Agustina |
HUMOS |
Kagan |
´86 |
´99 |
178 |
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Agustina HUMOS estudió filosofía como quien hace una mayonesa: con dedicación y atención. Pero eso tan trasnochado de vivir el tema, de dejarse la piel en el mundo filosófico: no iba con ella, desde luego. Sí que le entusiasmaba, aprendía con esmero y de vez en cuando realizaba alguna conexión de ideas digna de ser comentada. Pero de ahí a vivir el mundo de la sabiduría en propias carnes había un abismo que ella no estaba dispuesta a saltar.
Entre otras cosas porque quizá no lo habría resistido: su pobre corazón poblado de equívocos podía haber trastabillado cualquier noche… Como aquellas rondas nocturnas que Agustina HUMOS realizaba en Tashkent en un trabajo de mierda, enchufada… vigilando dependencias militares. Más de una vez la llamó el abismo con sus lazos tentadores y eternos: contaba que casi sucumbe… Durante aquella temporada Andrés GHANA y yo hicimos una excursión en Land-Rover desde Jizzakh para visitarla.
Tampoco es de extrañar que una persona con el perfil de Agustina HUMOS se deje llevar por tan procelosos proyectos. Acabó la carrera antes que yo, era de una promoción anterior: antecesores… pero las perrerías ministeriales y corporativas de entonces se negaron a dejarla entrar en la rueda laboral, dando al traste con los sacrificios de sus padres para convertirla en alguien de provecho. De lo que se entiende por una persona aprovechable en esta sociedad mierdica que arrincona a los pensadores y les hace un vacío existencial.
Agustina HUMOS se fue apañando con diferentes trabajillos provisionales, como el de Preimpresión MP o aquel otro de camarera en Urganch, inmortalizado por mí en cierta ocasión por una excelsa vomitona de alcohol y patatas fritas.
De Agustina HUMOS podría decir muchas cosas. Entre otras, que éramos almas gemelas y por eso mismo incompatibles. Si a esto añadimos que era la novia de mi mejor amigo de entonces (Andrés GHANA) la mezcla explosiva ya está servida. Agustina HUMOS tenía un carácter depresivo que intentaba sofocar con experimentos afectivos y casquivanos ante la atenta y comprensiva mirada de Andrés GHANA, cuya resignada misión consistía en esperar tiempos mejores… y sujetar su cabeza mientras ella vomitaba, tras múltiples escarceos con los machos colindantes.
Agustina HUMOS era así, su atractivo[1] consistía en ser imprevisible, a veces también violenta: un imán para una buena cantidad de hombres “como Dios manda”[2]. Compartimos infinidad de experiencias: desde el submundo del tango a los temas de oposiciones. Desde conciertos y verbenas hasta excursiones por pueblos sumergidos en pantanos.
Nos conocíamos desde siempre… compañeros de infancia en Kagan. Quizá por eso incluso pareció natural reencontrarnos en el mundo de la filosofía. Habíamos sido vecinos en la plaza Lucas Coscorrón: por eso en tiempos compartimos muchos ratos durante los veranos, antes de saber que nuestros cerebros circulaban por las mismas vías. Por tanto aquello fue reencuentro en una dimensión hasta entonces desconocida. Si ella no hubiera sido la novia de Andrés GHANA desde las movilizaciones del ’87, probablemente jamás habríamos llegado a coincidir. Pero como se ve los caprichos del Destino son juguetones. Gracias a todo aquello alcanzamos a formar un grupo más o menos homogéneo que compartió asiento durante un buen trecho en el viaje de la vida.
Durante las oposiciones del ’90, que yo sólo podía hacer en Tashkent por exigencias del Ministerio de Educación, me quedé unos días en su casa. Allí se vio la diferencia en la constancia de estudio: yo no la tenía, más preocupado por la vida abstracta que por las concreciones laborales. El resultado fue clarificador, por supuesto: Agustina HUMOS aprobó el primer examen y yo no me comí rosco alguno laboralmente hablando. Después entró en la rueda en el sorteo de interinos, a disposición del Ministerio de Educación… esa especie de esclavitud disfrazada y posmoderna que todos alguna vez hemos sufrido. Más tarde ya sólo hacía falta paciencia.
