Cuba

     

´95

 

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Para mí se trataba de un proyecto que ya se iba haciendo viejo. Ir a Cuba era algo más que turismo… era casi una necesidad de aspirar aire real entre la madeja de contaminaciones que se acumulaban a las puertas de mis pulmones metafísicos. Quizá simplemente la necesidad de constatar en el mundo real la existencia de alternativas a la vida que me iba tocando en suerte (o en desgracia) a medida que avanzaban los años.

Allá por el ’91, recién estrenada mi condición de funcionario[1]… mi intuición me lo decía fácilmente, casi como una necesidad existencial. Tal como se me avecinaba el futuro, parecía poco menos que insoportable.

Me lo planteé fríamente, evalué la situación de forma objetiva: ¿qué prefería ser en el ’91? ¿Profesor de Filosofía en Cuba o funcionario de trinchera en Uzbekistán? Decidí escribir una carta al Ministerio de Educación cubano… o a su embajada, ofreciéndome de por vida como docente de Filosofía sólo a cambio de una manutención mínima, de supervivencia. Cambiando así la vida acomodada y gris, aburrida y ajena a la filosofía académica[2]… por un futuro incierto y cubano, voluntariamente precario pero zambullido en la docencia filosófica: una vida quizás incómoda, pero llena de colores.

Nunca llegué a escribir aquella carta… si lo hubiera hecho, probablemente no habría tenido respuesta y a día de hoy todo seguiría igual que está. Esto es algo que formará parte ya para siempre de mi historia-ficción personal.

En todo caso, no debía de ser más allá del ’92 cuando una tarde, mano a mano, Seco Moco y yo nos planteamos Cuba como una realidad totalmente alternativa a ésta… más en la línea correspondiente a las influencias cerebrales del susodicho sujeto, claro. Concretamente alrededor de la posibilidad de un viaje programado, ante todo de carácter sexual.

De aquellas ideas nació el siguiente guión, que pretendía ser la referencia a partir de la cual actuar. Llevando a cabo un plan tan hedonísticamente atractivo como descabellado o irrealizable para una mente como la mía: lejana de este tipo de prácticas por principios, por considerarlas tan vacías como deleznables. Para mí era, por decirlo claramente, una mera especulación. La imaginación sirviendo como vacuna ante la posibilidad de que aquello pudiera ser llevado a cabo algún incierto día.

“Viaje a Cuba

1º/Residencia: amplia sin excesos (finca con gerencia) con servicios de personal femenino

2º/Localización: población entre 10 y 15.000 habitantes con playa, además de zona no turística y con entornos variados

3º/Régimen alimenticio: exotismo puntual

4º/Objetivos: Vegetar y crear incluidas cópulas*

*mínimo 2 por día

5º/NO VALE LLEVAR NI TRAER NOVIA

6º/Obligación implícita de transcribir cuando el otro no quiera o pueda

7º/En la medida de las posibilidades, se evitarán las orgías”

Por fortuna el proyecto jamás llegó a salir de aquel papel… torpemente pergeñado durante alguna de las sesiones delirantes con las que Seco Moco me aleccionaba[3] para que yo jamás llegase a ser como él. Como puede constatarse, una amistad de lo más retorcido.

Visto todo aquello desde hoy, Cuba era sólo una esperanza azul deshilachándose entre mis dedos. Una imposible posibilidad castigada por el tiempo, desterrada del mundo… al menos tal como la concebía en esa época.

Pero ¡lo que son las circunstancias!: un capricho del Destino o una conspiración cósmica hizo que mi situación laboral cambiase radicalmente. Durante el curso ’94-’95 trabajé como profesor de instituto, con lo que eso significaba de diferencia económica a mi favor por los ingresos que me supuso. Además para entonces ya tenía pareja estable… un hecho con indiscutible carga diferencial, con su significado en el planteamiento existencial, incluso de vacaciones.

