Valentín

Hermano

Kagan

´64

´99

691

           

 

Si pudiéramos preguntarle opinión a Valentín Hermano sobre las siguientes líneas, con toda seguridad diría:

1)          Que resulta imposible resumirle en palabras porque su condición, como todo lo humano, escapa a cualquier taxonomía posible. Por tanto es un trabajo inútil por quimérico o pretencioso.

2)          Que aunque pudiera hacerse, resultaría una tontería intrascendente. Una especie de pasatiempo que iría a parar a un cajón de sastre pleno de inutilidades.

Algo estéril en cualquiera de los dos casos, aunque por diferentes motivos.

Esta aproximación al contenido de sus posibles declaraciones al respecto nos proporciona una idea certera de su personalidad: su carácter. Con ello conseguimos un primer esbozo de su idiosincrasia. Es la típica personalidad que combina desencanto, complejo de superioridad, envidia, desprecio, misantropía y algún que otro desecho de vilipendios[1]. En otras palabras, podría decirse que resulta de un elitismo desde lo abyecto. Reinventa una ética para la cual no hay posibilidades de salir airoso, puesto que sólo Valentín Hermano como juez y parte resulta indemne. Está más allá del bien y del mal… y sin embargo resulta ser incapaz de volar: por así decirlo, es el hombre lastrado[2].

El desprecio que el mundo merece ante su consideración arranca por tanto de la esterilidad; si tuviera que ser resumida la realidad completa en una sola frase, sería una de sus favoritas (con diferencia): “una mierda pinchá en un palo”. Su corazón piensa al ser humano perdido para toda causa noble. Valentín Hermano hace acopio de su experiencia para evaluar la realidad completa de manera tan cáustica como irremediable. Toma el todo por la parte con el objetivo de parapetar sus axiomas tras una conclusión pretendidamente indiscutible y apocalíptica[3].

Es el típico individuo que ante una hipotética situación de botón rojo a su alcance para acabar con el planeta, con la Humanidad completa… no dudaría un instante en apretarlo aún a riesgo de equivocarse. Llevarse por delante todo lo existente por un capricho de quien está a disgusto con la vida. Los demás sólo son mera comparsa.

Baste un ejemplo real para ilustrar con algo de concreción la extensa retahíla de abstracciones antedichas. Una noche, volviendo de copas y ya dominado por la ebriedad, Valentín Hermano tropezó y cayó de bruces contra la puerta de un garaje. El consiguiente estruendo entre la oscuridad y el silencio nocturnos llamó la atención de un transeúnte. Éste se acercó para ver qué le había pasado y si podía ayudarle de alguna manera. Le tendió la mano amablemente y Valentín Hermano, desde el suelo, le espetó con desprecio: “¡Déjame en paz, filántropo de mierda!”.

El episodio da una idea aproximada de la fe de Valentín Hermano en el ser humano. El otro pobre hombre se marchó espantado, para comprobar el significado de la palabra en el diccionario de casa. La desconocía, según sus propias declaraciones posteriores. Con el paso del tiempo quiso el azar que acabaran trabando amistad por vías alternativas, lo que sirvió para inmortalizar un instante que a buen seguro de otra forma habría pasado a formar parte del olvido por razones obvias: Valentín Hermano no lo recordaba.

Ahora bien, para llegar a esta personalidad fueron necesarias unas etapas previas. Puesto que nada carece de motivaciones, por muy escondidas que se hallen o muy inconexas que éstas parezcan.

La casualidad ha querido que Valentín Hermano y yo compartiésemos familia durante muchos años, además de otras vivencias más o menos clarificadoras a la hora de hacer un acercamiento como el presente. Éste por lo tanto será de todo menos psicoanalítico.

Vaya por delante mi advertencia de que para acercar este individuo al lector tendré que hacer un ejercicio de evaporación. Privar mis recuerdos de todo aquello que los puebla[4] relacionando a Valentín Hermano con una serie de vivencias que serían sólo un catálogo de despropósitos si me limitara a describirlas. Por este motivo tengo que desbrozar con mayor o menor fortuna semejante campo; poblado de hierbajos indeseables, rastrojos, hasta convertirlo en el paisaje diáfano que nos permita acceder al horizonte de su alma, no siempre amable.

Valentín Hermano se piensa inigualable, irreductible[5], único. Lo es en la medida que todos lo somos, es decir: de manera irrelevante. Este rasgo es típico de los saharauis, comarca que imprime carácter al estilo del bautismo. Valentín Hermano se aparta de los cánones de Kagan porque los considera encorsetadores y chabacanos, además de creerlos propios de un corporativismo paleto y miope.

Sin embargo su exacerbado afán de individualismo acaba haciéndole desembocar en un callejón sin salida. No se podría diagnosticar con exactitud si el desencanto existencial que caracteriza a Valentín Hermano es producto de la envidia por una clase a la que acaba despreciando o tal vez simplemente responda a una actitud juvenil enquistada: de rebeldía ciega e irracional, que se revuelve… no quiere reconocer el funcionamiento de la vida ¡como si éste dependiera de la opinión de la mayoría!

A pesar de esa enfermiza pretensión de singularidad universal[6], Valentín Hermano es tan irrepetible como cualquiera de nosotros. Esto nos iguala, lo que enciende su frenesí y su cólera. Desemboca así en un proceso autodestructivo cuya pretensión real resulta[7] acabar con el Ser Humano, empezando por sí mismo.

Sin embargo, por mucho que se empeñe en lo contrario… actúa con patrones universales, a pesar de renegar de ellos. Éste es el motivo principal por el cual analizaré su personalidad sin afanes exhaustivos en las líneas que siguen. Sólo serán pinceladas impresionistas que nos acerquen a Valentín Hermano como arquetipo, para aprender de su modelo cuanto de aleccionador tenga para el ser humano en general. Más allá de singularidades y casuísticas que no son clarificadoras, un ejemplo que nos permita evitar repetir sus mismos errores.

