ANGREN

AN - 2.

Domicilio

de Angren

Calle  Pasarela

1994

125

 

 

Como ya he explicado, aterricé allí un poco por casualidad. De ahí que aquél fuera uno de esos domicilios que te eligen, en lugar de esperar a que tú decidas entrar a habitar sus entrañas. Como resultado de aquel cambio en mi vida[1] que supuso marcharme de Kagan[2] a Angren[3], uno de los imperativos inmediatos era buscar domicilio.

Pero mi situación volátil, precaria mientras llegaba a destino, provocó que aquella tarea fuera encomendada a mis futuros compañeros de fatigas. Las circunstancias hicieron que tuviera que ponerme en manos de quienes serían mis colegas de piso durante todo el curso. Así, gracias a una amabilidad que era más humanitaria que corporativa, aquel grupo buscó un domicilio para compartir. Amablemente, sin conocerme siquiera, me incluyeron en el grupo.

Cuando llegué a Angren para tomar posesión efectiva de mi puesto de trabajo[4], ya tenía piso y compañeros: más facilidades, imposible. Además quiso la suerte que en el reparto de habitaciones (que hicieron por sorteo) me tocara la habitación principal, la más grande e iluminada, con las mejores vistas.

Supongo que esta casualidad provocó que llegaran a sentirse algo molestos, pero jamás me lo comentaron: ni siquiera insinuaciones. Decididamente, el lugar privilegiado del entorno de Angren y el carácter de mis compañeros de piso y trabajo[5] hacían que el año que empezaba aquel septiembre se me presentara halagüeño: por así decirlo, para mí se trataba de un exilio de lujo. Arresto domiciliario en un palacio, sin duda.

Desde la ventana de mi cuarto, amplia y amable a la vista, sólo se veía el campo. Nada de paisaje urbano, nada de claustrofobia humana. Los días allí dentro duraban todo lo que aguantaba el sol en el cielo. Las noches se dejaban hacer: casi siempre, dormir en paz… alguna vez, dormir en guerra de resaca. Pero esto último sólo fue al principio. Tras la Fiesta del aguardiente abandoné el alcohol y me dediqué a la vida sana que ofrecía el entorno. Muchas excursiones por el valle de Angren y alrededores. Guiado por la sonrisa amable y campechana de Joaquín Marqués[6], quien fue introduciéndome poco a poco en las costumbres, los paisajes y el carácter de la zona.

Se trataba de un piso muy nuevo, propiedad de la constructora que se convirtió en mi/nuestra casera: suelo de parquet, chimenea en el salón, calefacción y agua caliente a gas. Tantas comodidades como pudieran esperarse en el ’94. De alguna cosilla me ocupé yo[7], hasta convertir mi habitación y por extensión el piso entero en una torre de marfil. Al principio con la intrusión del alcohol y sus daños colaterales, pero bien pronto fue para mí un reducto al servicio de mi intelecto.

En aquella casa me dediqué principalmente a mi trabajo[8], tan seductor como absorbente y no reconocido: ser profesor de una Secundaria entonces recién implantada[9]. En una especialidad tradicionalmente considerada como una “maría”, porque me tocaba impartir tres asignaturas: Plástica, Artesanía e Imagen y expresión.

A pesar de ser algo que sólo tocaba tangencialmente mis conocimientos académicamente reconocidos, me resultaban asignaturas lo suficientemente atractivas[10] como para invertir en ellas incontables horas. Muchas veces me sorprendía la noche debatiéndome con los contenidos de las mismas o elaborando mil burocracias con las que nos asediaba el Ministerio de Educación y Ciencia.

Aquel piso de la calle Pasarela estaba a las afueras de Angren, ya en el siguiente municipio. Yo, en mi condición irrenunciable de no conductor convencido, iba y volvía caminando siempre al Instituto Juan Montalvo, mi lugar de trabajo, incluso con mal tiempo. Tenía horario partido, lo que significaba cuatro trayectos al día.

Después llegaba el fin de semana: la lejanía y las entonces malas comunicaciones con Samarcanda hicieron que durante aquel curso sólo me fuera de Angren durante las vacaciones[11]. Los fines de semana ordinarios fueron para estar en casa y en el campo, una vez abandonada la nocturnidad inicial: excursiones de senderismo y descubrimiento (de comunidades humanas) organizadas por Joaquín Marqués.