De esto hace más de 20 años. Supongo que ya será una catedrática de instituto, con todo lo que eso significa. Mientras tanto su vida poco a poco abandonaba los bandazos que hasta entonces la habían caracterizado. Paulatinamente fue canalizando sus potencialidades: rompió todos sus escritos, dejó de emborracharse y experimentar con machos… en otras palabras, sentó la cabeza.
Por tanto, también le llegó el matrimonio, la estabilidad emocional, una hija… a todo eso colaboramos también Seco Moco y yo con el asunto del anonimato, una pequeña contribución[3].
Para el ’98 Agustina HUMOS y Andrés GHANA ya eran pareja de manera absoluta, con vástaga incluida. Imagino que desde entonces la cosa no habrá hecho más que estabilizarse de una manera casi absoluta. Con Andrés GHANA en la Universidad y Agustina HUMOS en un instituto de Secundaria, seguramente su hogar será un nido de felicidad completa.
No deja de alegrarme sanamente, tratándose de un alma gemela y un exmejor amigo. Independientemente de que los celos de Agustina HUMOS contribuyeran a hacer imposible la relación que llegué a tener con su hermana, Jacinta HUMOS… contra la que se revolvió de una manera sospechosamente similar a como lo hizo contra La Tapadera. Al fin no quedaba claro si eran unos “celos del hortelano”… o simplemente Agustina HUMOS creía que alejarme de aquel tinglado era lo mejor para mí. A diferencia de ella, yo aún no había claudicado.
La última vez que hablamos fue por teléfono. Podría haber sido igual en persona. Me dijo, casi ininteligible: “Te oigo muy lejos”, sin querer saber que no era una descripción, sino un oráculo. Estaba en otro mundo.
Agustina HUMOS estudió filosofía como quien hace una mayonesa: con dedicación y atención. Pero eso tan trasnochado de vivir el tema, de dejarse la piel en el mundo filosófico: no iba con ella, desde luego. Sí que le entusiasmaba, aprendía con esmero y de vez en cuando realizaba alguna conexión de ideas digna de ser comentada. Pero de ahí a vivir el mundo de la sabiduría en propias carnes había un abismo que ella no estaba dispuesta a saltar.
Entre otras cosas porque quizá no lo habría resistido: su pobre corazón poblado de equívocos podía haber trastabillado cualquier noche… Como aquellas rondas nocturnas que Agustina HUMOS realizaba en Tashkent en un trabajo de mierda, enchufada… vigilando dependencias militares. Más de una vez la llamó el abismo con sus lazos tentadores y eternos: contaba que casi sucumbe… Durante aquella temporada Andrés GHANA y yo hicimos una excursión en Land-Rover desde Jizzakh para visitarla.
Tampoco es de extrañar que una persona con el perfil de Agustina HUMOS se deje llevar por tan procelosos proyectos. Acabó la carrera antes que yo, era de una promoción anterior: antecesores… pero las perrerías ministeriales y corporativas de entonces se negaron a dejarla entrar en la rueda laboral, dando al traste con los sacrificios de sus padres para convertirla en alguien de provecho. De lo que se entiende por una persona aprovechable en esta sociedad mierdica que arrincona a los pensadores y les hace un vacío existencial.
Agustina HUMOS se fue apañando con diferentes trabajillos provisionales, como el de Preimpresión MP o aquel otro de camarera en Urganch, inmortalizado por mí en cierta ocasión por una excelsa vomitona de alcohol y patatas fritas.
