Colectivos

no laborales

          

269  

 
 

no educativos

 

         
 

1)

Simple  

Samarcanda

´78

´80

 
 

2)

Los Zumbaos

Kagan

´81

´82

 
 

3)

San Boato  

Samarcanda

´82

´83

 
 

4)

U.D.S.  

Samarcanda

´83

´85

 
 

5)

La "ofi"  

Samarcanda

´83

´85

 
 

6)

A.CE.SA.

Samarcanda

´84

´87

 
 

7)

Sociedad gastronómica 

Kagan

´92

´93

 
 

8)

RE.U.

Samarcanda

96

96

 
 

 

colectivos a los que pude no haber pertenecido nunca.

Durante los años recogidos en las presentes Malas memorias, además de pertenecer a todas aquellas organizaciones e instituciones que iba correspondiendo por edad, ocupación o formación… mi espíritu aproximadamente inquieto también perteneció en mayor o menor medida a otras agrupaciones: no están reflejadas en ninguno de los epígrafes que se encuentran ya contemplados en el interior de estas Malas memorias.

Sirva el presente reservorio, este cajón de sastre, para recopilar aquellas andanzas de una forma más o menos sistemática: aquí puede contemplarse la evolución de mi personalidad durante aquellos inciertos años en los que aún no estaba claramente definida. Sin duda el paso por los diferentes grupos contribuyó a clarificar mis ideas e intereses, desembocando finalmente en el perfil más o menos delimitado que contempló el ’99: una culminación, un punto de llegada en la excursión incierta que significa crecer.

1) Club Simple

Samarcanda

´78

´80

       

Bajo aquella denominación tan aparentemente inofensiva como devota, se escondía algo más que un grupillo al uso. En principio era simplemente una forma de reunir adolescentes para realizar múltiples actividades de todo tipo[1] de forma que las horas de ocio, que en esa edad parecen eternas, se llenaran con cosas “sanas” desde un punto de vista de estricta moral: religiosa y tradicional.

Una variante de los juegos en pandilla típicos de la edad, pero con la supervisión adulta y responsable que supuestamente significaba el acompañamiento de un colectivo compuesto por estudiosos y practicantes de la religión.

A mí me llegó en forma de ofrecimiento inocente a través de un vecino, cuyo perfil recatado contrastaba con la ebullición social que se vivía en la época de aperturismo político… con todo lo que eso significaba. Por doquier surgían grupos comprometidos con la realidad social: imagino que el temor de que yo pudiera pasar a formar parte de esa juventud “peligrosa” tuvo algo que ver con la decisión más o menos concertada entre mis padres y todo aquel colectivo que pretendía llevarme por caminos de seguridad y cordura.

Así, por curiosidad, empecé a frecuentar aquellas dependencias que se encontraban algo alejadas de casa (sobre media hora caminando), en las afueras: lo que significaba literalmente salir de la civilización[2].

Pero tras el itinerario aparecía el edificio principal y daba la impresión de que había merecido la pena el esfuerzo. El sitio en cuestión era la residencia de los religiosos de una congregación: algunos, ya consagrados… otros, aún en formación. Aparte de la infinidad de seminaristas más o menos amables que conocí allí[3], ante todo fui aprendiendo paulatinamente los mecanismos de funcionamiento de una jerarquía que[4] dejaba más que patente que lo humano estaba desterrado en aras de lo divino… aunque esto último viniera representado por aquéllos que años después se ha llegado a calificar de integrantes de una secta.

No sé si era secta, pero me da igual: a mí no llegaron a captarme, por muchos intentos que realizaron. Recuerdo sobre todo una supuesta convivencia de fin de semana… allí nos invitaron a participar en lo que era un grupo avanzado de compromiso social y religioso: se llamaba ECYD (siglas de Educación, Cultura Y Deporte). Pueden ser casualidades[5]… pero durante algunos gobiernos ha coincidido con el nombre de un ministerio. Esto da una idea aproximada de por dónde iban los tiros en aquel rincón, ideológicamente hablando.

Aparte de las actividades regulares en las que más o menos solía implicarse a la familia, sobre todo religiosas, estaban las deportivas: por ejemplo, campeonatos por equipos. También las de ocio: reuniones de fin de semana para hacer gymkanas o jugar al futbolín. Pero todas tenían en común un contenido de cara a que los individuos supieran integrarse en la sociedad en el futuro.

Eso sí, inspiradas por unos valores claramente estrictos y religiosos: tan rancios y medievales como aburridos, alejados de los intereses reales de los niños allí encarcelados… Empezando por restringir el acceso a las chicas: allí sólo había machos.

Como colectivo masculino, ya puede imaginarse que había una mezcla de resignación fatalista y ausencia de motivación en el crecimiento personal, si es que éste llegaba a producirse.

Algunas experiencias nefastas a lo largo del tiempo hicieron que cundiera en mi ánimo el desapego hacia aquel colectivo integrado por europeos y americanos deseosos de complacer a sus superiores jerárquicos con mil formas de sumisión ciertamente sado-masoquistas.

