ANGREN |
AN - 3. |
Curro |
de Angren |
Instituto Juan Montalvo |
1994 |
126 |
Miro a través de la ventana y el día es límpido, invita a recrear el ambiente diáfano que se disfrazaba de trabajo. En realidad era una lección de la vida sobre aquella orografía particular, presta a ser acompañante singular en un acto tan peculiar de representación de la vida.
Llegar a un instituto por vez primera en calidad de profesor interino significa principalmente no tener pasado[1] y no tener futuro[2]. El reto desde el punto de vista humano es inmenso en condiciones generales para cualquier ser humano, sin duda… independientemente de lo laboral o académico.
Pero en mi caso concreto se sumaban entre otros factores:
1) yo no había elegido directamente el destino, sino que por casualidad un excompañero mío del Ministerio de Educación y Ciencia de Samarcanda, colocó Qûqon como provincia para interinidades en el impreso correspondiente[3]… Lo hizo así simplemente porque el año anterior me había presentado en Djizaks al examen de Filosofía: aunque aquello hubiera sido –él no lo sabía– para aprovechar el viaje y hacer turismo de Qûqon
2) no era mi asignatura, mi especialidad: me había presentado a las plazas de Plástica porque no salieron plazas de Filosofía ese año y me encontraba estudiando Bellas Artes… por probar y de rebote, en una palabra
3) era el primer año, la primera vez en mi vida que iba a dar clases que no fueran particulares. Mi experiencia laboral hasta entonces se había restringido a la Administración general del Estado como lugar de trinchera desde el que lidiar con el mundo
4) jamás anteriormente había vivido emancipado y solitario en un piso compartido… con todo lo que eso significa[4]
5) Angren era un lugar apartado de la civilización tal como yo la conocía hasta ese momento… y casi incomunicado
6) el cambio fue brusco, no paulatino: en el plazo de 24 horas tuve que ir desde Kagan hasta Djizaks para firmar el contrato. A la semana siguiente ya estaba metido de cabeza en la dinámica lectiva de un curso que exigía darlo todo: para mí era un reto que acepté sin pestañear. Un aprendizaje sin igual.
Así me vi zambullido en aquella burbuja alejada del mundo: Angren. Y dentro de ella, una sub-burbuja, un mundo aparte que se llamaba Instituto Juan Montalvo: todo un universo alternativo, con sus propias normas de funcionamiento y una fauna digna de ser glosada. Sobre los caracteres de mis compañeros de fatigas, me remito a los capítulos correspondientes dedicados a cad@ un@ de ell@s: en cada uno pueden encontrarse jugosas aportaciones sobre sus respectivas personalidades.
Mis tres compañeros de piso eran Pedro COME, José César SOSO y Jacobo RARO, pero como es lógico, la plantilla del centro la complementaban infinidad de personas más: docentes y no docentes[5].
Alrededor del Instituto Juan Montalvo giraba gran parte de la vida del valle cuando no era época de vacaciones. Algo lógico si se tiene en cuenta que el pueblo entonces no tendría más de 2.000 habitantes. Eso significa que para nosotros no existía la vida privada. Éramos carnaza de cotilleos, pues en todo acto realizado en público (más o menos afortunado) estaba como una losa la carga de reproche social a punto de florecer.
A mí no me suponía cortapisa ninguna la supuesta presión de aquel microcosmos. Si acaso al contrario… significaba un revulsivo, un acicate, un reto para mis naturales tendencias escandalizadoras.
En las clases era yo quien mandaba: Jacobo RARO era el Jefe del Departamento por haber llegado con antelación, pero no había nadie más en él. Entre los dos organizábamos a nuestro antojo, lo que viene a significar que yo dejaba volar la imaginación y Jacobo RARO me respaldaba[6].
Una vez salvadas las burocracias iniciales de planificación de asignaturas[7], me puse manos a la obra y planifiqué un curso realmente atractivo para mí y para el alumnado. Aunque me suponía un auténtico reto, casi inmenso. Al fin y al cabo me lo había impuesto yo mismo, así que no podía protestar, sino disfrutarlo.
Dicho curso incluía, entre otras cosas, hacer piezas de cerámica durante las clases de Artesanía[8]. Para Plástica la cosa era más sencilla, aunque trabajosa por igual: seguir el programa oficial, pero experimentando con técnicas y materiales múltiples. Haciendo ejercicios de lo más entretenido y diverso.
El asunto de Imagen y expresión ya era otro tema: primero porque eran mis alumnos más creciditos (16 años) y además para mí la asignatura resultaba una golosina audiovisual, tentación retando a mi imaginación calenturienta. Allí les apreté a más no poder. Tenían que leer cada uno un libro diferente, que les adjudiqué en función de su personalidad (así no podrían copiarse entre ellos); por supuesto todos los libros habían sido lecturas mías durante los años precedentes. Después tenían que hacer un reportaje fotográfico en blanco y negro[9] sobre el libro. Para familiarizarse con los materiales, posteriormente revelaban ellos mismos y hacían las copias en papel con las que ilustraban pasajes de la obra: todo esto bajo mi supervisión y con mi apoyo. Además les hice una entrevista individual en la que me explicarían todo: libro, fotos, personalidad…
Lógicamente aquello era un trabajo infinito para mí, porque les acompañaba en el laboratorio (revelado y positivado), la entrevista se la hacía yo… Como colofón del curso, el proyecto era realizar un cortometraje entre todos, sobre un guión que previamente habrían elaborado y elegido ellos, por equipos y votación respectivamente.
