SAMARCANDA

SA - 1.4.5.2.

Estudios

maracandeses

UdeS

Filosofía

clase

1985

095

 

 

No es que yo tuviera que estudiar filosofía: es que la Filosofía estaba hecha a mi medida, me encajaba como el zapato a Cenicienta… ¿acaso quería ir descalzo toda la vida?

Coincidir en aquel lapso espacio-temporal[1] para mí significó un anclaje, remitirme a lo concreto con todas sus consecuencias: abandonar ese mundo de querubines, ideal, inmaterial, espiritual… en el que me había movido hasta entonces[2] y bajar a la arena, a la realidad de los gladiadores.

Supongo que todos mis compañeros de clase se encontraban en similar situación: llegaba cada uno desde un punto diferente del Universo para empezar a ver cómo era la realidad… Incluso más neófitos que yo, pues les superaba en edad dos años.

Allí, entre aquellas aulas, descubrimos el Universo… o lo fuimos construyendo, no sabría muy bien decir cómo ocurrió. Entre la maldición y el milagro, los sucesos discurrieron de la misma forma que un riachuelo va jalonando su camino.

Nos íbamos reconociendo como nosotros mismos individualmente, cada uno iba perfilando su manera de ser… pero al mismo tiempo íbamos entretejiendo recíprocamente relaciones más o menos superficiales[3]: pueden rastrearse entre los distintos personajes que encarnan estas Malas memorias.

 

PREÁMBULO

El mosaico resultante es figurativo: un crisol que permite la cercanía suficiente para poder apreciar sus detalles… pero también la distancia adecuada para apreciar el conjunto.

A los tres meses de empezar el Primer curso (el ’85-’86), concretamente en mi cumpleaños del ’85… con ese motivo tuvo lugar un ritual de acercamiento, conocimiento mutuo y recíproco que nos permitió romper el hielo. Nos otorgó una cohesión como grupo que ya no se perdería, sino que continuaría profundizándose durante los años inmediatamente posteriores.

A pesar de tratarse de un hecho puntual y hasta cierto punto casual, tuvo la suficiente relevancia para unir al grupo y facilitar durante los años siguientes un acercamiento entre los diferentes clanes que lo componían. Hasta lograr[4] una tupida red de relaciones que superaba la clásica clasificación entre las élites y los grupúsculos: mientras ambos conceptos son impermeables y por lo general delimitan la dinámica de un grupo, entre nosotros no ocurría: había comunicación y permeabilidad.

Sin duda la frontera de diciembre del ’85 hizo saltar por los aires los prejuicios y las defensas naturales: todos aquéllos que el individuo suele anteponer a su espíritu cuando actúa en público, con el fin de no convertirse en vulnerable. Aquella espontánea camaradería consiguió por tanto una cohesión que iba más allá de la mera relación académica. Consiguió rebajar las defensas del conjunto al comprobar que no había posibilidad de ataque por parte de los compañeros de fatigas.

Lo académico hizo el resto: típicos intercambios de apuntes[5], trabajos en grupo, estudios compartidos, inacabables tertulias acerca de las asignaturas… estaba también el asunto de las reencarnaciones reconocidas oficiosamente: CEREAL y GUSARAPO, por ejemplo. En fin, la progresiva toma de conciencia de que aquello era un trabajo al que todos estábamos invitados y resultaría mucho más creativo y entretenido implicándonos vitalmente: incluso enriquecedor más allá de lo meramente académico. ¿Cómo? adquiriendo un compromiso común que resultaba infinitamente más enriquecedor y válido, precisamente por espontáneo y no planificado: casi ilimitado en tiempo y energías dedicadas.

Así fue creciendo la implicación como grupo de una manera totalmente natural, porque con el tiempo íbamos descubriendo las afinidades que nos arropaban. Los compañeros eran variedades de uno mismo: versiones alternativas, espejos en los que se reflejaba la propia personalidad. Muchas veces devolviendo una imagen más auténtica que la que hasta ese momento cada uno había percibido de sí mismo, deformada por los intereses de haber sido antes simultáneamente juez y parte.

 

LA FUSIÓN

Hubo (tras aquel significativo episodio del cumpleaños del ’85) múltiples y muy variados acontecimientos: sin ánimo de ser exhaustivo, citaré algunos.