Entre dichas experiencias, un episodio en el que se mezclan gatitos recién nacidos que alimentábamos con leche… un día aparecieron muertos por falta de atención: no mía, sino de aquéllos que predicaban la misericordia pero no tenían la más mínima ternura o piedad hacia los inocentes animalitos. Una gran lección para infantes de mi edad: si eran capaces de aquello con tal sangre fría… ¿qué cocinaban en la trastienda de sus hábitos para los tiernos cerebros infantiles que estábamos a su cargo?

No entraré a hacer un catálogo de despropósitos y frustraciones… sería excesivamente largo y cruel. Baste simplemente un símil… aquélla era una planta marchita decorada con flores artificiales. Lo que parecía vida en aquel entorno sólo era un espejismo: más que putrefacto, estaba vacío.

Las lecciones que podía enseñarme todo aquel conjunto de pajilleros con alzacuello y pervertidos con sotana se reducía simplemente al funcionamiento de la sociedad en condiciones extremas, con cerebros bajo mínimos. Excursiones, concursos, convivencias, charlas, aprendizajes… todo estaba cubierto por una pátina cenicienta que apagaba los colores… La conclusión resultaba clara: si aquello era la realidad cotidiana bajo el palio de la religiosidad, evidentemente no era lo mío.

No merecía la pena, nunca mejor dicho, por mucha responsabilidad que me otorgaran: incluso llegué a ser tesorero del Equipo nº 7.

Pasaba el tiempo… a pesar de ese desapego, sin embargo, la inercia hacía que continuara con la costumbre del club Simple, quizá por no saber muy bien cómo dejarlo… A que ocurriera esto finalmente contribuyó la aparición por la zona de un mendigo con su cohorte de niños delincuentes: se hacía llamar Cojonito o al menos así le apodábamos nosotros… tuve con el grupo un par de encuentros que me ayudaron a no volver más por allí.

Con mi paso al Instituto Tele Visión empecé a hacer vida social de otra forma… imagino que el hecho de que allí sí que hubiera chicas me hizo cambiar de costumbres de manera no traumática.

El club Simple era un falso refugio pretendidamente divino, pero humanamente pedófilo… perversiones que se mascaban en las actitudes curánganas de los seminaristas pajilleros que en él habitaban. “¡Hay que jalar parejos!” –solía arengar uno de los hermanos, pretendiendo resumir un espíritu de grupo que sólo estaba en sus intenciones…

En definitiva el club Simple me había permitido, como en su día lo hicieran los Franciscanos, conocer y contemplar a esa especie desde dentro… sin la menor duda, la mejor vacuna contra su idealización fue contemplarles en su salsa de impotencia y frustración.

2) Peña-Club Los zumbaos

Kagan

´81

´82

       

Desde la muerte de Merlín Abuelo en el ’75, Kagan se había convertido para mí en un lugar puramente veraniego… porque al poco tiempo Anastasia Abuela se fue a vivir a Samarcanda con mi familia durante los 9 meses restantes cada año.

Para el ’81 ya era una costumbre que yo pasara el verano en el pueblo… con lo que esto tenía de esquizofrenia, de doble vida. Aquel año mi cerebro estaba especialmente inquieto: más que nada por cuestiones de edad y prurito intelectual… Se iban perfilando: leer, escribir, ligar, organizar fiestas y/o excursiones y/o acampadas, jugar, ir a la piscina… amén de participar activamente en la vida veraniega del barrio de Los Campos, lo que significaba interactuar en verbenas o cualquier otra actividad que se supusiera a mi alcance; por supuesto, también beber y fumar.

Como mis amigos de Kagan ya lo eran desde hacía algunos años, compartíamos cierta complicidad que arrancaba sobre todo de las iniciativas que yo les planteaba: aunque no tuviera conciencia de esto, yo resultaba ser el cabecilla de la panda.

Casi como algo natural y espontáneo, aquel año ’81 surgió la necesidad de diferenciarnos del resto de la gente… no sé, algo así como una búsqueda de identidad o reafirmación de los matices que me/nos separaban de aquellos energúmenos que se parapetaban tras la denominación de la Peña Los Campos… ¿por qué no hacer nuestra propia peña?

Así nació el Club Los zumbaos: marcando distancias con los colectivos al uso por no definirse como peña, pero reivindicando el humor y lo informal ya desde el nombre. Incluso elaboré unos estatutos de funcionamiento, que daban buena cuenta de que la organización podía llegar más allá de las borracheras y las cartas a la radio solicitando canciones… éstas eran nuestras principales ocupaciones veraniegas: junto con excursiones y piscina, además del casino que montábamos cada tarde en la plaza Lucas Coscorrón, hasta que se iba el sol… En aquel momento empezaba la peregrinación hasta el parque.

Incluso teníamos uniforme oficial, lo que da una idea de nuestra implicación y motivación en el asunto. Los zumbaos era principalmente un elemento lúdico de cohesión, aunque con mi partida a Samarcanda… desde la distancia lo interpretaron como un intento de colonización o algo parecido.