A pesar de ser un ambicioso plan inicial, no resultó del todo desastroso. Los resultados del conjunto fueron bastante presentables, aunque habrían sido mucho mejores de no ser por el acoso burocrático al que me tenían sometido desde el Ministerio de Educación y Ciencia[10]. Exigencia de reuniones, elaboración de documentos y memorias que no se acababan nunca… además del seguimiento del llamado Plan de evaluación del profesorado, ni más ni menos.
Hasta Angren, aquel rincón abandonado del mundo, enviaron un emisario para seguirnos los pasos. Quizá influyera en ello el listado de libros que les adjudiqué a los adolescentes. En aquel índice de libros prohibidos había de todo… puede que ése fuera el problema. Desde Richard Bach hasta Charles Bukowski, pasando por Roberto Arlt, Marguerite Duras o José Luis Moreno-Ruíz. Como le dije al emisario, al fin y al cabo la educación en la sexualidad, por ejemplo, era una materia transversal… y como tal la trataba yo.
El emisario se llamaba Alejandro Eva y era un profe de Plástica que venía a inspeccionarnos con aquel Plan bajo el brazo. Conociendo el perfil de los integrantes de un Círculo de Maestros, opté por soltarle tanto rollo como pudiera para que no llegara siquiera a hablar o cuestionarnos. Surtió efecto. En un par de sesiones que a Jacobo RARO –obligado a asistir– le parecieron eternas e incomprensibles… aquello fue una balsa de aceite. Alejandro Eva desapareció convencido y todo fue viento en popa, incontestable.
Me salí con la mía, a pesar de todos los pesares: entre ellos, el hecho de que mi táctica académica de evaluación ponía en riesgo el éxito del sistema educativo. Hice lo siguiente: en la primera evaluación suspendí al 66% del alumnado[11] para llamar su atención y que no se durmieran en los laureles. En la segunda ya sólo me cargué al 33% justificándolo por el gran esfuerzo realizado por las criaturas. Finalmente en la tercera aprobado general, para jolgorio y regocijo de los habitantes de la comarca.
Con todo y con eso, mantener la disciplina en clase resultaba una quimera. La edad de mis alumn@s (entre 12 y 16 años) hacía que las hormonas les impidieran cualquier actitud racional. Bueno, a caballo entre el colegueo y la autoridad fuimos saliendo adelante.
Luego estaba el asunto de la vida en el Instituto Juan Montalvo: ahí entraban en juego ya otras consideraciones. Se suponía que se trataba de personas adultas[12], aunque los hechos lo desmintieran.
Por eso lo mejor era abordarlo desde el sentido del humor: de otra manera, no había quien lo aguantara. A los Claustros (esa herramienta que provoca alergia generalizada) yo iba con Noticias del mundo bajo el brazo: una especie de semanario de humor que recogía supuestamente actualidad descabellada[13] y era casi la única forma de sobrevivir en aquellas reuniones maratonianas y soporíferas.
Joaquín Modesto Angren, cuando me vio con aquello por vez primera, se quedó perplejo; le dije muy serio: “sí, el niño vampiro, está por aquí cerca…” Tuvo que aguantarse la risa, enseguida captó el asunto: entre marujeos y el resto de los “importantes” problemas que se ventilaban en aquel Claustro.
En general el curso transcurrió con estos entretenimientos y otros más casuísticos gracias al alumnado. Así íbamos trampeando los meses, pero en la última evaluación llegó el conflicto: durante la reunión del Claustro, cuando llegó el momento de poner las notas… uno de los maestros reciclados en profesores[14] no había hecho los deberes: no tenía las notas puestas, preparadas para la reunión. Indalecio Angren, el Jefe de Estudios, le disculpó, quitándole importancia al asunto. Pero eso había significado mi encierro de aquellos días[15] obligado a permanecer en Angren, sin poder salir al mundo exterior, huir a Samarcanda. Para aquella gente simplemente no existíamos.