  1. Los estudios de lógica en grupo, bajo la dirección de JR, durante los dos primeros cursos de la carrera.
  2. Una estancia de fin de semana en un refugio cercano: Jesús Manuel LAGO, Alejandro Marcelino BOFE, Pablo CIEGOS y yo, como mínimo; durante Segundo.
  3. Gato del campo: durante Segundo.
  4. Trabajos en común de Historia de la Ciencia, Historia de la Filosofía, Estética… Durante Segundo y Tercero de carrera.
  5. La Estética y toda su carga emotiva a través de GUSARAPO intentando devorarnos un alma que exponíamos en clase alegremente. Durante Segundo y Cuarto.
  6. Excursiones de Antropología: Los ancestros y la Ruta de Tales, que nos sirvieron para conocernos fuera del contexto habitual (Facultad, bares y domicilios). Tercero y Cuarto de carrera.
  7. Las movilizaciones del ’87, con lo que supusieron de convivencia humana (aparte del posicionamiento anti-político). Durante Segundo.
  8. Interminables noches de estudio y juego en domicilios ajenos, en pisos de estudiantes que rezumaban sabiduría, feromonas y la suficiente curiosidad –nunca satisfecha– que devenía antropología. Segundo y Tercero de carrera.
  9. La excursión y convivencia con motivo de Maraño.
  10. La Delegación de alumnos de la Facultad, germen de infinitas propuestas que socavaran el poder pretendidamente incuestionable de la UdeS. También en su versión lúdica y/o surrealista. Entre Segundo y Cuarto.
  11. La sala de alumnos (mientras existió): una forma totalmente diferente de comunicación. Primero y Segundo.
  12. La inolvidable e incomparable experiencia de solidaridad y compañerismo que denomino ¡Qué bello es vivir!

Así, poco a poco fueron debilitándose unas barreras que nos protegían pero aislaban respectiva y recíprocamente. Hasta el punto de que al llegar a Quinto (último curso) éstas ya se habían diluido por completo… disueltas como un azucarillo en un vaso de agua, dulcemente: ni siquiera fue necesario romperlas.

Aunque también hubo quienes abandonaron su caparazón sólo tímidamente, porque su individualidad resultaba excesivamente celosa… así era su también respetable forma de ser. Pero podríamos decir que el transcurso de aquellos años sirvió para encontrar una identidad de grupo: al principio, en el ’85, aparte de las individualidades[6], se encontraban claramente diferenciados dos núcleos que polarizaban las energías circulantes.

Para delimitarlos y diferenciarlos genéricamente, recurriré a una hipótesis inicial[7]: la que diferencia lo apolíneo de lo dionisíaco… o distingue entre la sabiduría (más teórica) y la vida (más práctica).

En otras palabras, estaba el grupo de quienes estudiaban como prioridad[8] y el de quienes vivían como prioridad[9].

Dos polos aparentemente opuestos y sin embargo complementarios: condenados a convivir, entenderse y converger. Digamos que eran posiciones de partida, declaraciones de principios ante la vida.

Lugares en los que cada uno se posicionaba libremente al llegar a la Facultad, en los que de alguna forma creía. No eran posiciones irreconciliables, aunque por naturaleza cada una desconfiaba del punto de vista ajeno: cargadas de significados tópicos, cada una ante los ojos de la otra resultaba una especie de maldición de la que se pretendía huir, una referencia por oposición.

Pero al mismo tiempo resultaba de una atracción irrefrenable, por tratarse de una cosmología que siempre se había visto desde fuera: seducía.

La convivencia cotidiana, sin embargo, nos fue enseñando que aquello sólo eran “tipos puros”[10]: tonterías heredadas en abstracto, lógica básica de ceros y unos que nada tenía que ver con la realidad. Prevenciones contra o hacia un colectivo que en la práctica resultaba ajeno al demonio que se le suponía.

Así, casi sin darse cuenta, gracias a una apertura mental imprescindible que había ido creciendo a medida que los acontecimientos antes enumerados la habían abonado, la convivencia dio lugar al conocimiento y éste al reconocimiento en el otro. Antes de que pudieran darse cuenta las partes implicadas, los dos bandos[11] se habían fusionado en un hibridaje mutuamente enriquecedor: conocer al otro supuso descubrirse a sí mismo. Comprobar que aquel demonio no era sino la propia figura deformada en un espejo cóncavo[12].

Cada grupo aprendió del otro. Los empollones descubrieron que de nada servía la sabiduría si no se encontraba salpicada, aderezada, contaminada de vida. Y los juerguistas, que de nada servían la diversión y la vida disipada si no dejaban un poso de sabiduría.

Ambos grupos encontraron un territorio común de intercambio y enriquecimiento. Semejante al famoso “puente de los espías” utilizado por las potencias durante la Guerra Fría. Los empollones se hicieron juerguistas bajo la guía natural de éstos… y los juerguistas se volvieron empollones con la ayuda de aquéllos.