Le cambiaron el nombre en un golpe de estado, aprovechando mi ausencia: así murió el proyecto. En cualquier caso sirvió como excusa durante una buena temporada para evolucionar entre el resto de la Humanidad con un poco de identidad diferenciada. Aunque tras las primeras copas de cada fiesta ya nadie pensara en uniformes ni nombres: aquellos veranos convertían a todo el personal en gotas que pasaban a formar parte de una masa amorfa y líquida que sólo buscaba motivos para la alienación.

Mi vuelta a Samarcanda para ellos venía acompañada por la normalidad académica de un curso que empezaba… en cierto modo significaba eso para todos… Con ella, a su vez yo me sumergía en una monotonía necesaria para seguir adelante en los estudios: lejos de aquellos desparrames saharauis. El Club Los zumbaos se diluyó, al igual que aquella vida… sólo era la fiebre adolescente.

3) Parroquia San Boato

Samarcanda

´82

´83

       

 Disfrazada de progre y con elementos atractivos para la mentalidad adolescente, pero aquello no era más que una parroquia. Llegué a ella de rebote, gracias a un antiguo compañero de clase de los Franciscanos: Lucas Javier LEGO me invitó a frecuentarla y acabé haciéndome asiduo.

Por allí circulaban chicas muy interesantes para mi visión receptiva, así que empecé a visitarla regularmente. También había chicos, pero ésos no me importaban ni interesaban.

Incluso al calor de la chimenea que había en aquel torreón celebrábamos fiestas: en una de disfraces me atreví a ser por un día el increíble Hulk… Por lo general el ambiente era desenfadado y con frecuencia se bailaban agarrados y se charlaba: siempre que no estuviera acechando el cura encargado de controlarnos, un tal Felipe San Boato al que delataban sus amaneramientos y la mirada desviada. Los más aventureros hacían excursiones hasta el Mambo a tomar guindas o manchadas.

Los fines de semana iban pasando, amontonándose en el recuerdo sin que ocurriera nada interesante… o al menos con la suficiente entidad para sacarme de la monotonía. Digamos que ya tenía adjudicado mi sitio en aquel colectivo y la cosa no daba para más. En cierta ocasión incluso hicimos una excursión… me luxé un brazo y estuve en cabestrillo, sin poder ir más allá en ninguna de mis inconcretas intenciones.

En todo caso era un colectivo divertido y entretenido sin un excesivo control religioso: esto me mantuvo allí como adherido una buena temporada. Compaginaba mi tiempo libre entre San Boato, mis amigos del Instituto Tele Visión (Paco HIGO y Javier Cecilio ASAZ). Las tardes del domingo dedicado al fútbol desde la radio, como un seguidor más de locutores de moda… a veces prolongaba hasta la noche aquellas maratonianas jornadas de receptor y marcadores en movimiento (los que me había hecho yo con cartón y velcro).

Demasiadas cosas, si había que compaginarlas con los estudios y éstos querían tener éxito… finalmente acabé cambiando aquella pandilla de San Boato por la de mis vecinos en La ofi… entre medias, durante aquella transición, estuve también disfrutando de otro sufrimiento: el fútbol en directo.

4) Club U.D.S.

Samarcanda

´83

´85

       

La pelea era bien sencilla, casi primaria o mejor aún, primitiva: yo quería ver el fútbol en la televisión de casa y Valentín Hermano prefería los documentales.

Así podía resumirse la diferencia de criterios que salomónicamente mis padres dividían en semanas alternativas. Por tanto, yo tenía fútbol a la vista un par de veces al mes… pues en aquel entonces sólo había partidos los fines de semana.

A mí me gustaba jugar y mirar el fútbol desde los 8 años, pero con el tiempo aquella enfermiza afición había ido creciendo hasta el punto de llegar a convertirse en una cuestión de principios, como se puede comprobar. Para el verano del ’83 me llegó la oportunidad de trabajar y con una parte del dinero… aquella temporada me hice socio. Con el objetivo de disfrutar del fútbol en directo, en el campo, durante semanas alternas.

Simultáneamente empecé a estudiar Derecho… es decir, entré en la edad adulta con todas las consecuencias. Me integré en los correspondientes colectivos de la U.D.S. y de la UdeS.

Pero el conjunto de mi existencia chirriaba por todas partes: tanto es así que la temporada ’83-’84 me sirvió para experimentar en propias carnes aquella vida. No era nada envidiable, además de ser común y corriente: era la misma que llevaban todos aquellos pobres hombres que iban a hacer penitencia sufriendo con semejante tortura cada semana que jugaba la U.D.S.

A mí me sirvió de aprendizaje, porque pude ver en primera persona a la caterva de una peña soltando improperios hacia las familias de todos los que se encontraban sobre la hierba. Era sin lugar a dudas una terapia que servía al público para soltar adrenalina… pero a mí aquello no me servía para nada. Aún carecía de frustración que desahogar.

