SAMARCANDA

SA - 3.09.

Curros

maracandeses

Pub

Fifti!

1988

106

 

 

Al amparo del auge que conoció la parte baja de la zona maracandesa[1] surgieron infinidad de bares de todo tipo y pelaje: la mayoría, fruto del oportunismo que las avezadas mentes empresariales tienen a bien practicar por aquello de que[2] alguna posibilidad de hacerse rico, siempre hay.

Uno de esos garitos era el Fifti!, que nada tenía de especial que pudiera distinguirlo del resto. Como iba sobreviviendo con más o menos éxito, los empresarios al caso aguantaban con el negocio abierto. Aunque no parecía que se columbrase en el horizonte posibilidad alguna del tan ansiado pelotazo, considerado casi como una lotería por el gremio de los hosteleros.

La decoración grisácea del Fifti! ya era un síntoma de su insulsez. Pero las noches maracandesas tenían en la época una demanda de diversión copera que la oferta resultaba incapaz de satisfacer. Así, uno tras otro iban abriendo los antros más insospechados. Los que tenían suerte, como el Fifti!, iban sobreviviendo. Pero la mayor parte de las veces el resto eran, por así decirlo, flor de un día.

Camareros amables y buena música eran elementos fundamentales para que el Fifti! pudiera salir adelante. Para mí jamás habría sido un lugar atractivo durante mis noches de copas: demasiado normal y sin afluencia de mis colectivos conocidos. Yo ya tenía mi cuartel general, el Plátanos, así que el Fifti! habría quedado al margen de mi vida a no ser por una circunstancia ciertamente peculiar, que me lo puso en bandeja. El candidato ideal era Valentín Hermano, pero al estudiar en Tashkent no podía, así que aquel trabajillo llegó a mis manos de rebote. Una de esas faenas-chapucillas para las que no se requiere más que pasar desapercibido. Máxime cuando se trata, como era el caso, de un trabajillo de disc-jockey: un elemento de la noche que por definición está en la sombra… aunque luego muchas veces salga a la luz por diversos motivos: casi siempre relacionados con los asuntos alcohólico y/o femenino.

Un “pincha” tiene esa condición que le emparenta con el mundo de los gnomos o los duendes: parecería que no existe, pero su trabajo mejora el mundo, lo hace más agradable. Sucede en tantas ocasiones: el éxito o fracaso de una velada está directamente relacionado con la música que la acompaña. A un “pincha” se le puede perdonar que no sea bueno, pero que se haga notar por su mala calidad resulta imperdonable.

Esto lo sabía Jesús Rocker cuando me ofreció el asunto. Por una incompatibilidad de sus horarios, se veía obligado a elegir: entre ir a clase a la Facultad de Filología o ir a trabajar pinchando en el Fifti! Pero no todos los días: sólo un par de veces a la semana, días poco problemáticos y horario de tarde… esto le hizo sopesar la posibilidad de buscar un sustituto durante esas horas mínimas. Pensó en mí, aunque yo no me consideraba capaz para desempeñarlo. Francamente mi autoestima como disc-jockey nunca ha sido para tirar cohetes, pero a fuerza de insistir tanto, Jesús Rocker y Valentín Hermano acabaron convenciéndome; antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba pinchando en un bareto de la zona de marcha por antonomasia. Con lo que eso tenía de carga emocional y significaba de responsabilidad para un pelagatos como yo, analfabeto en el mundo de la música de los ’80 a más no poder.

Sí que me sonaban grupos y canciones, sí que el mecanismo de ir alternando en la mezcladora los dos platos era sencillo, sí que el mundo del vinilo era bastante limitado y abarcable… pero sentirme en aquella cabina como dueño de la atmósfera del Fifti! me acomplejaba un poco.

Jesús Rocker me hizo un cursillo acelerado de mecanismo técnico y bagaje estético, hasta el punto de darme la suficiente seguridad para permitirme afrontar aquel trabajillo como algo que yo pudiera enfrentar dignamente. Finalmente aprendí el manejo de los vinilos y los platos[3], cosa que con la práctica fue dándome seguridad. Y la mayoría de las tardes-noches que el Fifti! sufrió mis selecciones musicales estaba casi vacío, motivo por el que el asunto resultó bastante bien.

