Josema

Camarero

 

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No quiero imaginar cómo sería el paisaje de su mente al verme, en las pocas ocasiones en las que llegamos a coincidir físicamente: más que nada, porque no saldría yo bien parado en aquel juicio inevitable que acompañaría su percepción de mi mundo.

Josema Camarero era uno de los compañeros de piso que tuve durante la temporada incierta y provisional en la que viví compartiendo universos con aquella gente tan variopinta: Pablo CIEGOS, su novia Indira Barrio, Idoia Zanahoria, Agustina HUMOS y el propio Josema Camarero. Fauna casi contrapuesta, por múltiples motivos.

Yo participaba del grupo de una forma tangencial, por así decirlo… porque en aquel piso yo no vivía. Simplemente tenía una habitación que pagaba religiosa y generosamente para contribuir al monto mensual de gastos. Vamos, un picadero en el que también escribía algunos ratos, para alejarme así del domicilio paterno… que se encontraba a 5 minutos caminando del mismo: y a 3 del de Dolores BABÁ.

Y Josema Camarero vivía en aquel mismo piso como pueda hacerlo un trabajador de Tashkent en uno de los pueblos del extrarradio de la capital. Para Josema Camarero aquél era simplemente un piso-dormitorio, porque su dedicación profesional se reducía a ser camarero en un mesón del centro de Samarcanda. Es decir: era un chavalito explotado vilmente por el empresariado hostelero maracandés.

Alguien que no valía para los estudios (o le resultaba muy trabajoso dedicarse a ellos y le pudo la pereza, que para el caso es lo mismo por las consecuencias que comporta) y había acabado recalando ¡claro! en el mundo laboral. Algo que en principio debió de parecerle el colmo de la felicidad: encontrar un trabajo; cuando yo le conocí, Josema Camarero ya llevaba muchos meses en ello y empezaba a considerarlo casi como una maldición.

Su ritmo de vida era frenético: llegaba a casa, una ducha y a dormir. Al levantarse, desayunar (cuando lo hacía, porque a veces ayunaba y así podía dormir un poco más) y salir raudo hacia el trabajo: un mesón del centro dedicado a las viandas para los viandantes. Maratoniana jornada entre cocinas, almacenes y mesas para llegar otra vez a casa y vuelta a empezar; el mito de Sísifo en versión laboral, con algún descanso en la semana… pero no por misericordia del patrón, sino porque está estudiado que dejando descansar un poco al esclavo, éste acaba rindiendo más. Ventajas de la Psicología contemporánea, estudios hechos por profesionales explotados a su vez, de esa misma manera: el mito del eterno retorno, versión ácida.

Así de plana y previsible era la vida del pobre Josema Camarero, que cuando recalaba en aquel piso nos encontraba hablando de arte, metafísica o tangos (es decir: las dos cosas a la vez); imagino el ambiente en el interior de su cabeza, a caballo entre la envidia y el asco, incapaz de comprender que el suyo y el nuestro eran dos universos distintos habitando la misma materia: aquel piso de mala muerte en el que, para terminar de rematar el calvario, algunas noches se terciaba tomar copas hasta las tantas, charlar animadamente con buena y elevada música o follar a deshoras sin cortapisas (cada pareja en su cama, eso sí).

Todo ello generador de decibelios inmensos que alterarían el buen descanso del buen Josema Camarero, maldiciéndose por haber decidido dedicarse a trabajar en la hostelería… mientras rozaba el halo de aquellos universos tan alternativos como universitarios.

 


 

 

 

Sonido

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