Evidentemente aquella arbitrariedad no me hizo gracia[16]… ni la más mínima, por el agravio comparativo. Pero a la semana siguiente había otro Claustro y ésa era mi oportunidad. Llegado el momento de leer las notas, al llegar mi turno, le dije a Indalecio Angren en voz alta desde la otra punta de la Sala de Profesores que “lamentablemente no había tenido tiempo para hacerlo y no las tenía preparadas”[17]. Se me recriminó severamente la falta: a mí sí. Entonces respondí que sencillamente lo sentía mucho, pero no era una costumbre que hubiera inaugurado yo… que había antecedentes de la semana anterior. Indalecio Angren salió de la Sala de Profesores dando un portazo mientras gritaba literalmente: “¡Vete a tomar por culo!” Toda una demostración de profesionalidad, sin duda. Ése fue el motivo por el que tiempo después, ya terminado mi contrato de trabajo, le enviase un regalo: se trataba de un ejemplar de mi libro con esta dedicatoria: “Así es la magia de la literatura: el esfuerzo de buscar las palabras certeras para un momento inolvidable se compensa con el placer de haber dado en el blanco. Para ti, a 20 de noviembre”. El título del libro era Tu puta madre.
Aparte de estas pequeñeces, aquel curso fue de lo más fructífero en muchos sentidos: conservo obras de mis alumnos de ese año, con resultados muy desiguales. Fotografías, entrevistas, trabajos… Incluso algunas piezas de cerámica que me entregaron como compensación por haberme roto una de mis obras: un violín gigante[18] que hice para celebrar el centenario del músico que daba nombre al Instituto Juan Montalvo. En uno de mis descuidos por salir de clase un momento para hacer algo, lo rompieron con el único fin de putear… sin saber que así lo estaban inmortalizando.
¿Refuerzos positivos, académicamente hablando? Entre Laura y María[19] y Abel o Aarón[20], aquel curso aprendí infinidad de elementos antropológicos imposibles de ser glosados. Sólo caben, asentados, en el trasfondo de una personalidad (la mía) que de otra manera tendría infinitas carencias más.
Esta experiencia laboral me llevó a postular que soy firme defensor de que se establezca un servicio pedagógico obligatorio[21]. Creo que todas las personas que forman parte de la sociedad deberían dedicarse por ley durante un curso académico a la docencia. Con tres meses de formación previa y eligiendo la asignatura a su gusto, según sus preferencias y currículum. Sigo siendo de la misma opinión a día de hoy.
Al fin un curso completo como docente no mata a nadie[22]; así aprendería la sociedad en propias carnes cómo es de ingrata y sacrificada la labor de maestros y profesores. Puede que después no tuvieran hijos tan alegremente… quizás incluso se convirtiera en un método adecuado y racional de control de la natalidad, mucho más natural que cualquier otro. Puede que muchas personas llegaran a descubrir de esta manera una vocación que de otra forma jamás habrían soñado. También puede que la gran mayoría dejasen de hablar con tanta facilidad de lo bien que viven los maestros y los profesores.
En general es mucho más fácil criticar las cosas desde fuera y sin conocimiento que hacerlo habiendo sufrido en propias carnes las consecuencias[23]. Empezando, en este caso, por formarse para ejercer.
[1] Al menos episodios reseñables para el resto de la plantilla, para quienes resultas todo un misterio.
[2] Pues acabado el curso, se trata de empezar otra vez de nuevo, de cero… en otro horizonte.
[3] Yo lo había dejado en blanco, hasta ese punto me faltaba fe en un futuro docente.
[4] Salvo mi reciente experiencia saharaui, pero había sido en mi propio piso.
[5] Entre los primeros había maestros de Primaria chapados a la antigua. Sin comentarios. Entre los segundos, personal sacrificado de todo tipo: engranajes mayormente… como el que había sido yo en mis tiempos de funcionario de trinchera.
[6] Por falta de imaginación, por vaguería o por entusiasmo… o quizá por las tres cosas a la vez: era bastante apocado.
[7] A las que Jacobo RARO me ayudó impagablemente, aunque le pagaran por ello.
[8] Posteriormente las llevábamos a cocer a un horno cercano, lo que nos daba un juego inmenso en la asignatura.
[9] Fotografía tradicional: carretes, líquidos, papel, procesos de revelado y fijado… aún no existía la fotografía digital.
[10] Como a todos, pero quizás a mí especialmente, por mi carácter.
[11] Escándalo, tratándose de una “maría”.
[12] El profesorado, quiero decir, la plantilla de trabajador@s.
[13] Del estilo: “opérese las líneas de la mano y cambie su vida” o “el niño vampiro ha sido visto en la montaña cercana”…
[14] Gracias al milagro de la Reforma.
[15] Con el fin de tenerlo todo a punto en tiempo y forma.
[16] La incompetencia era más digna de compasión que otra cosa.
[17] Aunque era radicalmente falso: estaba todo hecho y bien hecho en la carpeta que había junto a mí.
[18] Elaborado con botellines vacíos de agua mineral, adheridos entre sí con pegamento de contacto.
[19] Dos cerebros prometedores, inmersos entre aquella barbarie generalizada.
[20] Dos ejemplos extremos de susodicha barbarie.
[21] Si bien he sido partidario desde 1980 de eliminar el servicio militar obligatorio… mucho antes de que desapareciera de manera efectiva.
[22] Al contrario que la mili, que puede matar a cualquiera.
[23] Esto vale para cualquier colectivo.