En definitiva, los elementos de juicio con los que podríamos trabajar son tantos[8] que correríamos el riesgo de perdernos en la maraña existencial, perdiendo de vista el horizonte interpretativo.

No es que yo haga algo porque sea excepcional, sino que se convierte en excepcional desde el momento en el que está hecho por mí. Éste es el punto clave de la autoevaluación de cualquier personalidad egocéntrica, como es el caso de Valentín Hermano.

Digamos que por no gustarle nadie, el individuo con estas características acaba siendo el centro del universo a falta de otro sol referente. Por lo mismo, no es un proceso que parta de la propia validez como principio universal o hipertrofia del ego, que sería en este sentido un proceso “positivo”. Al contrario, se trata de un proceso que proviene de vía muerta. Creer en uno mismo a falta de dios protector de ningún tipo, ni siquiera comprensivo: en este sentido, “negativo”.

Para llegar a esta actitud vital, a este lugar de destierro en la existencia cotidiana, Valentín Hermano pasó por una serie de etapas que le fueron conduciendo a lo que él finalmente creyó su verdadera personalidad, aunque en el fondo se tratase de algo determinado en gran parte por las circunstancias. Como veremos, cada etapa iba siendo iniciada por unos hechos concretos que paulatinamente modelaban su actitud existencial… hasta hacerla desembocar en un talante que en realidad sólo era y es la plasmación de una incapacidad. La de vivir en sociedad según las reglas del juego previamente establecidas.

ESTUDIOS

Hasta el ’81: Kagan y Samarcanda (Primaria, Secundaria y preparación para la Universidad)

’81-’87: Tashkent (Telecomunicaciones, Universidad)

’89-’94: Samarcanda (Filosofía, Universidad)

TRABAJOS

’83: Hotel Rana, Samarcanda

’87-’89: Universidad Politécnica, Tashkent

’89-’97: Compañía de teléfonos, Tashkent

Desde el ’97: Compañía de teléfonos, Urganch

Valentín Hermano era un luchador nato, pero por definición incapaz de ganar. Sólo luchaba para apuntalar con el mundo de los hechos una idea previa, su punto de partida: que iba a perder. La obsesión de que cualquier lucha es inútil sólo le dejaba una salida: perder siempre. Era un perdedor nato.

De manera inconsciente se dejaba dominar por una tendencia autodestructiva que alcanzaba de lleno cualquier proyecto que emprendía. Hacía todo lo que materialmente estuviera en su mano para lograr el éxito, pero indefectiblemente una y otra vez sus negocios acababan en un abismo que a Valentín Hermano le servía para la pírrica victoria de tener razón en su fracaso. De alguna forma no consciente necesitaba ser un perdedor.

Quizá para autocompadecerse en la soledad de alguna barra de bar. Pero una y otra vez, como Sísifo, emprendía la ardua tarea de empujar la piedra hacia la cima. También como forma de consuelo se acostumbró a estar rodeado de una mugre tan provisional como eterna: casi quitándole importancia al mundo cutre en el que se desmoronaba y desenvolvía cotidianamente. A pesar de no ser conformista, caía una y otra vez en unos errores de los que no aprendía[9]. Incapaz de privar a los errores de la cáscara para acceder a la esencia. La cadencia repetitiva les hacía volver en un eterno retorno que Valentín Hermano era incapaz de reconocer. Al igual que los virus mutados van sorteando al vigilante, miope ante las metamorfosis.

En todo este proceso lo más problemático eran los daños colaterales. Valentín Hermano tenía tendencia a salpicar a los cercanos, implicarles casi involuntariamente en sus ideas condenadas al fracaso. Algo así como si reclutara entre sus conocidos y allegados a quienes pudieran servirle de comparsa en semejante concierto… y entre ellos me encontraba yo, por supuesto: incauto y presto para acompañar semejante suicidio existencial, desgastando paulatinamente esa fe que en cierto modo todos tenemos como una reserva con la que ir construyendo nuestra vida… o desesperándonos sin remedio.

Valentín Hermano buscaba una fórmula que convirtiera la osadía en audacia, sin percatarse de que la base de su actitud era el resentimiento hacia una realidad que ante sus ojos se negaba a ser dominada. Todo traslucía una probada incapacidad de superar sus propios prejuicios. Al negarse sistemáticamente a esta evidencia Valentín Hermano la convirtió en crónica.

Particularmente a mí me sumergió en semejante vorágine de múltiples maneras. Por lo general hacía suyas ideas supuestamente mías para embarcarnos en un océano proceloso cuya única posibilidad era el naufragio. Me hacía creer de manera enfermiza en la autoría de unos proyectos que en realidad eran suyos.

Esta variante del síndrome de Estocolmo me resultaba inevitable, máxime cuando desde el núcleo familiar el asunto se enfocaba de una manera muy distinta: reforzando positivamente la perseverancia de Valentín Hermano. Aunque hasta el momento no hubiera ido acompañada de la fortuna, algún día tendría su recompensa. Vuelta a arrastrar la piedra hasta la cima, con una ceguera familiar que a mí de rebote me impedía salir del abismo.

Durante nuestra primera infancia fuimos inseparables por cuestiones de edad y ambiente, creando entre nosotros dos un vínculo familiar casi amistoso aunque no fuera realmente así. El motivo era que la influencia y el poder que Valentín Hermano ejercía sobre mí tenía como causa únicamente la edad, aunque en ocasiones se viera compensado por mi personalidad. Sin embargo, a partir de nuestra llegada a Samarcanda esa diferencia de dos cursos académicos que nos separaba fue determinante para llevarme a remolque de sus actividades.