Así que resultó ser mi vacuna perfecta para abandonar el mundillo provinciano de insultos y pancartas… de insulsos sucesos convertidos en acontecimientos provincianos.

Durante la última época de aquella temporada ’83-’84 solía ir con mis colegas del barrio, que fue el siguiente colectivo al que me adherí: geográficamente San Boato (de donde ya había desertado) me quedaba lejos… y más lejos aún la Facultad de Derecho[6].

En definitiva, si llegué a aborrecer el mundo del fútbol fue precisamente por conocerlo desde dentro, por sufrir cada una de las trampas que significaban sus acontecimientos. Salí despedido de aquel mundillo sórdido y plomizo por una fuerza centrífuga que me permitió una seguridad: la de no volver jamás por allí, ni acercarme a cualquier forma de vida que se le pareciera.

5) La ofi

Samarcanda

´83

´85

       

Poco a poco, casi sin darme cuenta, mi ocio se fue localizando en mi calle, que sustituyó paulatinamente a San Boato: en el ínterin, alguna extemporánea excursión con mis compañeros del Instituto Tele Visión. Pero la comodidad de tener cerca a toda la pandilla de amigos sólo bajando a la puerta de casa… resultaba fundamental.

Máxime cuando todo el asunto tenía un cuartel general. La pandilla, que lo era por afinidad geográfica, se concentraba alrededor de un local: un semisótano propiedad del padre de Gabi ASAS y sus hermanos.

La reciente construcción del edificio en el que vivían había sido obra de su padre, que además se quedó con uno de los pisos. En otro de ellos vivían Satur MOPA y Jesús MOPA, los hijos del dueño del bar Javi en la planta baja de mi edificio… incluso en otro, un elemento más de la pandilla.

Sólo con esta cuota de gente ya habría estado garantizado el entretenimiento del asunto. Pero además había mucha población flotante, toda cercana (en un radio de cien metros a la redonda): Maribel LIMA, Marilyn Hermana y un largo etcétera de ramificaciones que incluía también gente más lejana. En definitiva, un buen plantel de adolescentes que garantizaban de una u otra forma la permanencia de remanente humano a cualquier hora. Un grupo activo más o menos numeroso… porque estaba como centro neurálgico estaba el bar Javi[7]. Éste permanecía abierto cada día unas 16 horas y resultaba el cuartel general perfecto: tras su barra, siempre Satur MOPA o Jesús MOPA. Pero carecía de intimidad, que era lo que aportaba el local llamado La ofi: el semisótano cedido por el padre de los hermanos ASAS.

La ofi nos servía para reunirnos de forma cómoda y discreta, además de protegida de las inclemencias. No tenía electricidad, pero eso resultaba casi una ventaja: las velas y la luz que entraba desde la calle por sus ventanucos le aportaban una penumbra atractiva durante las interminables tardes y noches de la estepa.

Añadiendo pilas al asunto para ambientarlo musicalmente, las actividades que realizábamos en La ofi eran múltiples: desde campeonatos de cartas hasta elaborar revistas, pasando por excursiones dominicales para jugar al fútbol en algún prao… o ir a ver partidos de la U.D.S.

En definitiva, La ofi era un club social y por tanto tenía las infinitas ventajas que esto lleva asociadas… pero sin los inconvenientes que tenían, por ejemplo, Simple, San Boato o cualquier otro lugar manejado por religiosos.

En La ofi el motor de las actividades no se disfrazaba con motivos religiosos y eso le confería una libertad inimaginable: las fiestas eran un símbolo del contenido y funcionamiento de aquel grupo… Cuando llegaban las vacaciones era el desmelene por antonomasia: alcohol y relaciones de pareja multiplicándose a todas horas, con las implicaciones emotivas que todo esto conlleva.

La ofi era un laboratorio de la vida en miniatura, un ensayo… sobre todo lo que nos esperaba en el futuro. Pero entonces no lo veíamos así, sino que nos parecía la vida misma en su pleno apogeo, sin límites.

Por supuesto, en La ofi se sucedían los grupos de afinidad y rechazo a velocidad pasmosa, dinámica que contribuía a crear la sensación de movimiento necesaria para motivarnos a seguir adelante. No siempre era divertido, pero sin duda resultaba enormemente entretenido: con esto hay suficiente para darle vidilla al horizonte de los adolescentes. Si hubiera que resumirlo en una fórmula, resultaría adecuado hacerlo en una frase que se repetía con frecuencia en nuestras conversaciones… de la que Gabi ASAS ostentaba la autoría: “Cuando tú naciste, yo ya estaba hasta los cojones de andar a gatas”.

Aunque no era un ambiente que a mí me resultase especialmente atractivo: lo notaba falto de seducción erótica, al menos en lo que a mí se refería. Pero tenía los suficientes elementos magnéticos como para mantenerme enganchado a su dinámica: entretenimiento cotidiano que me salvara del aburrimiento garantizado por los estudios de Derecho… que quizá de otra forma no hubiera podido soportar.