A partir de Segundo los intercambios[13] empezaron a ser cada vez más frecuentes… apuntes van y copas vienen, fiestas compartidas: a veces se trataba simplemente de charlas, más enriquecedoras que cualquier libro… Una fiesta para ambas sabidurías, letra viva.

En otras ocasiones salir de copas significaba eso: compartir al mismo tiempo juerga y sabiduría… estudiar, paradójicamente, con música y alcohol: los conceptos se fijaban indelebles en la memoria.

De alguna forma habíamos encontrado una vía inagotable de comunicación entre ambos grupos. Llámese como se quiera: era constante, fluida… la vida como algo creativo, intelectual y compartido. Era ni más ni menos que el arte de vivir… esa edad de oro mítica y pretendida por la Humanidad entera, en cualquier época.

Una mañana, por ejemplo, vino a visitarme “Hegel I, el absoluto”: el vértigo de aquel día casi me hizo sucumbir… Fue una visión del futuro: extraña identificación con su proyecto, trasladado a mi conciencia… casi fui víctima de esa juvenil esquizofrenia que ya había amenazado mis piernas otra mañana crucial.

Cualquier acontecimiento resultaba todo un descubrimiento: ante todo, de uno mismo. Gracias a la disposición positiva, a la camaradería que reinaba ya sin protecciones en un mundo en el que todos nos encontrábamos en el mismo rumbo y a la deriva. Aquella Facultad sin duda era[14] una versión inigualable de la mítica nave de los locos (stultifera navis).

 

SALSA

Por si todo esto no fuera suficiente, a partir de Tercero tuvo lugar el desembarco de las pedagogas en nuestra clase, que gracias al curso-puente vino a traer aire fresco al segundo ciclo de la carrera… de otra manera habría sido una atmósfera en exceso viciada por conocida. Además, su condición de ajenas al mundillo filosófico (ya de por sí enrarecido) resultaba ciertamente aleccionadora.

Era como si el mundo real nos enviara un grupo de emisarias para dinamitar nuestra torre de marfil, tan rancia como caduca: elitista.

* Cecilia PASO y Caterina PEGA (el grupo de las de Qûnghirot), que aportaban su visión ética de un conflicto que a nosotros se nos aparecía mundano: el de Qûnghirot. Eran como una piña trayendo hasta la estepa profunda una visión alternativa y ciertamente interesante.

* También Esmeralda AVISA, esteparia de pura cepa, ese tipo de carácter que pretende saberlo todo antes de haberlo aprendido: cerrazón, sin duda.

* Andrea Puente, el amor platónico de Araceli BRUMA[15]; era un soplo de aire fresco, con jugosas conversaciones en el Trueno a altas horas de la mirada y la madrugada.

*O María Agustina Venga, amable y simpática pero que me recordaba con su presencia ese otro mundo anti-filosófico de las personas en exceso normales. Mi inconsciente evocaba la repelencia que me provoca ese mundo que se piensa superior sólo por normal.

*Araceli SACO era simpática y amable, buena gente; pero de la que no da la talla intelectual para charlas o diálogos filosóficos: una pedagoga venida a más.

Si es cierto que el roce hace el cariño, con los del "curso-puente" no nos habíamos rozado lo suficiente.

 

EPÍLOGO

Aquel panorama de carne y salsa resultaba para mí tan seductor que no sabía a qué carta quedarme… Mis días eran como un viacrucis, una sucesión de peregrinajes fruto de la indecisión: lo quería todo, pero era imposible y yo lo sabía.

Así que acabé convertido en una especie de insecto libador de néctares ajenos, pero presto a marcharme no bien acababa de llegar… como en la aporía de Zenón, no me movía donde estaba, pero tampoco donde no estaba. Condenado a la ausencia de movimiento por mi propia indecisión. Sin embargo mi estatismo resultaba tan enriquecedor como inagotable: yo era una especie de vampiro deambulando por infinitas sangres ajenas, succionando y aprendiendo sin fin, infatigable.

En términos erótico-afectivos, podría resumirse en la Oda imposible a la mujer posible.

 

Si tuviera dos vidas, seguramente la segunda sería contigo. Explorando posibilidades contagiosas, quizá desperdiciando con experimentos nada menos que toda una vida. Sólo por tener la certeza de mi acierto en la primera, para poder –si quieres– enjuiciar por oposición como óptima la segunda. O también para conjurar la posibilidad de que haya en realidad vidas alternativas.

Pero te has quedado a la puerta, con la plaza ya ocupada, inútiles todas tus llamadas desesperadas. En realidad perteneces a un universo alternativo, continuamos juntos en esa otra dimensión de los mundos posibles de la que huíamos en su día casi sin quererlo, como intentando provocar inexistencia.