Muchas veces íbamos juntos[10] aunque nuestros gustos eran diferentes. En la televisión Valentín Hermano prefería documentales y yo fútbol. Solución salomónica del 50% para evitar conflictos. Ahí arranca una etapa de distancia que se incrementa con su llegada a la Secundaria y la adolescencia. Mientras Valentín Hermano casi finalizaba el Bachillerato… yo aún estaba saliendo de la influencia de los Franciscanos. Un abismo.

Después para Valentín Hermano llegó Tashkent y la vida llena de aprendizajes tan crueles como inevitables. Mientras tanto, yo permanecí en Samarcanda[11]: primero en Derecho y después en Filosofía. Entonces fue cuando volvieron a coincidir nuestros caminos. Valentín Hermano ya había regresado al pueblo (Samarcanda) huyendo de una vida que le resultaba insatisfactoria y frustrante en todas sus facetas.

Al regresar descubrió el filón inagotable que se escondía tras mi existencia: plena de apetitos para su insaciable quijada atestada de lujurias. Así comenzó una etapa de desvelos conjuntos. Incluyeron proyectos de todo tipo: literario, empresarial, artístico… Valentín Hermano es de esa gente que, tras pisarte, te pregunta por qué has puesto el pie debajo.

En su inagotable condición de agujero negro Valentín Hermano iba coleccionando almas ajenas como quien coloca fotografías en estanterías. Sabiendo que ya se le ha acabado el tiempo de la captura y esas almas se han ido a buscar otros paisajes más amables. Pero si habían posado un instante para Valentín Hermano, a él ya le resultaba suficiente: incluso comprendía su marcha. Sabía que si se hubieran quedado junto a él, indefectiblemente habrían acabado agostándose.

Al menos así era en aquella época. Pasaba sobre los corazones igual que en su día lo hicieron los bárbaros por las tierras “civilizadas”. Era su política de tierra quemada. Sin compasión, ni tan siquiera por sí mismo.

Entre nosotros dos existía una comunicación no escrita, intuitiva. Valgan como ejemplo dos coincidencias de Valentín Hermano conmigo. Una, hablarle a Paquita Madre de que queríamos sábanas negras… con intervalo de 2 días. Otra, haber escuchado el Requiem de Mozart tras la muerte de Anastasia Abuela. Ambos episodios sin mutua comunicación previa entre nosotros dos.

Para acercarnos con un mínimo detalle y rigor a la existencia de Valentín Hermano haremos hincapié sobre todo en once etapas clarificadoras. Son hitos que han ido jalonando su experiencia de amargura sostenida. Por este motivo tienen una referencia de corazón, independientemente de que vayan acompañados[12] de aventuras artísticas y/o empresariales, así como referencias laborales. Al fin, este último tipo de currículum no erosiona el alma. Sólo vende el cuerpo a un diablo ávido de plusvalías, pero ajeno al verdadero sentido de la vida.

HITOS

1. Nacimiento y primera infancia     ’63-’73

Durante los primeros años de mi vida el destino, mi suerte cotidiana, estuvo ligada a la de Valentín Hermano. Ambos empezábamos una trayectoria, un itinerario tan incierto como arrasador. Sin embargo había una diferencia: Valentín Hermano era mi supuesto guía, como le correspondía por ser mi hermano 21 meses mayor. Si bien él encontraba ante sí un paraje infinitamente inabarcable al que tenía que enfrentarse solo, mi caso era totalmente distinto: yo contaba con Valentín Hermano como referente. Este papel que le había adjudicado la vida fue determinante. Al ser el primogénito desarrolló una batería de actitudes encaminadas a buscar mi seguridad, que era la suya. Por tanto nació una relación de interdependencia que nos ligaba, cuando no una necesidad mutua y recíproca. Valentín Hermano era mi referente y yo su alumno, ambos lo sabíamos.

A medida que fuimos creciendo, aparte de los aprendizajes procedentes de padres y escuela, fuimos interiorizando una serie de pautas en la vida que se escapaban a esos patrones… pero si cabe eran más válidas y vigentes. Fuimos aprendiendo la vida. Yo, pasada por la visión de Valentín Hermano como por un filtro fotográfico. Una visión protectora, sí, pero también y al mismo tiempo coercitiva.

En todo caso aquella época para mí fue provechosa, porque Valentín Hermano me protegía, me enseñaba y arropaba. Como aquella tarde en que íbamos caminando y un perro[13] se nos acercó ladrando, nos perseguía. Valentín Hermano se dio media vuelta y le gritó: “¡Perro maldito!”, haciendo que huyera despavorido. Más allá de otra casuística, éste puede ser un buen ejemplo ilustrador de esa etapa. Pañales compartidos, como metáfora de crecimiento.

2. Samarcanda         ’73-’81

De protector a sabelotodo. Supongo que quizás forma parte del aprendizaje del hermano mayor sobre sí mismo: con el paso del tiempo, apercibirse de ser un referente, de su situación de superioridad. Pasar a dar lecciones. El famoso cuento de la experiencia, fácil parapeto de padres, maestros y profesores por este orden. Después se van añadiendo a él: tíos, primos, abuelos, cuñados… familiares en general, hasta llegar a la caterva de los jefes. De eso hablaremos otro rato.

Ahora lo que importa es la metamorfosis de Valentín Hermano. Pasó de ser alguien que me arropaba a convertirse en la persona que me reconvenía con frecuencia, me troquelaba. Poco a poco por automatismo acabé pensando que aprender era un sinónimo de hacerle caso. Como si sólo existiera una forma de aprendizaje en el Universo y ésta estuviera en sus manos.