Relaciones sociales con amigos que me aportaban una faceta de la vida más real que la de los libros, además de expectativas afectivas nunca cumplidas con las chicas que también pertenecían a La ofi… El asunto era muy completo[8], todo un terreno en el que experimentar mi forma de ser: descubrirla poco a poco a medida que iba creciendo.

Así podía haber continuado eternamente… sin duda lo hicieron muchos de los componentes del colectivo de La ofi durante años, mientras iban creciendo en todos los sentidos.

Pero hubo dos acontecimientos que en mi caso vinieron a romper esa dinámica, a introducir elementos que provocaron la apertura de la puerta de mi conciencia. Ésta empezó a ventilarse. Se hizo efectivo mi conocimiento de que había muchos mundos fuera de La ofi… más atractivos que aquella sociedad en miniatura, de hábitat doméstico, que se restringía a un par de calles. También había un macrocosmos, al que conseguí acceder por dos partes diferentes.

La primera fue el mundo de los radioaficionados, la segunda la constituyó mi entrada en la Facultad de Filosofía.

6) A.CE.SA.

Samarcanda

´84

´87

       

A partir del otoño del ’83 traspasé la frontera de las ondas y conocí a Seco Moco y Jesús Onza: el mundillo de la radioafición abría mil nuevas posibilidades a mi inquieto horizonte intelectual y de relaciones humanas. Y desde entonces hasta el otoño del ’85 dediqué infinitas inquietudes a todo aquello. Sin duda, muchas más que al Derecho.

Me había comprado una emisora[9] con el dinero que gané durante el verano del ’83 trabajando en el Hotel Rana… ése fue mi pasaporte. Nada improvisado, se trataba de una decisión largamente meditada.

Conocía el mundillo de la radioafición sólo por referencias veraniegas, de walkie-talkies en Kagan. Finalmente me compré un ladrillo de segunda mano que supuso para mí una rampa de lanzamiento: literalmente me disparó hacia las estrellas… empecé a vivir en el éter infinitas sensaciones que hasta entonces me habían estado vedadas por las circunstancias.

Sin embargo, a pesar de la novedad del conjunto, pude comprobar que se repetían los conocidos esquemas de la mezquindad humana, aunque ahora disfrazados con un atuendo nuevo[10].

Puede que el hecho de reconocer los mismos elementos en entornos tan diferentes responda simplemente a mi capacidad de abstracción: el famoso asunto del eterno retorno aplicado a la Antropología. También pudiera ser solamente que uno acabe reduciendo lo nuevo a lo conocido… En cualquier caso, en el ’83 el universo de la radioafición pirata estaba marcado por la asociación Sierra Alfa, que aglutinaba toda la tontería maracandesa girando alrededor de aquel mundillo.

Era casi un ritual de paso, pero el grupo estaba plagado de impresentables. Así fue tomando cuerpo la idea de organizar algo alternativo: ése era el punto de arranque de la Asociación de CEbeístas de SAmarcanda (A.CE.SA.), una iniciativa con infinitos dolores de cabeza y tareas que nunca acababan[11]… para dar de alta la asociación. El precio burocrático, como de cualquier proyecto humano.

Para el ’84 vio la luz A.CE.SA., aunque no llegó a pasar de ahí: sucumbió a los conflictos típicos de cualquier agrupación humana. Grupitos de poder, palos en las ruedas y un sinfín de contratiempos que dieron al traste con ella.

En resumidas cuentas, el mundillo de los radiopitas era un microcosmos en el que se repetían los defectos del universo ya conocido… era algo así como el antecedente durante los años ’80 de lo que a finales de los ’90 sería el chat por Internet o más adelante Second Life.

Con eso está todo más o menos contextualizado, aunque en la actualidad ya se encuentre de sobra superado: por Tweeter y WhatsApp, por ejemplo… Para comprenderlo mejor, hay que ponerse mentalmente en aquella época: durante ella irrumpían los pañales de las nuevas tecnologías en un entorno de inquietud sociopolítica, lo que significaba un aluvión de estímulos. En el colmo de los extremos, incluso la televisión tenía su cuota cultural atractiva… aunque imaginarlo desde ahora parezca imposible o ridículo.

Por tanto la vida se concebía como algo activo, que requería la implicación personal y la obtenía. Al menos era capaz de sacar al individuo de un letargo reservado entonces sólo a quienes realmente deseaban el inmovilismo. Nada que ver con la actualidad, claro, en la que ha variado tanto la escala de valores que resulta ciertamente difícil reproducir mentalmente aquel entorno… de hace ya 30 años.