Como resultado, el verano del ’95 aparecía como una época ideal para explorar horizontes nuevos: éstos no fueron otros que los cubanos, porque Dolores BABÁ tenía una apetencia caribeña azuzada por la experiencia de Camilo FRANCO[4] y quién sabe qué otras referencias que yo desconocía.

Vacaciones las hay de dos tipos: ir a hacer lo mismo en otro sitio o hacer otras cosas, pero con la misma cabeza. Cuando se hacen otras cosas con la mentalidad cambiada… es viaje.

Ante los ojos de Dolores BABÁ yo era un cobarde pusilánime incapaz de aventurarme en tierras extrañas… algo de lo que ella presumía, pues había sido extranjera en varios países. Por eso, casi como un desafío, me invitó a planificar juntos un viaje al Caribe: la idea me pareció atractiva… Era casi como llevar a la práctica un sueño, algo que no está al alcance de la mano en cualquier momento.

La vida me lo permitía, así que para su sorpresa recogí el guante del desafío y planificamos el viaje. Antes de que pudiéramos darnos cuenta: agencia, contactos y calendario ya estaban en marcha. Sólo se trataba de dar el consentimiento, lo demás venía por añadidura. Como en cualquier compromiso social, sea individual o de pareja.

Aquel mismo verano del ’95 habíamos planeado realizar un cursillo de Antropología, pero después cancelamos el proyecto: por negligencia, pereza o no coincidencia de fechas. Científicamente hablando, fue una conjunción de errores: ir a Cuba de esta forma, no hacer el cursillo…

Debería haberme dado cuenta por la reacción de mis intestinos en el trayecto hacia Tashkent. Pero ya era tarde: la emisora sintonizada en el autocar despedazaba el nombre de Caro Baroja convirtiéndole en noticia. Nadie sospechó de aquel efecto mariposa. No levanté sospechas, aunque en un plano esotérico yo había sido el artífice de su muerte… Me consolaba pensar que don Julio también habría elegido el amor.

Como es de suponer, aquel trayecto a Cuba fue puro trámite por planificado y previsible: fuera de alguna anécdota irrelevante[5] y también alguna relevante[6].

Aterrizar ¡qué gran concepto! Tanto literal como figuradamente, representa un hecho importante. Más aún tras 9 horas de vuelo, sin duda: así fue mi llegada a La Habana.

Para mi gusto, demasiado sabor a turismo planificado. Alguien como yo, que durante muchos años en Samarcanda había estado del otro lado… veía el mundo en una dimensión cubista. La perspectiva me proporcionaba simultáneamente dos visiones complementarias y en ocasiones contrapuestas. De un lado, la real de mí mismo como turista. De otro, la imaginaria: ¿cómo se me veía desde fuera, cómo me vería alguien que no fuera yo?

Acomodarse… y la primera noche, obligadamente de hotel por imperativos de la agencia. Ése fue el segundo aterrizaje. Al día siguiente quemé La Habana en un amanecer espantoso, involuntario quizá por ser el primero que veía. Eran las nubes de fuego llenando el cielo.

Poco después aprendí a sudar como se hace en el trópico: con la asumida desgana de lo inevitable… hasta que incluso deja de ser tema de conversación, por aburrimiento.

Abandonar el hotel fue una bendición, porque enseguida empezó a poblarse de oropeles posmodernos. Pandillas de machos en pleno turismo sexual… y su complemento, el ejército de jineteras[7]. Afortunadamente Camilo FRANCO, nuestro amigo saharaui del 23/L, nos había facilitado la dirección de una familia en cuya casa y compañía nos quedaríamos durante toda nuestra estancia en la isla. Era gente de lo más normal, por suerte: amables, atentos y comprensivos. Todo un respiro, pues fueron la llave para poder conocer la Cuba real, más allá de tópicos y/o prejuicios.

Cuban@s acostumbrad@s, por desgracia, a compartir su vida con cucarachas… Eso incluía a los turistas como nosotros, aunque ellos no lo dijeran o lo pensaran siquiera. La experiencia de convivencia fue sin duda inigualable: durante la estancia en Cuba, nuestro guía fue Alejandro Cuba, un veterano de la Revolución que nos condujo[8] amablemente por todas las posibles latitudes. Sin llegar a Santiago, porque resultaba excesivamente ambicioso para la duración de nuestras vacaciones… Su compañía fue tan aleccionadora como antítesis del aburrimiento.