Después los años vinieron a enseñarme algo muy diferente: caer bajo su influjo significaba asumir como míos errores que en realidad no lo eran. Para eso aún faltaba una evolución que se irá comprobando con las diferentes etapas de su vida[14]. Durante esta etapa se creó entre nosotros un vínculo difícilmente descriptible, a caballo entre la dependencia mutua, la camaradería y la amistad incauta de la niñez. Además de una asunción de roles gratuitamente heredados de la tradición familiar: la solución fácil para resolver una convivencia sin conflictos, obviándolos.

En fin, nuestros papeles estaban asumidos y repartidos sin mayor problema. Así fue hasta que Valentín Hermano terminó la preparación universitaria y se marchó a Tashkent, buscando una titulación acorde con sus ambiciones y potenciales conocimientos: la Ingeniería Técnica de Telecomunicaciones.

3. Tashkent              Desde el ’81

Allí empezó realmente su vida. Ya no era la protegida, la prestada, la hipotética ni la soñada… ni más ni menos era la verdadera. Ésa que cuando adolescente parece que nunca llega.

Valentín Hermano salió del cascarón al mismo tiempo que entró en la jungla. El aprendizaje no pudo ser más amargo. Abandonó en el ’81 los pañales y el instituto mullido de ese pueblo gigante que se llamaba Samarcanda[15] para encontrarse con el jarro de agua fría que se llama Tashkent. Donde nada se regala y sólo habita el latrocinio más o menos legal, la destreza encaminada a demostrarse uno a sí mismo que hay infinitos seres inferiores[16].

De Tashkent nos traía los fines de semana la impresión de volver de una guerra: probablemente porque para Valentín Hermano lo era. Los lunes vuelta a su sacrificio, a la trinchera. Con su marcha semanal seguramente debía de envidiar mi suerte, aunque nunca lo dijo; me dejaba entre algodones y él se iba a caminar descalzo sobre pedregales áridos como el egoísmo humano.

Imagino la estepa que se abalanzó sobre él durante ese par de años. La jungla académica, las estrecheces económicas[17] y el desierto humano. Al principio compartió piso con su amigo Felipe Tronco, pero después nada amistoso. Sólo estudiar y sufrir. El panorama no era halagüeño: los más afortunados de entre sus compañeros de Escuela, quienes conseguían terminar la carrera, utilizaban como media unos 6 ó 7 años para coronar 3 cursos. A Valentín Hermano le quedaban 4 ó 5 años de purgatorio. Eso si en el mejor de los casos desde la familia conseguían dinero suficiente para mantenerle en Tashkent, desplazado. Habida cuenta del panorama económico que había en casa: un desastre.

El paro de Valentín Padre, las tareas de Paquita Madre[18], amén de los extranjeros en casa, a pensión completa. Así, uno de los años resultó casi imposible… pero finalmente la tarea llegó a buen término y Valentín Hermano acabó la carrera, como veremos. Ante semejante borrasca en lontananza, lo mejor que pudimos hacer fue trabajar durante el verano del ’83: Valentín Hermano y yo en la piscina del Hotel Rana[19].

Fueron tres meses ininterrumpidos sin ningún descanso: domingos y festivos, suprimidos. 90 días sin parar en un purgatorio que empezaba a las 10 de la mañana y duraba hasta las 7 de la tarde. Como los ginecólogos, trabajábamos donde otros se divertían. Incluso comíamos en las cocinas del Hotel Rana, para mayor esclavitud si cabe.

Aquel verano fue memorable. Yo acababa de terminar la preparación para la Universidad y era mi bautismo laboral “oficial”. Valentín Hermano entonces descubrió una faceta hasta entonces para él desconocida y que le supuso el cielo abierto: las noches maracandesas, llenas de descontrol de todo tipo. En ellas encontró la llave para pasar a la siguiente pantalla de su vida vídeo-juego. Conoció a Beth Yankee.[20]

4. Beth Yankee         ’83-’85

Estadísticamente resultaba relativamente fácil que se diera una circunstancia como ésta. Téngase en cuenta que eran los primeros años democráticos en Uzbekistán, se estaba iniciando una apertura que ahora ya se ha asentado. Pero entonces era una especie de intercambio cultural de chiringuito. Con titulaciones universitarias y mucha mandanga institucional, pero en el fondo la cosa estaba clara. Los hijos de papá extranjeros llegaban a Uzbekistán a descontrolar con la excusa cultural/académica. Las migajas las recogían familias como la mía, que gracias a la economía sumergida y la vista gorda del fisco, ponían la recepción que faltaba en toda aquella parafernalia con ínfulas de gran logro democrático y moderno.

Desde el punto de vista del saber: lamentable. Desde el punto de vista económico: negocio redondo. Cuanto más gordos los peces, más sustanciosos los beneficios. Y desde la perspectiva antropológica, campo abonado para que la vida siguiera su curso con todas las consecuencias.

Las juergas nocturnas sembraban las ojeras que crecían al día siguiente en los alumnos, pero al fin ¡qué más daba no dormir! Si era la situación excepcional que algún día terminaría, había que apurar hasta el fondo[21]. Hasta que el cuerpo aguantara.

En una de aquellas fiestas que había cada noche, entre Valentín Hermano y Beth Yankee surgió el flechazo y lo llevaron hasta sus últimas consecuencias. Los idílicos veranos de Valentín Hermano fueron en Uzbekistán, pero desde entonces también en Estados Unidos. La cosa parecía seria. Incluso la madre de Beth Yankee llegó a realizar un viaje para conocernos, como futura familia emparentada con ellos. La impresión que se llevó debió de ser desastrosa, porque al poco tiempo cayó la noticia. Prohibición de seguir adelante con la relación, impuesta por el padre de Beth Yankee[22].

Entonces empezaron a olvidarse las juergas. Empezó el dolor de los corazones separados resistiéndose a lo inevitable. Beth Yankee también se negaba. Con el tiempo se impuso la cordura de los dólares de su padre y Beth Yankee convirtió aquel episodio en una anécdota de juventud, episodio para contarles a los nietos.