Nombre pila

Nombre de estación

Mote

Alpine

Amador

Arlequín

Augusto

Golfo

Caballo loco

Cocoliso

Carmen

Ayax

Creta

Cretino

Dámaso

Colilla

Facundo

Mike Tango November

Fermín

4 Delta 6

Gervasio

Libra

Jesús

Cesna

Jesús

Onza

Peonza

Joaquín

Pilla Yeska

Mama Rusa

José Luis

Sutil

Javier

Gaviota

Lince

Lorenzo

Charro

Chicharro

Lucio

Aquela

Lucas

Marlboro

Malporro

Manolo

Chiringuitero o punciones

Manuel Alejandro

3 Alfa Lima

Marcel

Ciervo veloz

Cerdo veloz

Marcel

Pléyades

Marcel

Woopertal

Nico

Pablo

Zeus

Pascual

Andes

Postas

Remedios

Pirata

Ricardo

Tragamillas

Tragapollas

Silvio Jesús

Seco Moco

Eco Monstruo

Tati

Chiringuito

Trapecio

Trapo sucio

Valentín

Aviador Dro

Aviador roto

Bueno, en resumidas cuentas significaba una manera diferente de hacer amistades… de buscar una alternativa a la forma tradicional de relacionarse con las personas del entorno y con el mundo en general. Por supuesto era necesario arrojo[12] y curiosidad[13].

Abrir la noche a las ondas era como acceder a lo que en la época se llamaba un sobre-sorpresa: una bolsita negra que vendían en los quioscos para los niños, en la que podía haber de todo… En las ondas por desgracia había lo de siempre: un gran porcentaje de imbéciles y mucho amargado. También quienes utilizaban aquel medio como forma de encontrar excusas para la violencia gratuita. Y por supuesto buscadores de sexo fácil que siempre les acababa resultando difícil… o quienes pretendían engordar su ego a fuerza de sentirse admirados.

De todo aquel mundo extraje muchos aprendizajes para la vida real. En el fondo era un laboratorio antropológico inigualable, aunque sus integrantes no fueran conscientes del asunto.

A medida que fue pasando el tiempo, el mundo de los radioaficionados dejó de proporcionarme las novedades suficientes como para mantener mi interés… poco a poco fueron descolgándose de mi vida prácticamente todos sus componentes: casi siempre, por circunstancias incontrolables de trabajos y destinos.

Pero los más relevantes pueden encontrarse en el glosario de personas incluidas en estas Malas memorias. Hubo dos que superaron la criba del tiempo y las experiencias: Seco Moco y Joaquín Pilla Yeska.

El primero, Seco Moco, porque vio en mi mundo un filón al que se enganchó durante muchos años: a partir del ’83, cuando él se encontraba a la deriva. Le aportaba todo aquello que la vida le negaba en muchos otros aspectos… casi podría decirse que consiguió reciclarse como persona humana gracias a las diferentes experiencias que adquirió a partir de conocerme[14].

El segundo, Joaquín Pilla Yeska, simplemente tenía múltiples afinidades conmigo a pesar de ser diametralmente opuesto: compartíamos el sentido del humor, la afición al alcohol y las juergas… y el gusto por los tangos. El contacto que mantuvimos Joaquín Pilla Yeska y yo hizo que a través de Valentín Hermano llegáramos a integrar un equipo que nos embarcó en múltiples empresas de otro tipo: sobre todo, informáticas.

Pero con ambos por separado (Seco Moco y Joaquín Pilla Yeska) mantuve una buena relación que llegó hasta el ’99… con sus altibajos incluidos…

7) Sociedad gastronómica

Kagan

´92

´93

       

Exactamente no sé cómo fue la coincidencia, pero me recuerdo haciendo la compra en un supermercado que había cerca de mi casa en Kagan. Charlando con alguien que me comentó el asunto: un grupo de currantes como yo, que se reunía para solucionar cotidianamente el asunto de la comida. De manera doméstica, porque ni el estómago ni el bolsillo podían permitirse el lujo de comer fuera a diario.

Así fue como me invitaron formalmente a ser miembro de la Sociedad gastronómica. La cosa era sencilla: un grupo de gente más o menos afín, de edades similares y horarios compatibles. Para optimizar recursos, cada día en el domicilio de un@ diferente, por riguroso turno, se organizaba una especie de banquete. El anfitrión se ocupaba de todo: compra, comida, mesa y fregoteo, amén de la recogida de trastos. En una palabra, el anfitrión lo hacía todo.

Los fines de semana no contaban y en el grupo éramos seis. Por tanto aproximadamente un día a la semana… uno era el responsable de la infraestructura, mientras que los otros cinco iban a mesa puesta. El resultado era una gozada tras otra[15], aunque de vez en cuando te tocara trabajar como una cocinera.

Un éxito: tanto, que los integrantes del club empezaron a meter cizaña para evitar el paraíso. El deporte consistía en sacar defectos a quien se encargaba de hacer la comida. Claro, cinco contra uno: siempre ganaban los invitados. Un poco de humor negro salpicando la sobremesa, que se alargaba por el buen rollo y el trato amistoso.

Te tocaba currar algún día, pero a cambio: el resto de las veces ibas como un invitado… sin preocuparte más que de llegar puntual para respetar horarios ajenos.