A veces uno abandona historias de amor incipientes sin saber muy bien por qué, arrastrado por unas fuerzas amables y siempre desconocidas. Como si abandonara un camino que no cree el suyo para seguir investigando hasta llegar más allá del desengaño: ¡quién sabe si se equivoca!, no lo sabrá ya nunca.

Sin embargo tengo presente tu imagen, aunque sólo sea por oposición, por reducción al absurdo. Es un referente de tierras ignotas pero no añoradas; sólo un aprendizaje en piel ajena. Tu imagen preside esta burbuja, sí, pero no te añoro. Quizá sólo echo de menos mi segunda vida. Aunque –si la tuviera– escribiría esto mismo, pero imaginando tener una tercera vida… contigo.

 

Ignoro a qué se debía el éxito de mi persona entre todos aquellos mundos femeninos… supongo que el cariño tenía mucho que ver, pero seguramente también la compasión estuviera implicada en el asunto. Aunque yo no supiera verlo entonces, imparable.

Quizás una buena forma de resumir en imágenes mentales toda aquella etapa sea la de recordar una intención estética que me inquietaba allá por el ’87: la de afeitarme media barba, pero verticalmente. Es decir, tener dos perfiles distintos en el mismo rostro: desde un lado, afeitado y desde el otro, barbudo. Si no llegué a llevar a efecto semejante experimento social fue simplemente porque entonces tenía una barba despoblada e irregular. Más tarde he visto personas con este look: por primera vez, casualmente, en uno de mis compañeros de Facultad… de cursos anteriores.

Lo cierto es que la recta final de la carrera[16] en mi caso resultó algo atípico y descafeinado, al hacer dos cursos en uno: mientras mis compañeros de promoción estaban cursando Cuarto conmigo, al mismo tiempo veían que aunque les quedase un año… ya estaban despidiéndose de mí.

En algún sentido puede decirse que deserté de aquella batalla final… pero resultaba un imperativo económico por la escasez de recursos de mi familia. Cuando mis compañeros acabaron la carrera (junio del ’90) yo aún me debatía y peleaba en Samarcanda con trabajos precarios, mal pagados… a salto de mata: algunos de mis coetáneos cursaron el doctorado y continué viéndoles una buena temporada por Samarcanda.

Incluso cuando empecé a trabajar tras aprobar las oposiciones de Auxiliar del Estado en mayo del ’91 todavía conservaba compañeros de promoción que continuaban viviendo por allí[17]… pero los días de fatigas compartidas, de estudios y proyectos comunes, de inquietudes polarizadas a través de un mismo prisma visualmente común: ya habían pasado.

Sin duda fueron bien aprovechados, aunque mientras duraron parecían naturales, inagotables: como ocurre tantas veces en la vida. Infinitos y eternos sí que fueron en otro sentido bien distinto, el que les confiere el recuerdo.

Desde aquí, desde este ahora que parece más un país diferente que un tiempo nuevo, resulta imposible exprimirlos por completo… o reducirlos a palabras. Pero multiplican por infinito el blanco, que descompone naturalmente sus colores al pasar por ese prisma: de una manera tan diáfana como en la portada de aquel disco de Pink Floyd, The dark side of the moon.

Cuando acabé la carrera me llamaban jocosamente “el licenciado vidriera”… porque fue cuando empecé a llevar gafas, no antes.

 

C.A.P.

De todas las pérdidas de tiempo que he conocido a lo largo de mi vida[18] la que se lleva la palma con diferencia es ésta: el Certificado de Aptitud Pedagógica (C.A.P.)

No recuerdo de cuántas horas constaba, pero cada una de ellas se hacía eterna: con esa aridez que provoca en la mente comprobar que pasan los minutos sin provecho alguno. En este caso, por el único motivo de que a alguien con el poder suficiente se le ocurrió que al acabar la carrera (fuera cual fuera) resultaba necesaria una formación específica para poder dedicarse a la docencia.

Así, una vez licenciado, si querías presentarte a las oposiciones de Secundaria tenías que pasar por ese aro: una pantomima dirigida a certificar que los alumnos del C.A.P. se encontraban en condiciones de impartir clase en un instituto de Secundaria.