Con respecto a Valentín Hermano ya puede imaginarse el panorama: desencanto, impotencia, frustración, desesperación[23]. De nada le sirvió ser un ingeniero en potencia. Para aquella gente todo era calderilla, vivían en otro universo[24]. Al pasar los años, Valentín Hermano siguió recorriendo los mismos bares, pero presa ya del desencanto. Incluso llegó a jugar a los buitres[25] y tuvo innúmeras amantes que no le satisfacían. Mucho sexo, pero el amor ya se había ido. Mientras tanto los tunos (ya profesionalizados) ni siquiera estudiaban. Iban cumpliendo años entre bandurrias y capas, al olorcillo del sexo guiri. Los patéticos tunos barbados, viejos y analfabetos, que llenaban Samarcanda como la atracción turística que eran. Para continuar una noche tras otra buscando el vellocino de oro… entre muslos foráneos y juveniles. Y Valentín Hermano se había convertido en uno de sus amigos inseparables, a pesar de que hablaba de ellos con desprecio… no se reconocía, aunque compartían grandes rasgos.

5. Irene Termiz[26]              ’85-’87

Fue una desesperación repleta de desencanto, aunque finalmente positiva. Tras infinitas paradas[27] en puertos ciegos, que no llevaban a ninguna parte… apareció Irene Termiz, esa tabla de salvación que a fuerza de buscar más o menos inconscientemente, había construido Valentín Hermano mismo, a su antojo.

Nada que ver con la realidad, como pudo comprobar Valentín Hermano tiempo después. A Irene Termiz le gustaba verle desenvolviéndose como pincha en la cabina de La calleja: era una especie de atalaya arrinconada. Una cloaca de marfil en la que una noche tras otra Valentín Hermano iba derivando sus frustraciones existenciales hacia la tarea siempre igual y siempre nueva del disc-jockey. Los jefes llegaron a limitarle por decreto la cantidad de copas que podía beber cada noche, pues habían calculado que consumía en alcohol más de lo que cobraba en metálico.

En fin, Valentín Hermano sobre aquel escenario ciego de un metro cuadrado era la encarnación de una figura clásica: la del piano-man, pero en su versión posmoderna. Algo de esto debió de calar en la personalidad de Irene Termiz, que como buena estudiante de Psicología que era, estaba fascinada por las personalidades marginales. Quizá pensó poder salvarle, ¿quién sabe? Bromeaban con la fecha de su flechazo, diciendo que Irene Termiz era una novia que le habían traído los Reyes a Valentín Hermano. Ese tipo de complicidades sonrientes que comparten los enamorados.

Pero paulatinamente la relación se fue deteriorando; encontraron y magnificaron las diferencias hasta que la pareja saltó por los aires. Para Valentín Hermano, Irene Termiz era una psicópata maníaca, obsesiva e intolerante. Para Irene Termiz, Valentín Hermano resultaba insoportable por tener un complejo de superioridad que sólo se veía calmado revolcándose en la desesperación autocompasiva.

Finalmente firmaron la tregua de la distancia definitiva, no sin mucho dolor mutuo. Así terminó una relación que quizás merecía mejor suerte pero estaba condenada al fracaso. Principalmente por la incapacidad de Valentín Hermano para vivir[28], ahora un poco más patente. Valentín Hermano interpretó aquel signo como determinante a la hora de enfocar su nueva vida. Obró en consecuencia, iniciando al poco tiempo una etapa bien distinta.

6. Emilia Teleco[29]             ’87-’89

Por aquella época Valentín Hermano había terminado por fin la carrera y esto le abrió una serie de posibilidades laborales que le acercaron a una nueva vida. Le surgió la oportunidad de quedarse como profesor en la misma escuela en la que había estudiado, en Tashkent. Así empezó una etapa docente que le hizo partícipe de las miserias del gremio, las cuales hasta entonces sólo había conocido por referencias. Pero desde dentro el estamento universitario es doblemente frustrante. De un lado, se comprueba que repite los esquemas vomitivos de todas las relaciones humanas[30]. Pero al tratarse supuestamente del “saber superior”, además cierra cualquier puerta a la esperanza intelectual. Deja desnuda la cruda realidad de que no hay escape ni posible alternativa. La vida es así, no hay más cera que la que arde.

Para una personalidad como la de Valentín Hermano, perfeccionista y anhelante de mundos alternativos, existentes sólo en su imaginación… resultaba un jarro de agua fría. Como en el cuento medieval de L'Isle-Adam, la demostración inequívoca y palmaria de que la esperanza sólo es una parte de la tortura.

Valentín Hermano empezó en su nuevo puesto con la inocencia e ilusión de cualquier neófito. Pero poco a poco se fue percatando del conjunto. Quiso pensar que sólo era casuística, que en realidad aquel mundo no era de esa manera, sino sólo el Departamento que le había tocado en suerte. Con esa hipótesis empezó a trabajar y entre otras cosas descubrió la magia del docente y su capacidad para “dominar” el mundo gracias a una posición de privilegio. Aquel lugar que ocupaba le dio acceso, por supuesto, a conocer muchas alumnas que casi tenían su misma edad. Entre una de ellas y Valentín Hermano en algún momento surgió una complicidad que fue a más: hasta desembocar en una relación con más o menos proyección de futuro.

Era Emilia Teleco, una chica risueña, simpática y normal. En principio, el antídoto perfecto para el veneno autodestructivo que respondía al nombre de Valentín Hermano: hosco, misántropo y enemigo de la normalidad. Pero el empecinamiento de él en continuar rigiéndose por unos esquemas vitales que siempre le habían llevado al fracaso[31] hizo que se repitiera una vez más el mismo esquema, dando al traste con su posible “salvación” de sí mismo.