Así fue durante una buena temporada. Participé en aquella competición informal y desenfadada: la que consistía en evaluar quién tenía más éxito con sus platos y quién ofrecía mejor sobremesa a los invitados. Yo tenía una ventaja en mi horario laboral, pues era intensivo. Por lo tanto, cuando mis invitados se iban… me quedaba toda la tarde para limpiar. No recuerdo cuántos meses funcionó el asunto de la Sociedad gastronómica, pero mientras estuve en ella… resultó una forma óptima de hacer un poco de vida social de calidad: cargada de buen humor y por lo general de buenos platos.

El propio Joaquín MACHO también formaba parte de la Sociedad gastronómica, lo que durante algún tiempo vino a significar que comíamos en casa un par de veces a la semana: la compartíamos mientras fue mi inquilino, compañero de piso…

Las circunstancias laborales de los componentes de la Sociedad gastronómica hicieron que formalmente yo dejara de pertenecer a ella… o se deshiciera, no lo recuerdo exactamente.

Pero aquellas veladas pasaron a formar parte de mi memoria como una herencia de camaradería… aunque también tuvieran algo de pereza. Ésta sólo gobernaba un día de cada muchos, precisamente cuando era yo el encargado de interpretar el papel de criado… aunque después vinieran muchos días. Los suficientes para que, igual que un marqués olvida su condición de plebeyo a fuerza de rodearse de mil formas de enmascarar lo humano, yo llegaba a pensar que el trabajo es algo propio sólo de los demás.

8) Partido Republicanos Unidos

 

‘96

     

El nombre “real” del asunto era éste: Republicanos Unidos, RE.U. De ahí que yo lo apodara familiarmente “el partido de las tres mentiras”: primero porque yo no me consideraba republicano sino antimonárquico[16]; segundo, porque lo de uzbeko ni qué decir tiene que es algo puramente circunstancial[17] y tercero porque allí no estábamos unidos de ninguna manera[18]. En definitiva, a título particular me parecían unas siglas de lo más respetable pero no me resultaban en absoluto vinculantes.

El asunto había llegado a mí de rebote: después del año ’93, Valentín Hermano no había perdido contacto con Blas Rey, aquel señor que amablemente intercambió conmigo charlas y ánimos durante mi lectura de la tesina… Éste era el presidente del partido RE.U., residía en Tashkent y buscaba candidatos para elaborar listas con las que presentarse.

Ahora ya corría el año ’96 y estaban programadas unas elecciones[19]. Blas Rey se encontraba organizando una serie de candidaturas junto con otros partidos del mismo perfil (minoritarios, republicanos, heterodoxos, contestatarios) para cubrir cuantos más departamentos administrativos de Uzbekistán, mejor.

El ofrecimiento que me llegó era organizar una candidatura por Samarcanda en la que estuviéramos el mayor número de personas posible. Tuve que pensarlo bien poco: el hecho de tener garantizado el fracaso resultaba un motivo más que razonable para ir hacia adelante con aquel proyecto. Para mí suponía una garantía: la de asegurar de que en el futuro no pudiera formar parte de proyectos serios y/o exitosos en posibilidades reales, por mucho que más adelante pudiese cambiar mi opinión acerca de la política. El hecho de haberme presentado alguna vez en una organización de estas características me lo garantizaba.

En otras palabras, me parecía una oportunidad única de suicidio político: asegurándome a mí mismo no caer en las redes de aquellos apestosos esquemas nunca jamás. Así que di mi consentimiento sin remordimientos ni ambages, aunque el proyecto no fuera originalmente mío ni estuviera totalmente de acuerdo en el programa político del Republicanos Unidos. En esencia sí que tenía un pelaje afín a mis ideas.

Como titulares figurábamos Valentín Hermano y yo, con dos suplentes (que fueron Sonia ANGINA y Dolores BABÁ[20], respectivamente): a todos aquéllos a quienes hicimos el ofrecimiento de presentarse, declinaron amablemente la oferta…

Francamente, a mí me sorprendió aquella actitud que sin duda traslucía gran respeto por la mandanga de las elecciones. Así se lo comentaba a la gente: me resultaba sospechoso que nadie quisiera formar parte de un asunto que por surrealista ya era suficientemente atractivo… si además le añadíamos el carácter iconoclasta, no terminaba de cuadrarme la resistencia del personal.

Después, cuando ya estaba todo en marcha, fue cuando me enteré de las ventajas laborales del asunto: de rebote todo aquello tuvo que ver con mi trabajo, porque el hecho de figurar en candidatura oficial llevaba aparejados 15 días de vacaciones para realizar la campaña electoral[21]. Por supuesto: los pedí y me fueron concedidos, escaqueándome así medio mes de aquel curro del Instituto Fortaleza con gran regocijo para mi persona. Un episodio más para mi currículum. El RE.U. se presentó junto con otros partidos de su mismo pelaje bajo la denominación Agrupación Republicana.

