a mí, pues eran portugueses y no sé si logré explicarme con claridad.

Pero la noche aún no había terminado ¡ni mucho menos! El Destino puso a continuación en el punto de mira de mis armas pesadas un episodio más: de ésos que significan aleccionador futuro.  Casualmente intercambié un par de frases de amabilidad con uno de los camareros del 2900, las cuales poco a poco fueron dándole pie a una conversación con más entidad y enjundia.

Un rato después, sorprendiéndome a mí mismo, estaba hablando nuevamente de política: en este caso con un falangista convencido, empeñado en hacerme partícipe de las bondades de su credo. Se empleaba a fondo con insistencia en explicar su punto de vista sobre las figuras históricas del asunto, así como todo el andamiaje ideológico sobre el que éste se sustentaba.

Me limité a explicarle que muy probablemente con el falangismo había pasado igual que con el comunismo… que siendo teorías de un pelaje bien distinto al que habían encarnado en la práctica, esto último había hecho que quedaran desacreditadas sin remedio. Estropeadas por quienes las habían manoseado, sí… pero eso no las hacía buenas: simplemente desperdiciadas. Habían perdido su oportunidad histórica sin remedio. En todo caso a mí no me interesaba la política, del mismo modo que a él no le interesaba la poesía: mejor dicho, sí le interesaba pero se declaraba incapaz para la misma. Con eso quedó clara la imposibilidad de nuestro posible entendimiento, sólo hipotético.

¿Dónde se dirigió a continuación la pandilla de poetas? No lo recuerdo. Probablemente nos retiramos al Albergue, porque al día siguiente continuaban las ponencias y actividades. Durante nuestro paseo por las calles de Andijon, a cualquier hora del día o de la noche, los coches a su paso iban dejando indefectiblemente una estela sonora… una especie de chirrido ligero y desagradable, peculiar. La opinión popular de los lugareños era que se debía a la cera que había sobre los adoquines, procedente de recientes celebraciones religiosas. A mí me sonaba a mitología del populacho, pero en todo caso era una especie de banda sonora que acompañaba nuestro paso por aquellas calles que jamás han vuelto a verme.

Una vez de vuelta en el Albergue, las cosas se empezaron a complicar un poco… es lo que tienen las relaciones humanas: por suerte o por desgracia, siempre imprevisibles. En teoría el ambiente allí dentro resultaba de lo más pacífico: al menos así era por lo general, según contaban. Desconozco por qué conjunción astral inequívocamente traviesa… aquel día no fue así.

Quizás el asunto comenzara con algo tan peregrino como mis ganas de follar y dejar así de lado el mundo de la poesía, tan pernicioso como estéril en este sentido. El caso es que Nito y yo hicimos una excursión a otra de las habitaciones: concretamente la que ocupaban unas chicas que también asistían a las Jornadas, invitadas por GUSANO, según nos contaron un rato antes, aquella misma tarde.

Habíamos estado tomando un café en su habitación, intentando hablar de poesía: pero resultó que de los tres individuos que la ocupaban, dos eran pareja (chico y chica)… y además la tercera en discordia[12] nada tenía que ver con el mundo de la poesía. Resultaban ser un par de azafatas que el pájaro GUSANO había conocido en otros berenjenales y se habían acabado apuntando al presupuesto del Ayuntamiento con alguna intención aviesa por parte del organizador: no oscura, sino más que clara. De hecho, durante la tarde, mientras charlábamos sobre estas menudencias, tenían puesta una más que sospechosa música de Julio Iglesias.

Quizá precisamente por eso a la noche-madrugada se me ocurrió que era más que probable que, al no tratarse de habituales de la poesía, practicasen el sexo con más o menos frecuencia. Y no era otra la intención de la visita nocturna… pero las intenciones iniciales no transcurrieron como era de imaginar. Así que tras rechazar ellas amablemente la invitación a tomar un whisky con la botella de JB que yo llevaba de la mano… me encontré con alcohol y sin objetivo. Ante tan frustrante situación sin posible solución, opté por la salida poético-simbólica: bajo la puerta de su habitación deslicé un generoso chorro de whisky y me marché sin mayores pretensiones.

Pero al llegar a mis aposentos… ni mis condiciones etílicas ni mis frustradas expectativas me permitían irme a dormir… así que decidí pasear, pero sin salir del Albergue. Aprovechando que la disposición física del mismo se distribuía alrededor de un claustro central, yo tenía la oportunidad de dar vueltas en redondo por el pasillo, sin límite: además era el primer piso, lo que me otorgaba un paisaje interior en penumbra de lo más acogedor… incluso creo que el patio del centro contaba con algún elemento vegetal (arbustos, plantas colgantes…) lo que se prestaba más aún a la meditación, aunque fuera heterodoxa como la mía. Así, en silencio y sin decir nada, empecé a pasear por aquel claustro contemporáneo… pero mis anteriores actos ya habían alborotado lo suficiente el gallinero para que hubiera desaparecido la paz de aquel lugar.