Valentín Hermano volvió al terreno ya conocido de la desesperación y la Nada. Se fijaba en las ilusiones de Emilia Teleco y las describía como superficiales. Puede que en realidad lo fueran, pero ahí es donde reside la capacidad del ser humano para sobrevivirse a sí mismo. La dosis de vacuna necesaria para combatirse como la enfermedad autoinmune que es. Volar hacia fuera de su cabeza, flotar disfrutando de lo efímero o al menos combinándolo con lo trascendente. Porque si en cambio todo esto ocupa la totalidad de la mente, de la existencia, de las vivencias, del ser… el resultado siempre es nefasto, como se ve. La sabia combinación, la mezcla alquímica consiste en combinar, conjugar: inmanencia y trascendencia, racionalismo y empirismo. En ese lugar que no es físico se encuentran la felicidad y la utopía.

Valentín Hermano no supo o no quiso saber, quizá por estar abonado ya a un territorio proscrito… el que habita la mente en los días de desesperación, que para él son todos. Así desapareció Emilia Teleco, igual que lo hizo al poco tiempo su trabajo como docente. Cayeron de su vida como fruta madura, imposible de continuar entre sus ramas, que más que abrazar estrangulaban. Toda esa fruta se marchó para hacer mermelada en otras dimensiones, inaccesibles para Valentín Hermano por su empecinamiento en el vacío. Demostrando así lo pírrico de su victoria y la esterilidad que significaba tener razón.

7. Concepción SUERO[32]             ’89-’94

Valentín Hermano aprobó unas oposiciones para la Compañía de teléfonos y allí desembocó definitivamente su río laboral: abandonando todos los afluentes y olvidando cuantos meandros habían ido jalonando su curso. Abrazando la seguridad aceptó implícitamente que sus fracasos no eran más que la demostración de que su vida no podía ser de otra manera. Con una resignación casi bovina, pasó a ser un número más en la entonces larga lista de empleados de la Compañía de teléfonos. Valentín Hermano tenía sus proyectos y aspiraciones, que conservó y siguió intentando con el colchón de una escasa pero segura nómina. Continuaron sus trayectos de ida y vuelta entre Tashkent (donde tenía destino definitivo) y Samarcanda. Para esta última reservaba sus fines de semana.

Entre otros episodios dignos de mención estaba la simbólica costumbre de llegar los viernes al Esquizofrenia[33], pedir una copa y sentarse a contemplar el panorama. Normalmente le despertaba el ruido del vaso al caer al suelo y romperse con estrépito, escurrido entre sus manos con el sopor. Para Valentín Hermano era la señal de que debía retirarse a casa a dormir. Un rato después le esperaba el sábado familiar. La historia se repetiría al día siguiente: y después, el domingo… un viaje en autocar hacia otra semana.

Durante alguna de aquellas infinitas noches aciagas en cantidad y en extensión, más o menos inspiradas… debió de conocer a Concepción SUERO. El hecho de que ella fuera estudiante de Psicología demuestra únicamente el interés que despertaba Valentín Hermano para el gremio de los estudiosos de la mente. Quizá por inaprehensible o puede que por vislumbrar en Valentín Hermano la necesidad de una ayuda profesional.

La personalidad de Concepción SUERO era más que nada curiosa y sorpresiva. Le gustaba encontrar cosas nuevas. Tanto, que muchas veces hacía hincapié en las diferencias de las cosas ya conocidas, transmutándolas así en nuevas. Con Valentín Hermano tuvo esto garantizado durante una buena temporada: supongo que por eso duró más su relación, aunque poco a poco se fue enfriando y convirtiendo en algo mecánico, casi un trámite.

Ambos, como corresponde a dos personas maduras, aceptaron sin mayor tragedia el asunto. Hasta el punto de que con el tiempo apareció Steiner Alemania: un chico alemán que conectó con Concepción SUERO con el beneplácito de Valentín Hermano. Salían de copas los tres y hacían vida de amigos, pero poco a poco Valentín Hermano y Concepción SUERO se fueron distanciando carnalmente. Para Valentín Hermano sólo significó otra oportunidad perdida. Supongo que Concepción SUERO, de forma análoga, dio por zanjado el asunto sin mayor tragedia.

8. Ofelia Heladera[34]          ’94-’96

Valentín Hermano salió de aquella etapa de su vida con exceso de funcionamiento cerebral; saturación mental que provenía en gran parte de haber sido una etapa compartida con una psicóloga en ciernes. Pero también por la impotencia que había sentido junto a Concepción SUERO, principalmente para hacer valer razones y actos que a la vista de Valentín Hermano parecían encajar a la perfección con el verdadero sentido de la realidad. Por alguna razón que a Valentín Hermano se le escapaba, Concepción SUERO se negaba a aceptar.

La visión de Valentín Hermano era ciertamente sesgada, pero blindada. Por tanto Concepción SUERO no pudo llegar a desmontarla, pues él sólo atendía a sus propias razones: nunca a las de ella. Una axiomática como otra cualquiera. Por oposición, Valentín Hermano buscó refugio en otro tipo de relación menos problemática, más sencilla o al menos más simple. Y para eso Ofelia Heladera le pareció la candidata idónea. Alguien sin pretensiones intelectuales, con una mentalidad opuesta al conservadurismo[35], proclive al buen humor y la fiesta.

En general tendente a cualquier actividad encaminada a no tener que enfrentarse con la realidad, habida cuenta de lo fea que suele ser. En otras palabras, Ofelia Heladera era una chica de los ’90 sin más aspiraciones que elaborar unos helados buenísimos con los que conquistar infinitos paladares[36]. Transcurrían los meses entre Valentín Hermano y Ofelia Heladera sin más aspiraciones conyugales que excursiones para dejar atrás geografías, con esa búsqueda intuitiva y ciega propia de las almas errantes. El tiempo dijo lo demás. La entropía propia de la Naturaleza en general y de las relaciones de pareja en particular. Valentín Hermano acabó aburrido de tanta simplicidad, de tanto vacío superficial, que se agotaba con el último mordisco del cucurucho.