Aquella experiencia laboral no debió de durar más de tres o cuatro meses, pero me aportó una soltura en el tema que, con el paso del tiempo, me serviría más de una vez. Creo que era la tarde de los miércoles el día[4] que yo empalmaba con el mundo de la noche cuando empezaba. En el momento de entrar en el Fifti! notaba el olor que en aquella época, cuando se fumaba en los bares, mezclaba el residuo de los humos de la noche anterior, aún pegados a los objetos… con la lejía de esa misma tarde, justo antes de abrir, intentando hacer borrón y cuenta nueva cada día.

Olor a renacimiento, pero sin arrepentimiento. Aquel vacío que me estaba esperando… la sensación de llenarlo de música resultaba gratificante: sin mí todo era silencio. Era yo quien llevaba el ritmo a aquella cueva, hasta aquel rincón del Universo.

Durante mi jornada laboral en el Fifti! me entretenía investigando, haciendo experimentos sonoros: de mezclas y contrastes de ritmos, enlazando canciones entre las que encontraba alguna continuidad… o por el contrario, intentando hacer compatibles algunas que en principio se enfrentaban. Hacía recopilaciones que grababa y regalaba a la gente. También aprendía consecuencias de mis elecciones musicales sobre el escaso público que había, generalmente los camareros.

Un día me sorprendió el grito del jefe de los mismos, quien vociferó: “¡Pincha! ¡Que me duermo…!” cuando puse I go to sleep de los Pretenders. Cambié totalmente el ritmo de la sesión, claro… pero convencido de que aquello había sido casualidad, no algo premeditado por su parte. Pocos días después se repitió la escena: puse la misma canción (más que nada por experimentar) y su respuesta fue idéntica… Esto me corroboró que aquel tipo con pinta de no saber hacer la o con un canuto, dominaba el inglés. Tomé nota y jamás volví a poner aquel tema, claro.

Cuando parecía que ya le había cogido el tranquillo al asunto y nada podía perturbar aquella paz de torre de marfil que yo, una vez perdido el inicial temor al conjunto, había ido consiguiendo con gran esfuerzo… surgió un imprevisto que me colocó al borde de la histeria. Un viernes por la noche, por no recuerdo qué imprevisto que le surgió a Jesús Rocker… no podía ir a pinchar y me pidió que lo hiciera yo en su lugar.

Aquello sí que era una locura, me colocaba en una situación difícilmente solucionable: tras haber estado en lo fácil, ahora no podía dejarle en la estacada. Pero no tenía nada que ver: pinchar a primera hora de la tarde en un pub vacío entre semana… con hacerlo en un garito de la zona de marcha un viernes por la noche. Con todo el mundo esperando música de calidad y un pincha decente… no lo mío.

Me costó mucho, pero al final pudo más la ética y le sustituí también aquel día. Con la angustia de poder cagarla en cualquier momento… más bien la seguridad de hacerlo antes o después. Aquella noche se me hizo eterna… pero conseguí mi objetivo: pasar desapercibido. Me pidieron entre otras alguna canción de los U2 que accedí a poner respetando ante todo una de las reglas de oro: no mezclar las cantadas en otro idioma con las que eran en inglés. Hacer bloques.

Finalmente no salió mal la cosa… todos contentos y, en fin… los meses que duró aquel trabajillo me sirvieron como aprendizaje. Algunas horas sueltas hice también un par de años más tarde, como pincha en uno de los bares de Araceli BÍGARO y Cecilio Pescara… no recuerdo ni el nombre de la cueva.

Pero bueno, había adquirido en el Fifti! la suficiente soltura para defenderme en un entorno similar, aunque no más. Recordando aquellos tiempos, quiso la suerte que unos años después, en el ’98, también hiciera mis pinitos como pincha en el Idiota… pero esta vez más que nada como algo anecdótico. El núcleo de mi escaso bagaje de disc-jockey estuvo en el Fifti! durante aquellos días que me sirvieron como bautizo en clave de sol… para sumergirme de otra forma diferente y nueva en una atmosfera que desde la barra ya me conocía de memoria. Más que un trabajo, aquello había sido una ampliación del ocio.

Quizá por todo lo dicho para mí el Fifti! siempre ha sido un sitio menor, lo he visto desde arriba: donde estaba la cabina del pincha. Tenía en la puerta una banderita con el nombre… quizá sea el recuerdo más amable que mi memoria conserve de él.



[1] Desde mediados de los ’80 hasta principios de los ’90.

[2] Aunque sólo sea por estadística.

[3] Tan lejos de las tecnologías actuales.

[4] Tras el seminario de Ética de Tercero de Filosofía, que teníamos en la Facultad con GARGAJO.

 

 

Sonido

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