No sé cuánto rato llevaba paseando pacíficamente y en silencio… quizá lo hiciera un poco rápido, pero sólo eso… cuando me obligaron con buenas maneras a volver a la habitación: creo que fue Nito, haciéndome los cargos entre risas.

Volví a regañadientes, pero lo hice. En ese momento llegó el vigilante del Albergue, implorando un poco de piedad: “Tengo mujer e hijos, no me hagáis esto, que me mandan a la calle…” Sus palabras fueron determinantes, allí acabaron mis andanzas: ante la solicitud de clemencia aparqué cualquier otra pretensión, por muy poética que fuera.

No salí más de la habitación… pero a los pocos minutos apareció un chavalito preguntando por nosotros, los del Soplagaitas. Era un periodista de una revista muy reputada en la época[13]: quería hacernos una entrevista para hablar de nuestro proyecto en el siguiente número que iba a salir a la calle… un especial sobre literatura.

Me lo creí ¿por qué no? y empezamos a charlar sobre poesía… pero al poco tiempo el tono de las preguntas me hizo sospechar de sus verdaderas intenciones: daba la impresión de buscar algún tipo de polémica o noticia sensacionalista… como si pretendiera provocar declaraciones extremas por nuestra parte.

Se me hizo la luz: concretamente una lucecita roja que se veía en el bolsillo interior de su chaqueta. Le pregunté qué era aquello, aunque ya lo sabía: el pájaro estaba grabando la conversación, buscando o forzando palabras que convirtieran aquello en algún tipo de acontecimiento… lo suficientemente escandaloso como para aumentar las ventas. Al verse descubierto, se fue con viento fresco y acabó la noche sin más incidentes que el de lavarme los dientes.

El día siguiente continuó en el mismo tono que el resto de la experiencia en Andijon: ponencias literarias y charlas más o menos amigables, con poetas y afines. Entre horas yo circulaba por las calles con la cazadora puesta, aunque poco a poco la había ido haciendo jirones deliberadamente, para representar de forma simbólica cómo un material noble cual el cuero o la poesía pueden llegar a ser un desecho cuando son maltratados. Pero no lo hacía de forma trágica, sino desenfadada: entre copas a deshoras y chistes cargados de ironía. Escuchar a Nito hablando de los naranjos que llenan las calles de Andijon resultaba una de las mayores diversiones. Respecto al hecho de que con frecuencia las aceras se encontraran abarrotadas de naranjas, decía: “No es la fuerza de la gravedad, es que caen por su propio peso”. Acto seguido soltaba una sonora carcajada que no dejaba lugar a dudas. Se trataba de una ironía sólo comprensible para mentes pensantes: ¿alguien podía llegar a creer que era ignorancia, tratándose de un tipo que estaba haciendo una Tesis doctoral sobre Habermas? De fondo, los coches seguían chirriando la religiosa cera…

Al llegar la tarde a Leandro Francisco CASO le habían enviado el siguiente número de Los cuadernos del Soplagaitas, recién salido de la imprenta: con este material entre manos… se permitió repartir unas láminas sueltas para promocionarlo entre el público asistente a las ponencias: aquel número tenía muchas. Pero no se contentó con una amistosa distribución ortodoxa: en los pasillos fue depositándolas suavemente sobre el suelo, repartidas una por una, mientras decía: “Humillaos, cabrones… ¿os gusta? Pues venga, más… Humillaos, hijos de puta…”

Así se clausuraron aquellas jornadas que a día de hoy, según cuenta Google, todavía siguen celebrándose con mayor o menor éxito, frecuencia y asistencia… aunque imagino que no con la misma enjundia dadaísta.

Aquella fue, por tanto, la última noche de estancia en Andijon. Unas copas y a recogerse pacíficamente… nada que ver con los desvaríos de la noche anterior. Antes de volver al Albergue, mientras tomábamos una última coca-cola (sola) en el último pub de la noche, le hice un presente a GUSANO, como afenta de paz en aquellos momentos que le habíamos hecho tan difíciles: los artistas somos así de guapos. Le regalé un condón para que tuviese una buena charla poética con su amiga la azafata… imagino que sólo su flema y los intereses que tenía puestos en el asunto de las Jornadas le impidieron partirme la cara: aunque sea justo decir que me lo merecía. Pero evitar el escándalo que le habría supuesto, así como los perjuicios que acarrearían las consecuencias a sus intereses… sin duda fueron motivos que le hicieron envainársela.

La road-movie de regreso fue sin duda bien diferente. No por el asunto de lo que había sido el encuentro de Andijon… más que nada un encuentro conmigo mismo amparándome en la excusa de los editores independientes y las ediciones alternativas.