No sé quién de los dos se fue, pero aquella separación pactada a buen seguro no resultó traumática para ninguno de ellos. Ofelia Heladera tenía infinitos recursos sentimentales para hacer frente al bache y Valentín Hermano sólo apuntó en el balance del libro de cuentas del corazón otro intento fallido, achacándolo a buen seguro a circunstancias externas. Incapaz de una autocrítica que le habría hecho replantearse la vida entera.

Valentín Hermano continuó con su dinámica de búsqueda ciega, palpando en la oscuridad de su alma para asegurarse de que como siempre el Universo entero está equivocado. Éste debería aprender de los errores. El principal es exigirle a Valentín Hermano precisamente lo que nunca está dispuesto a hacer, por muchas pruebas de validez objetiva que lleguen a presentarse ante sus ojos. La de Valentín Hermano es siempre la misma táctica: negar la mayor.

9. Esmeralda Psicóloga[37]          ’96-’98

De vuelta una vez más al universo del agujero negro que iba succionando todas sus energías, Valentín Hermano se encontraba en un territorio que dominaba a la perfección… gracias a la ayuda del alcohol y las distracciones de sus proyectos artísticos. Aunque condenados por definición al olvido[38], éstos servían puntualmente para hacerle salir del letargo existencial. Con una distracción que por lo mismo resultaba positiva: por definición.

Además tenía las innumerables chapucillas informáticas, una de las cuales[39] le llevó a trabajar para los responsables de alguna de las múltiples empresas destinadas a sacar tajada de los extranjeros entre clases de idioma (por el día) y tajadas (por la noche). Uno de aquellos responsables[40] tenía una novia insatisfecha que conectó enseguida con Valentín Hermano, tan experto como era en el trato con psicólogas…

Esmeralda Psicóloga también era del gremio y al poco tiempo iniciaron una relación más o menos formal, más o menos comprensiva y mutua que parecía gratificar a ambos (aunque sin excesivo entusiasmo). Esmeralda Psicóloga tenía una apariencia de normalidad que suele ser la etapa previa a la maruja; su trato era agradable, de chica comprensiva y afable. Sin embargo, la impresión que daba era de una simpleza extrema… por su falta de entusiasmo general. Supongo que para Valentín Hermano era una especie de remanso en el que apaciguar sus infinitas e inagotables proyecciones hacia otros mundos, los cuales para su desgracia no existen.

De aquella simbiosis inicial entre ellos pronto se pasó a la desgana. De la misma forma que se evapora el agua o se destiñe la ropa con el sol, la inercia hizo el resto hasta que aquella relación desleída pasó a mejor vida.


10. Brenda GOCE[41]                            ’98-’01

La aparición de Brenda GOCE fue para Valentín Hermano un corolario de los tumbos anteriores. Una huida hacia adelante marcada por el hedonismo y la búsqueda del olvido.

Si algo caracterizaba a Brenda GOCE como pareja era la despreocupación. Contrastaba con los episodios depresivos que sufría con cierta frecuencia[42]. Las preocupaciones de Brenda GOCE eran superficiales y peregrinas. A pesar de ser buena persona, a su personalidad le faltaba un rasgo mínimamente trascendente que (simplificando mucho) es lo que diferencia al hombre del animal. Pero a Valentín Hermano ya le venía bien este tipo de relación para “desconectar” de sí mismo. Dejarse llevar a través de paisajes tan ajenos como placenteros: entre sexos y alcoholes, con alguna ínfula de pretensión artística que le sirviera como combustible metafísico.

De la misma forma que a lo largo de toda su vida se aplicaba épocas terapéuticas de desintoxicación prescritas por él mismo[43], ahora se aplicaba una ausencia de pensamiento. Con el fin de no forzar la máquina de la cabeza, siempre amenazante con cualquier imprevisible avería. Así era el tándem formado por Valentín Hermano y Brenda GOCE: podrá gustar o no, pero en el fondo se nos presenta como lógica aplicada a una vida sentimental sin rumbo, a la deriva: la de Valentín Hermano, quien aferrándose a este espejismo pretendía huir de sí mismo… sin conseguirlo.

Ambos fueron incapaces de abandonar el caparazón respectivo, como era de prever en un esquema que hacía aguas por todas partes. Máxime cuando el tiempo había traído una información quizá sin carga sentimental, pero con un peso indiscutible. Que Brenda GOCE y Valentín Hermano hubieran llegado a ser pareja respondió a una planificación previa: la de Esme Tûrtkûl y Brenda GOCE repartiéndose a los dos hermanos de La Tapadera[44] como pasatiempo y/o herramienta al servicio de unos intereses que ponían por encima del corazón, de los corazones. Cada una a su manera.

Los episodios depresivos de Brenda GOCE vinieron a ser la falta de riego que para aquella relación supuso el desierto, la sequedad, el roce yermo, el páramo. Finalmente Valentín Hermano y Brenda GOCE dejaron de verse. Aquel proyecto sentimental desapareció entre sus dedos. Ni siquiera se negaron a ello intentando retenerlo… porque era su naturaleza.

11. Dominga Ref. Jesús Rocker[45]      Desde el ’01

Fue casi un designio del Destino, que es lo que parece cuando los hechos van más allá de las voluntades humanas. Quisieron las circunstancias, los acontecimientos o la cohabitación de ambos que una chica polaca llamada Dominga Ref. Jesús Rocker de golpe pasara a estar viuda antes de haberse casado. Entonces era novia de Jesús Rocker.

