A pesar de ser un lugar normal, el Génesis tenía el nombre lastrado por lo que significaba la música psicodélica. Todos los tópicos a los que se encuentra asociada, que sólo ocasionalmente resultan ciertos. Pero el Génesis era un bar que se encontraba en el centro de la zona de marcha por antonomasia. Le rodeaban en 50 metros a la redonda el Ayunas, el Así mismo, el Acorazado, el Anillos y alguno más del mismo pelaje.

A pesar de esto no estaba contagiado por el espíritu más bien libertario de todos ellos. El Génesis se mantenía en una especie de limbo. No es que fuera pijo pero, al contrario de todos los anteriormente citados, toleraba la presencia de este tipo de clientela con sorprendente desparpajo.

El Génesis era un lugar blanquecino y algo celeste, con un ambiente acogedor y cálido. La música por lo general era buena, fácil de sobrellevar en el peor de los casos. Sin estridencias ni elementos desentonantes, con un criterio coherente y animado. Charlar junto a la barra en aquella atmósfera resultaba uno de esos factores que convierten la noche en algo propicio.

Cuando la cosa se terciaba porque las compañías de la noche así lo querían, mi cuerpo acababa recalando en aquel puerto amable y fácil que era el Génesis. Una de las primeras veces que fui, sería allá por el ’85, lo hice acompañado de Seco Moco. Era un bar que le gustaba especialmente, quizás por el resabio un poco más adulto que el resto de los establecimientos del entorno. Aquella noche estaban por allí mis colegas de barrio de entonces. Lucas Las Vegas y su amiguete, el hijo de su jefe. Seco Moco aprovechó la ocasión para montar el numerito, como demostrando que era el dueño del cotarro.

Al poco tiempo cerró el Génesis, conquistado finalmente tras el asedio al que le había sometido el ambiente progre que le rodeaba. Aquel mismo espacio, aquellas cuatro paredes, pasaron a ser un universo menos sinfónico, el Maldición. Sin embargo, entre las luces del Maldición a veces se adivinaban guiños de su anterior vida, de Génesis.