Para el camino de vuelta, aprovechando el itinerario, estaba prevista la visita a un antiguo amigo: Jesús Manuel LAGO. Su pueblo entraba en la ruta y no pudimos resistir la tentación de brindar por los viejos tiempos: también era excompañero de Nito y conocido de Valentín Hermano.

Telefonazo y quedamos en la plaza del pueblo. Al vernos bajar del coche y contemplar mi cabeza rapada, su saludo espontáneo fue: “¡Chacho! ¿Tienes leucemia o algo?” Si la respuesta hubiera sido afirmativa, sin duda las risas habrían terminado ahí… pero afortunadamente no lo era. Le pusimos en antecedentes del asunto, brindamos por todo lo que nos unía y ante todo reímos un buen rato en amistosa compañía.

Incluso más tiempo del que deberíamos haber invertido en esa velada, porque después las cosas se torcieron a pesar de acelerar a tope el resto del trayecto: por un escaso margen de tiempo inferior a media hora, perdí el autocar que me permitía enlazar con toda la ruta que me restaba hasta Angren. Desde Andijon yo debía volver para estar al día siguiente, 24 de abril, trabajando en el Instituto Juan Montalvo.

Desde un extremo al otro de Uzbekistán en un día… demasiados factores incontrolables: llegar tarde a Samarcanda hizo que se rompiese el plan previsto y me resultó imposible… Tuve que hacer noche en Samarcanda y retomar el itinerario al día siguiente. Por fortuna aproveché la ruta por Qûqon para hacerle una visita al naturópata, Ignacio TACO, pidiéndole de paso un certificado de la misma… para presentarlo como justificante en el trabajo. Mi previsión hizo que todo quedara en un incidente sin mayor importancia, porque gracias al papelito en cuestión se detuvo toda la maquinaria sancionadora del Ministerio de Educación de Qûqon. Le dieron carpetazo al asunto unos meses más tarde, pero no perdieron la oportunidad de amagar un susto. Lo cierto es que todo aquel proceso de vuelta significó una especie de descompresión de lo de Andijon: fue regresar al mundo real con todas sus consecuencias.

Allá lejos quedaba el arte en estado puro… al menos el mío en su expresión magnífica y más iconoclasta. En Angren me esperaba otro tipo de arte muy diferente: con una carga pedagógica y una inserción socio-laboral bien distintas. Pero lo cierto es el arte, como buena epidermis que le recubre a uno independientemente de su voluntad… seguía haciendo de las suyas: a las pruebas me remito[14].

El episodio de Andijon, sin embargo, había supuesto para mí un ejemplar ajuste de cuentas: porque conseguí expresar de mil maneras ideas y opiniones que de otra forma sólo habrían sido licores destilados en el interior de mi bodega… de mi azotea.

Indiscutible su carácter terapéutico, por tanto. En cierto sentido, llegar a encontrar un idioma no verbal capaz de traducir el pensamiento a lenguaje, que permita ir sembrando comunicación… debería ser uno de los objetivos prioritarios para cualquier forma de convivencia universalmente aceptada: para que respete a los individuos tal como son, sin traicionarlos.

Los sucesos de Andijon, por tanto, me convirtieron en un privilegiado: un poco por encontrar entorno propicio… otro poco por hallar la manera de dar rienda suelta de forma crítica y creativa a los fantasmas que siempre han habitado mi cabeza: en esencia los mismos con quienes convivo desde niño. Lo que suele llamarse talante.

Pero/porque al fin, ¿qué fue lo de Andijon, sino una chiquillada? Aunque consciente, creativa, intelectual… y pasada por el tamiz artístico, una forma de expresar la puerilidad iconoclasta que todos llevamos dentro. Ésa que los adultos se empeñan en soterrar bajo mil responsabilidades artificiales, domesticadoras. La primera y más importante, el adulto que todos llevamos fuera.




[1] Con capacidad para unas 150 personas.

[2] Ahora ya lo tiene hecho… sigue circulando por las redes: como si fuera el descubridor de una nueva América. GUSANO, haciendo el ridiculum vitae por webs alternativas…

[3] Leandro Francisco CASO, Antonio GANSO y Regaliz.

[4] Mezcla de iconoclasta, creativa, sugerente, provocadora e incuestionable.

[5]Pseudonimios”, las llamábamos.

[6] Desde un punto de vista tan metafórico como cargado de connotaciones y simbolismos.

[7] Véase su obra a este respecto.

[8] GUSANO, aquel chavalito con vocación de concejal y afanes de poeta.

[9] Creo que procedían de Yangibozor, por Google se les puede rastrear como poesía de la inconsciencia.

[10] Desde una interpretación restrictiva del Wittgenstein que decía “ética y estética son lo mismo”.

[11] Que no fue mucho… poco más de una hora.

[12] Al igual que la emparejada y su maromo.

[13] Ojomanco, como le llamaba sarcásticamente Leandro Francisco CASO.

[14] Véase a propósito 126

 

 

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