Un ataque fulminante al corazón acabó con la vida de Jesús Rocker una noche. Dominga Ref. Jesús Rocker se quedó sola en un país extranjero, algo que Valentín Hermano comprendió enseguida. La empatía le comunicó que Dominga Ref. Jesús Rocker se sentía ahora como él se había sentido siempre: aproximadamente de forma fría[46] acabaron emparejándose sin mayores remordimientos. En definitiva, se trataba de una variante de la figura antropológica del levirato, con la ligera salvedad de que Jesús Rocker y Valentín Hermano no habían sido hermanos, sino amigos.

Una minucia. Aquella relación de alguna forma prolongaba la memoria del muerto en las cosas de los vivos. Jesús Rocker permanecía, aunque sólo fuera en el recuerdo compartido entre Valentín Hermano y Dominga Ref. Jesús Rocker. Les unía hasta el punto de que ya no era una pareja, más bien se trataba de una simbiosis. Ahí, en esa estación sin trenes, vino a desembocar la vida sentimental de un Valentín Hermano que hace rato ha pasado ya de los 50. Le dejaremos en este paisaje tranquilo, en ese cementerio de los elefantes que un día fueron sus ideas y sus ambiciones.

EPÍLOGO

Miremos su vida con la compasión que merece. Es una instantánea de la desesperación, congelada. Una aceptación del conformismo para quien un día lo quiso todo sin saber cómo administrarlo. Quizás lo tuvo todo y nunca llegó a saberlo, ni fue consciente de haberlo destrozado con sus zafios movimientos de elefante en cacharrería. En definitiva, es un perdedor de su propia batalla, contra sí mismo: su peor enemigo. Anclado en ese remanso de guerra que es una vida tan similar al suicidio.



[1] Uno de los exabruptos favoritos que habitan su boca es el insulto: ¡Pestruzo! –suele escapársele como una retorcida arenga a cualquiera que le acompañe.

[2]¡Suelta lastre!” –solía gritarte Valentín Hermano mientras cagabas.

[3] Un buen ejercicio de metafísica lingüística consistiría en establecer en este caso concreto las diferencias y semejanzas entre dos conceptos: valentín y cobardica. 

[4] Aun siendo accesorio, anecdótico.

[5] Como si alguien pretendiera reducirle, aparte de él mismo. Con frecuencia le falta distancia para diferenciar entre 'lo que uno es' y 'lo que uno escribe'. Tampoco distingue ocurrencia de genialidad. Aparte del ego: con el que no sabe convivir ni conmorir.

A grandes rasgos, son los grandes problemas de Valentín Hermano.

[6] Parece como si pensara que por remitirse a arquetipos preexistentes… él dejaría de existir como individuo. De ahí nacen ocurrencias marginales y heterodoxas. Un ejemplo: la creación de un grupo musical llamado Los ojos del diablo se clavan en tu vagina.

[7] Aunque sea de forma muy cándida y primitiva.

[8] Infinitas anotaciones de campo –mentales– relacionadas con su perfil durante muchos años.

[9] Puede que sólo aprendiera a cometerlos.

[10] Al cine a los Franciscanos, a pasear y comprar sellos los sábados…

[11] Imposible mi pretensión de aquella época: estudiar Periodismo. Una etapa económicamente nefasta para la familia, con Valentín Hermano ya en Tashkent en aquella época, el único sitio viable para mi vocación.

[12] Más o menos acompasadamente.

[13] Pequeño, casi enano, pero ante nuestros ojos: aterrador.

[14] Que de rebote era la mía.

[15] Ahora quizás sea una ciudad.

[16] Véase 485

[17] Valentín Padre en el paro y Valentín Hermano sin un duro en Tashkent ¡qué panorama!

[18] Distribuyendo productos de belleza y limpieza.

[19] Valentín Hermano en la taquilla, yo en los vestuarios masculinos. Véase 090

[20] Véase 892

[21] Los de fuera y los de dentro.

[22] Un alto ejecutivo de una gran compañía, nada menos.

[23] De aquella época quedó para los anales de la memoria en la biblioteca personal de Valentín Hermano la frase de un tal Erik, que solía decir: “Los americanos no maduran... y cuando lo hacen, se suicidan”. Lo mejor del asunto es que el tal Erik era yankee, así que hablaba con conocimiento de causa.

[24] Probablemente más realista, lejos de romanticismos.

[25] Como se llamaba despectivamente en aquel entorno a los listillos que aprovechaban la promiscuidad y ligereza de cascos de las extranjeras. Véase 214

[26] Véase 365

[27] Infinitas al menos en su esencia.

[28] ¡Ironías de la vida!

[29] Véase 792

[30] Tan mezquino y corporativista como cualquier otro gremio.

[31] Conocidos, sí… pero fatales.

[32] Véase 275

[33] Madrugada ya del sábado.

[34] Véase 552

[35] Aunque sólo fuera así por afán contestatario, no por convicción progresista.

[36] Ofelia Heladera trabajaba haciendo helados artesanos en el Novedoso. Esto significaba barra libre en verano para aquel vicio sin alcohol que eran los helados. Hacía cursillos, perfeccionaba técnicas… pero no quería que su vida se redujera a eso. Sin embargo no sabía cómo sustraerse a la fuerza gravitatoria del mercado de trabajo, que la había condenado a ese foso.

[37] Véase 787

[38] Como dijera Oteiza: “yo no ensucio mi currículum de fracasado con una victoria”.

[39] Diseño de páginas web.

[40] Cuyo alias era “el blando”.

[41] Véase 745

[42] Los cuales por otra parte resultaban la compensación pendular para una personalidad en desequilibrio precario.

[43] Meses sin beber, por ejemplo.

[45] Véase 777

[46] Como quien planifica una operación bancaria o traza los planos de una estación de esquí.

 

 

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