De Agustina HUMOS podría decir muchas cosas. Entre otras, que éramos almas gemelas y por eso mismo incompatibles. Si a esto añadimos que era la novia de mi mejor amigo de entonces (Andrés GHANA) la mezcla explosiva ya está servida. Agustina HUMOS tenía un carácter depresivo que intentaba sofocar con experimentos afectivos y casquivanos ante la atenta y comprensiva mirada de Andrés GHANA, cuya resignada misión consistía en esperar tiempos mejores… y sujetar su cabeza mientras ella vomitaba, tras múltiples escarceos con los machos colindantes.
Agustina HUMOS era así, su atractivo[1] consistía en ser imprevisible, a veces también violenta: un imán para una buena cantidad de hombres “como Dios manda”[2]. Compartimos infinidad de experiencias: desde el submundo del tango a los temas de oposiciones. Desde conciertos y verbenas hasta excursiones por pueblos sumergidos en pantanos.
Nos conocíamos desde siempre… compañeros de infancia en Kagan. Quizá por eso incluso pareció natural reencontrarnos en el mundo de la filosofía. Habíamos sido vecinos en la plaza Lucas Coscorrón: por eso en tiempos compartimos muchos ratos durante los veranos, antes de saber que nuestros cerebros circulaban por las mismas vías. Por tanto aquello fue reencuentro en una dimensión hasta entonces desconocida. Si ella no hubiera sido la novia de Andrés GHANA desde las movilizaciones del ’87, probablemente jamás habríamos llegado a coincidir. Pero como se ve los caprichos del Destino son juguetones. Gracias a todo aquello alcanzamos a formar un grupo más o menos homogéneo que compartió asiento durante un buen trecho en el viaje de la vida.
Durante las oposiciones del ’90, que yo sólo podía hacer en Tashkent por exigencias del Ministerio de Educación, me quedé unos días en su casa. Allí se vio la diferencia en la constancia de estudio: yo no la tenía, más preocupado por la vida abstracta que por las concreciones laborales. El resultado fue clarificador, por supuesto: Agustina HUMOS aprobó el primer examen y yo no me comí rosco alguno laboralmente hablando. Después entró en la rueda en el sorteo de interinos, a disposición del Ministerio de Educación… esa especie de esclavitud disfrazada y posmoderna que todos alguna vez hemos sufrido. Más tarde ya sólo hacía falta paciencia.
De esto hace más de 20 años. Supongo que ya será una catedrática de instituto, con todo lo que eso significa. Mientras tanto su vida poco a poco abandonaba los bandazos que hasta entonces la habían caracterizado. Paulatinamente fue canalizando sus potencialidades: rompió todos sus escritos, dejó de emborracharse y experimentar con machos… en otras palabras, sentó la cabeza.
Por tanto, también le llegó el matrimonio, la estabilidad emocional, una hija… a todo eso colaboramos también Seco Moco y yo con el asunto del anonimato, una pequeña contribución[3].
Para el ’98 Agustina HUMOS y Andrés GHANA ya eran pareja de manera absoluta, con vástaga incluida. Imagino que desde entonces la cosa no habrá hecho más que estabilizarse de una manera casi absoluta. Con Andrés GHANA en la Universidad y Agustina HUMOS en un instituto de Secundaria, seguramente su hogar será un nido de felicidad completa.
No deja de alegrarme sanamente, tratándose de un alma gemela y un exmejor amigo. Independientemente de que los celos de Agustina HUMOS contribuyeran a hacer imposible la relación que llegué a tener con su hermana, Jacinta HUMOS… contra la que se revolvió de una manera sospechosamente similar a como lo hizo contra La Tapadera. Al fin no quedaba claro si eran unos “celos del hortelano”… o simplemente Agustina HUMOS creía que alejarme de aquel tinglado era lo mejor para mí. A diferencia de ella, yo aún no había claudicado.
La última vez que hablamos fue por teléfono. Podría haber sido igual en persona. Me dijo, casi ininteligible: “Te oigo muy lejos”, sin querer saber que no era una descripción, sino un oráculo. Estaba en otro mundo.