DJIZAKS

DJ - 1.

Generalidades

de Djizaks

1995

127

 

 

 

Hoy el día se presta: arropa con su neblina fría… esa variante del llanto calmado, pausado, que es la atmósfera líquida. Sin duda representa cabalmente el espíritu climatológico (y por tanto en gran parte el humano) que domina normalmente Djizaks.

Aparte de esa batalla perdida que es debatirse entre paraguas… la imposible comunicación con una población que se empeña en comportarse como si el agua fuera una excepción, cuando es la norma. No existe respeto por los transeúntes, la gente por las calles resulta algo así como una panda de domingueros, no sé… descolocados, desbocados, desubicados. Se niegan a aceptar el clima de la región, renegando así de su propia esencia.

Quizá por eso el hecho de vivir en Djizaks proporciona una sensación contradictoria, de provisionalidad permanente. También los días en los que reina el sol: el espíritu se encuentra arrinconado entre costumbres que no le permiten expandirse o desarrollarse a su antojo, ni seguir sus tendencias naturales más elementales. Es probable también que por eso la ciudad comunique siempre de forma intuitiva una especie de represión. Puede que como herencia de unos tiempos en los que[1] Djizaks era la salida natural de la estepa al mar.

Por tanto: el espíritu mesetario exportando cerrazón, invadiendo una tierra que de otra manera, dejada a su natural tendencia… seguramente habría sido muy diferente. Así, Djizaks, por su carácter y el de sus gentes, ha permitido históricamente una invasión que en Tûrtkûl ha sido mucho más atenuada y en Qûnghirot ni siquiera ha llegado a producirse[2].

Aprovecharse del carácter de Djizaks ha sido proverbial, lo que ha dado lugar a convertir la ciudad en un reducto de caciquismo para poder perpetuar en ella los esquemas de poder que (políticamente hablando) han servido a la clase dominante para sojuzgar a diestro y siniestro. Históricamente al poder económico le han importado bien poco las gentes de Djizaks, sus tendencias naturales o su vocación. Con el paso del tiempo ha sabido manipularlas a su antojo, lejos ya de la época en la que la ciudad era un polvorín a punto de estallar[3], hasta reconvertir Djizaks en un mero barrio de capitales, en un poblachón con apariencia cosmopolita.

Barrios con inclinaciones casi imposibles, algún túnel psicoanalítico y playas casi asfaltadas[4] acaban completando un paisaje, un panorama que resulta más simbólico de lo que a uno le gustaría. Lo señorial es tan solo una aspiración, el recuerdo inventado de una época que jamás llegó a existir realmente… salvo en la imaginación megalómana de las élites políticas y empresariales.

Pasear o caminar entre las calles de Djizaks produce la inevitable sensación de cruzarse con gentes a las que les gustaría más estar en otra parte. Se consideran ahí provisionalmente. Cuando el clima es inhóspito (como ocurre casi siempre), por buscar lugares más amables. Y cuando llega el buen tiempo: para huir de la invasión irremediable que hace multiplicar su población –a veces por diez– hasta llegar a índices casi inhumanos: una delegación de Tashkent.

Sin embargo, a pesar del carácter provinciano del ambiente, de las ínfulas señoriales que invaden el espíritu de la población, puede más su naturaleza amable y hospitalaria. Las personas por lo general resultan agradables en el trato cotidiano, aunque quizá inconscientemente traslucen una parte de esa resignación que les ha acabado constituyendo. De la aceptación de ese desencanto que se ha quedado a vivir en sus tierras.

A pesar de todo, durante aquel curso académico que me tocó vivir en Djizaks, a pesar de la sensación de exiliado que me invadía con frecuencia: conseguí rentabilizar culturalmente mi estancia. Durante el curso ’95-’96 fui un habitual de su filmoteca, con proyecciones regulares. Mi tristeza hecha cultura asomándose a otros mundos gracias a aquella ventana (la pantalla) materializada en un edificio con decoración de restaurante chino: rojos y dorados que por fortuna desaparecían de la vista al empezar la proyección, oscuridad conquistando el entorno.

Además tuve la oportunidad de iniciarme[5] en el mundo del grabado. Esa especialidad de las Bellas Artes que me abriría las infinitas puertas que se bifurcan hacia un futuro entonces inimaginable.

Algunas noches también la juerga: con Pedro COME y Yanira Ref. Pedro COME, deambulando entre garitos de refugio para los progres de la zona, casi un ghetto en aquel universo hostil: con la sensación de que las calles eran de todo menos amables… casi una concesión que hacían los poderosos a regañadientes.

Permanecer en Djizaks para mí era casi una condena, un arresto domiciliario del que escapaba todos los fines de semana con la excusa de Dolores BABÁ, mi familia, el terruño maracandés[6] y unos tiempos mejores que sólo estaban en el anhelo… ni siquiera en el recuerdo.

APÉNDICE

Uno de los errores más comunes que suele cometer la población indígena de allende las fronteras de esta comunidad autónoma es confundir Djizaks con Qûqon. Una equivocación clásica, que informa de hasta qué punto la ignorancia suele ser ofensiva con mayor o menor intencionalidad.

La recomendación ferviente para disipar infinidad de dudas al respecto no es leer sesudas reflexiones sobre el asunto, sino dejarse llevar por el ritual iniciático y clarificador que significa y conlleva la ascensión hasta una peña cercana que lleva tu nombre. Pudiera parecer una afirmación petulante o engreída, pero hay cosas que sólo las comprende quien ha estado alguna vez allí: por eso deberían ir todos alguna vez en la vida… es un remedo de La Meca en versión Qûqon.

En otras palabras: si nunca has estado en esa peña, tienes poco ego. Demuestras ser un peñazo.

Qûqon contiene en su interior una capacidad fresca y campechana para devolver al individuo a su lugar exacto en el Universo, lejos de sus particulares ínfulas y presunciones. Una especie de cariñosa bofetada de reconvención con fines educativos. Un ejemplo no exento de ironía y que requiere una cantidad razonable de buen humor por parte del receptor es éste:

Fuente… ¿de qué?



[1] Según suele decirse, hablando de la época en la que las comunicaciones eran mucho más difíciles.

[2] A pesar de los muchos y variados intentos que allí ha revestido.

[3] Incluso en la historia reciente de la ciudad, aparecen episodios que son más metáforas que siniestros puntuales o anecdóticos.

[4] Entre casinos y especulaciones inmobiliarias.

[5] Gracias a un curso de formación de profesores del Ministerio de Educación y Ciencia.

[6] Que no era más que otra excusa.

 

 

Sonido

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