Matanzas, Varadero y otros lugares relevantes estuvieron en nuestro itinerario durante aquellos días. Los desplazamientos eran excursiones automovilísticas, que me permitieron intimar con Alejandro Cuba. Hasta el punto de compartir sus experiencias revolucionarias entre tragos de un ron inimaginable desde Europa… También estaban las excursiones cotidianas a pie: por ejemplo, paseos por una Habana interminable, descubriendo siempre cosas nuevas e interesantes[9].

Deambular entre cotidianidades ajenas sin duda es aleccionador. Descubres el itinerario como una canción: “Los niños juegan… a a extraños juegos…” En el interior de esas peregrinaciones con apariencia de turismo, siempre hay marineros. Se repiten como un eterno retorno: diferente rostro, pero el mismo arquetipo. Son fugitivos de su destino… buscando, rastreando entre selvas de ideas una piedra filosofal lejana al oro.

También aparecen lugares tópicos: La bodeguita del medio, Floridita, el Capitolio, la Catedral, el malecón… Imprescindibles para el catálogo fotográfico… una prueba irrefutable para mostrar a la vuelta, por si las desconfianzas ajenas.

Pero hay otro catálogo más importante, invisible en apariencia:

1) un loco excepcional,

2) el lugar de la poesía,

3) la aristocracia de las ideas,

4) guerras con sentido y al acecho de lo acomodado, de lo previsto, del control, de la vida medida…

No haré un listado exhaustivo: ni de mis experiencias únicas[10] ni de las personas a quienes llegué a conocer[11]. Baste que vayan apareciendo a vuelapluma, como fue degustar especialidades gastronómicas cubanas en restaurantes caseros y clandestinos que se ofrecían amablemente al visitante.

Muchos barrios, que eran casi ciudades aglomeradas hasta conformar La Habana: crisol de culturas y santería. Infinidad de sensaciones inexplicables e irrepetibles… entre ellas, la vergüenza ajena por contemplar a vejestorios uzbekos rodeándose de niñas… También las puertas francamente abiertas del Banco de ideas X: la inteligencia como forma de creatividad y resistencia.

Desde La Habana, como un aspersor, repartí vía correo ordinario unas cuantas postales. Para salpicar de frescor caribeño las vidas normales: de familiares, amigos y conocidos. Impresionismo en estado puro.

1)   Cuando llega el día en que la Revolución está en los museos, hay algo que no acaba de encajar en los esquemas. Perseguir un renacuajo en un río es más fácil que entender el mundo, pero siempre hay claves para descifrar los secretos, y ésta es una de ellas. Sobre los detalles del jeroglífico ya os daré más pistas al bajar a la tierra, porque aquí (menos mal que estoy al nivel del mar) ya casi toco el cielo, sin querer. No seáis malos, que todo se sabe (y si no, ahí está la foto).

2)   Veo cómo se me alargan los dedos; nada parece igual desde aquí, aunque hay un cierto resabio añejo que no me convence, un regusto a otro tiempo que no sé cuál será. El extremo de mis brazos parece ya otro mundo, entre clarines y sones desconocidos: estoy apuntando a la luna, como siempre. Y como de costumbre, busco el detonante y sólo encuentro el fogonazo. Tiene mucho sentido todo, pero ¡ay! se quiere lo que no se tiene, y luego: se canta lo que se pierde.

3)   Caminar entre escombros no es tarea grata: siempre surge la belleza en las grietas y hay gritos sordos y ancestrales en los resquicios de la bondad. He descubierto –no sé si hoy, no sé si aquí– una forma nueva de no bajar al mundo, sé que no puede ser la claustrofilia más que una variante de la agorafobia, y sin embargo ¡qué tentación! ¡qué riqueza es la vejez prematura! Entre los cascotes y la chatarra veo brillar el último desencanto, con ese brillo que hace de lo imposible una forma de vida más allá de la belleza.