Para eso te ponían en grupo[19] y te dejaban en manos de algún elemento de la Facultad de Pedagogía que tenía como objetivo de aquellas interminables horas… hacerte comulgar con las mismas ruedas de molino que se desayunaba aquella gente todos los días. La ininteligible y vacía jerga que compone esa especialidad llamada Pedagogía… El contenido de la misma no es otra cosa que un catálogo de supuestas justificaciones científicas encaminadas a la técnica de la enseñanza de cualquier conocimiento: se presumen probadas y demostradas en algún mundo posible. Resulta indiferente aquello que pretende transmitirse, porque importa más el dedo que la luna. Ejercicios infinitamente rancios y aburridos, hasta el punto de quitarle a uno las ganas de entrar a valorar los contenidos, desmotivando sin cesar cualquier iniciativa.

En otras palabras, aquello era algo así como la planicie de la vida contemplada con una conciencia que se encuentra sufriendo los efectos de un bajón de anfetas: aquello era un ladrillo.

Parecía imposible que siguiera funcionando ante lo indiscutible y objetivo de su inutilidad, tan manifiesta como aclamada.

Con mi característica combatividad intelectual, durante el tiempo que duró aquella tortura dediqué una buena parte de mis energías a buscar maneras de presentarle a la tal Esmeraldita C.A.P.[20] pruebas indiscutibles de que aquélla era una tarea de imbéciles por la que ella probablemente estaría satisfecha, pero a nosotros nos reventaba.

Sin embargo aquella chica de plástico era impermeable. Me colocó la etiqueta[21] de problemático y discutón, con lo que su tarea conmigo durante aquellos días –tres meses, creo que fueron– se redujo a intentar ridiculizar mis intervenciones.

Éstas sólo pretendían demostrar de manera objetiva que el C.A.P. no había por dónde agarrarlo[22], que aquello era objetivamente una mierda pinchada en un palo: pajas mentales que no estaban ancladas en la realidad, sino flotando en esos etéreos universos… los que habitan las cabezas de ese personal especializado en la Nada, las supuestas autoridades sobre el tema. Los pedagogos actuales son vendedores de humo, buhoneros de feria que no llegan siquiera a la altura del betún comparados con los sofistas, sus supuestos orígenes históricos.

A pesar de todos los estatutos epistemológicos y las infinitas zarandajas que puedan argumentar a su favor esas gentes dignas de compasión, en realidad sólo son elementos que se interponen en el camino hacia la esencia del verdadero conocimiento[23]. Sea cual sea la especialidad del saber a la que se dirija la Pedagogía, ciencias o letras en cualquiera de sus ramificaciones, sólo produce ruido.

De hecho, entre la ingente cantidad de folios generados por el C.A.P.… de mis apuntes sólo se salva la parte más creativa: los pasatiempos con los que Andrés GHANA y yo íbamos decorando aquel ladrillo. Buscando bajo las piedras la forma de sobrevivir al aburrimiento.

Lo más interesante del C.A.P. fueron para mí las prácticas en un instituto, sin duda: porque acompañado de un profesor de Filosofía experimentado y a punto de jubilarse, sí que se aprendía cómo iba a ser aquello. Guiños y trucos tan divertidos como entrañables. Lo demás pura palabrería: una especie de magia consistente en ver materializado aquello que sólo existe en las cabezas de los pedagogos.



[1] Lo que viene siendo una promoción académica.

[2] En este sentido: platónico.

[3] O lo que es igual, más o menos profundas.

[4] Sin planificación alguna, pero con una solidez tan indiscutible como incontestable.

[5] En la época no existía El rincón del vago ni nada parecido.

[6] Que persistieron, siempre las hubo.

[7] Dual, para que resulte más evidente el contraste.

[8] Para lo que les resultaba imprescindible vivir.

[9] A quienes les resultaba imprescindible estudiar si querían continuar con la forma de aprendizaje vital elegida.

[10] Según la terminología de Max Weber.

[11] En terminología clásica: empollones y juerguistas.

[12] Al estilo de los del callejón del Gato en Luces de bohemia.

[13] Hasta entonces tímidos y extemporáneos.

[14] Al menos lo fue en nuestra promoción.

[15] Aunque ni quizás ni ella misma llegara a admitirla como tal.

[16] Que suponía el preámbulo para la inserción en el mundo laboral, en la vida real… tras el oasis-paréntesis-prólogo de la Facultad.

[17] Araceli BÍGARO, Eugenio LEJÍA, Araceli BRUMA

[18] ¡Y han sido muchas!

[19] Una especie de rebaño tutti-fruti de todas las especialidades, de todas las carreras.

[20] Nuestra indecente docente.

[21] Los pedabobos tienen muchas para adherirles a sus víctimas.

[22] Dialogando sobre nuestra labor allí y su futura aplicación práctica como docentes.

[23] Consumen su vida entre trasnochados tecnicismos. Su existencia como faceta del saber está totalmente de sobra. Sólo son maleza.

 

 

Sonido

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