Vida sana sobre todo tras los dos primeros meses, para ensanchar el pecho en aquel paraíso vegetal. Además tenía mi domicilio: un reducto, un refugio, un segundo paraíso. Mucho de mi tiempo libre lo consumí pegado al teléfono, acortando distancias con una Dolores BABÁ que incluso fue a verme en una ocasión desde Chimbay. Evaluando ahora el asunto compruebo objetivamente que si nuestra relación duró más fue precisamente porque estábamos separados: como ocurre en tantos casos. De aquel domicilio forman parte en mi memoria y mis facturas las infinitas conversaciones mantenidas con las mejores intenciones: de esperanza y promesas-espejismos.

La convivencia con mis tres compañeros de piso era inmejorable: turnos de limpieza que se respetaban escrupulosamente, turnos de cocina con un rotundo éxito gastronómico[12], gastos compartidos equitativamente, comunicación fluida, buen ambiente predominante… Por supuesto, con alguna cosilla/diferencia circulando en el ambiente, pero eran minucias a las que conseguíamos quitarles importancia.

Puede decirse sin lugar a dudas que para aquel grupo de profesores interinos que nos juntamos en el curso ’94-’95, nuestra casa era un cuartel general desde el que logramos con éxito superar toda la carga emotiva que suponía vivir en aquel exilio y trabajar en el Instituto Juan Montalvo. Incluso llegamos a celebrar una fiesta para celebrar que el número de serie del contador del gas coincidió con el de metros cúbicos consumidos: iniciativa de Pedro COME y su imaginación insaciable.

Un jolgorio propio de piso de estudiantes, aunque ya se tratara de un grupo de hombres hechos y derechos: nosotros, que nos resistíamos a serlo aferrándonos a la juventud. Tan cierto que a partir de entonces la suerte de mis compañeros de piso se vio abocada a la formalidad social: José César SOSO se casó al poco tiempo con su novia (la de siempre, de unos años atrás), Pedro COME también se casó, un par de años después (con Yanira Ref. Pedro COME, que aquel año también era interina en Angren) y Jacobo RARO se casó poco después y de penalti con una chica del pueblo[13].

De todo lo explicado puede concluirse sin temor a la equivocación que aquel domicilio tenía una vocación tolerante: permitió en su seno posturas y concepciones existenciales de lo más dispar… las que mantuvimos aquel año sus habitantes.

Un lugar que se dejaba habitar fácilmente, aunque estuviera inserto en una comunidad humana cuyas características generales distaban mucho de tener un perfil sencillo: Angren era una isla en el tiempo y las costumbres finiseculares, estaba lejos de todas partes… aunque su microclima no era hostil, simplemente redefinía la realidad, la inventaba de una forma quizá más ancestral: pero también más auténtica, menos contaminada.

Angren era un lugar incomparable, en cierto sentido ajeno al mundo real: pero no por ello peor que el resto del Universo. Simplemente había que aprender poco a poco a ir hablando en su idioma. El esfuerzo merecía la pena, porque el valle de Angren conserva una pureza en el corazón difícilmente comprensible desde paradigmas etnocéntricos… como suelen ser los del turista que los visita.

Aquel domicilio arropaba, permitía con su caricia habitable comprender sin palabras el espíritu que habita aquellas tierras. Si te pasa desapercibido, es que algo se pierde entre la hierba del valle…



[1] Improvisado y atropellado por imprevisto.

[2] Mi pueblo, con todo el peso del anclaje y la seguridad de un trabajo estable de mi vida.

[3] Lo desconocido, nuevo en paisaje y desempeño laboral: la aventura…

[4] No la toma de posesión administrativa, que ésa ya estaba ventilada la semana anterior en el Ministerio de Educación y Ciencia de Djizaks.

[5] Jacobo RARO, José César SOSO y Pedro COME.

[6] Vegetariano, guitarrista y ecologista… como buen fugitivo de Tashkent.

[7] Principalmente del teléfono, que lo de Internet no existía más que como proyecto.

[8] Aparte la afición de la literatura y el vicio del vídeo-juego Civilization.

[9] Implantación anticipada, según figura en el certificado que engrosa mi currículum.

[10] Por entonces yo me encontraba estudiando Bellas Artes de forma harto heterodoxa, aunque universitaria.

[11] Por fortuna, a la inversa que los turistas.

[12] A éstos se añadía también Joaquín Marqués, aunque vivía fuera.

[13] De nada le sirvieron mis préstamos de condones: según decía él mismo, se trataba de una tradición familiar que ya había acabado con la soltería de al menos uno de sus hermanos.

 

 

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