4)   CUBA VA (a pesar de los pesares)

Ya sé que todo se sabe. Pero cuando se oye cantar un gallo más de tres veces y es noche cerrada, no hay que perder el tiempo: levantarse del lecho e ir a pronunciar las palabras mágicas es más una obligación que el filo de un cuarto menguante, sobre todo si desde ese cuarto se ve la luna. Tras ella, siempre la cascada de días –como si pudiera ser de otra forma– descolocando la existencia, y también ¡cómo no! la noche intentando poner las cosas en su sitio. ¡Qué sitio! El viento mece las cortinas… sólo hay dos problemas: no hay cortinas y el viento es un ventilador.

También llegó a invadirme ese afán recopilador que convierte al turista en esponja. Torpemente y de manera imperfecta fui haciendo acopio de objetos que pretendían quedarse en mi mundo material. Más allá de esa perfección que es el recuerdo[12]. Cambié una talla de madera, la mujer saliendo de una rosa… por una dualidad única: vida y muerte como teatro sin más explicaciones.

Transitar entre lo cotidiano ajeno, sentirse intruso o entomólogo… resulta fatigoso. Más que nada por la incapacidad para modificar lo injusto o influir en el curso de los acontecimientos… estar condenado a ser mero espectador. ¡Qué distintos se ven los trenes en semejante tesitura! Lo que para el turista es casual, anecdótico, excepcional… para el autóctono es lo contrario: cotidiano, costumbre, vulgar.

Y lo mismo con todo. Un poco por eso estaba deseando salir de Cuba para poder recordarlo. Es mucho más grande que vivirlo. Como pasa en tantas ocasiones, la vivencia resulta hasta cierto punto un estorbo por material y objetiva, por independiente de nuestra voluntad. En cambio el recuerdo es más fácil: puede ser manipulado a nuestro antojo. Aunque no se deje, acabará siendo lo que uno quiere. Cuando, obstinado, persiste en su rebeldía… llega la imaginación para reemplazarlo.

El balance de aquella experiencia no puede ser más que positivo, aleccionador. Contribuye a rebajar ese nivel de etnocentrismo con el que involuntariamente tiendo a abordar la realidad… más bien en contra de mi voluntad. Por eso y para eso Cuba resulta una buena vacuna…

Si puedo pedir un deseo es que llueva aquí como llueve en Cuba, aunque la gente mire con caras raras. Nunca le he tenido miedo a la lluvia, ni asco a mojarme. Más bien me ha gustado… en ocasiones he salido a la calle mientras llovía, sin necesidad. Sólo por el placer de empapar mi rostro. Aunque confieso que me gusta tanto la caricia del agua en mi cuerpo como la resonancia del agua bajo el paraguas, paradigma de incomunicación con la Naturaleza.




[1] Como una amenaza de por vida, una condena previsible hasta el año 2029, en el que tendría que jubilarme.

[2] Que se me aparecía en Uzbekistán como un futuro cierto.

[3] Desconozco si voluntariamente.

[4] El camarero del 23/L y La esquina de la salsa de Kagan.

[5] Un famoso cantautor iba entre los pasajeros, con gran alboroto del ejército de buscador@s de autógrafos, siempre al acecho.

[6] Vi cómo una azafata se pintaba furtivamente los labios, oculta para los turistas.

[7] Según designación popular y genérica para las prostitutas, independientemente de su grado de profesionalización en el oficio.

[8] Nunca mejor dicho, porque recorrimos la isla a bordo de su utilitario Lada.

[9] Aunque no siempre agradables: incluyeron algún episodio de hostilidad hacia los turistas, que sufrí en propias carnes.

[10] Entre las que está haber comido tortuga como manjar prohibido.

[11] Incluyen a disidentes como la locutora Victoria AGUA o su pareja el pianista Ernesto LINO.

[12] Caprichosamente, modela la realidad a su gusto, la deforma.

 

 

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