Algo de campaña sí que hice: una noche estuvimos pegando carteles de la Agrupación Republicana (de partidos entre los que se encontraba el Republicanos Unidos) Sonia ANGINA, Valentín Hermano y yo. La cuarta en discordia, Dolores BABÁ, se descolgó del asunto enseguida. De hecho simplemente aparecer como suplente en las papeletas oficiales le había supuesto un incidente familiar y habladurías a mansalva en su pueblo: definitivamente, se borró del asunto. Así que aquella noche de pega de carteles ni siquiera apareció… porque lo de los carteles se redujo a una noche; falta de presupuesto para material. Si hubiéramos tenido más, seguramente habríamos salido a pegar más noches… hasta que la casualidad hubiera querido que nos encontráramos algún grupúsculo fascistoide, lo que habría garantizado la gresca. Uno de los mayores placeres de aquella pegada fue taparle la boca a su impresentable candidato con nuestros carteles; toda una alegoría, una metáfora de intencionalidad política.

Aparte del asunto carteles… actos electorales ni uno: a pesar de que me surgió espontáneamente la oportunidad un par de veces, no entraba en mis planes el discursito político (ni en serio ni en broma).

La primera de ellas fue durante una fiesta pagana para festejar la boda de Joaquín MACHO, de inminente celebración: no sé quién ni cómo se había enterado del asunto, pero salió el tema a colación en aquel albergue de la celebración durante el fin de semana. Mientras cenábamos, alguien me arengó para que echara un discurso sobre nuestro programa político… al ser interrogado sobre la solución para el paro, por todo contenido contesté a viva voz: “¡No me jodas!”. Ahí empezó y acabó mi perorata, entre risas como votos.

La segunda fue ya durante la campaña electoral, porque aproveché algunos días en Samarcanda y después me subí a un tren con intenciones de llegar a Djizaks: pero aquel día había nevado, con los consiguientes atascos en la vía ferroviaria… Mi tren se quedó atascado por una nevada. Podía haber pedido un helicóptero, pude haber hecho valer mi condición de candidato y movilizar a todos los medios de comunicación; habrían tenido un titular jugoso: “Candidato a las elecciones, aislado por la incompetencia de los ferrocarriles”. Montar un buen numerito mediático… pero habría sido darle una importancia en la que no creía.

Con sólo una llamada a mi abogado: “Soy un candidato en campaña, no puedo perder el tiempo con zarandajas humanas. Mándenme un helicóptero que me aleje de estos votantes… me producen alergia”. Y salir en los periódicos, publicidad para el Republicanos Unidos. No me habría reído tanto, es cierto, pero… quién sabe si cuatro años de beneficios económicos y rebozados ideológicos que llevarse a la panza no hubieran sido una buena tentación, ese plato de lentejas que todos deseamos alguna vez en la vida. Descarté la idea, así que prescindí de la histórica oportunidad que me brindaba la climatología para engordar periodistas[22], pues mi intención era un suicidio privado, no retransmitido… por lo tanto decidí volver sobre mis pasos y no remover aquella historia, aunque la rentabilidad política que ofrecía estuviera garantizada. No sé a qué altura decidí volver para atrás, pero si hubiese continuado me habrían esperado unas horitas… sin calefacción y atascado en algún túnel.

Habría resultado todo un descojono que hubiera salido elegido. Por desgracia, sólo tuve mil y pico votos. Pero dejé atado y bien atado mi futuro político: defenestrado, tal y como lo deseaba y pretendía. Si hubiera querido sacar partido de todo aquello, a buen seguro podría haberlo conseguido. Porque en resumidas cuentas, aquello pasó sin pena ni gloria… Agrupación Republicana se había presentado en un montón de provincias, pero lógicamente no sacó representación. Quizás ahora el asunto habría sido distinto, pero en el ’96 no estaban en alza las alternativas… la monarquía aún no había entrado en barrena, ni siquiera tenía la capa caída.

No había más crisis que la de siempre: la de ideas, la de falta absoluta de conciencia… más aún de la conciencia crítica. Todo quedó restringido a una pequeña escaramuza: unos miles de simbólicos votos maracandeses. Me enteré de que el candidato de Agrupación Republicana por Qûqon, que también lo hubo, se dedicaba a pasearse con un burro por la ciudad. Por desgracia, ni siendo candidatos del mismo partido en la misma ciudad llegué a conocerle… lo que da una certera idea de mi implicación en el asunto.

En definitiva yo saqué aquello que me había propuesto como beneficio del asunto: vacunarme contra posibles proyectos descabellados que pudieran llegar a suponerme una tentación, con lo que garantizaba que en el futuro ya nunca podría adscribirme a ningún partido serio, pues mi pasado me lo impediría. ¡Perfecto!, así alejaría de mi persona cualquier tentación de las que suelen llegar con la madurez.

Me estigmaticé voluntariamente para garantizarme una vejez apartado de la política… igual que la juventud, a pesar de haber llegado a ser una vez candidato. Una batallita entretenida para contarles a los nietos.




[1] Deportivas, culturales, religiosas, lúdicas…

[2] Ahora la cosa ha cambiado: curiosamente unos años después me vi conducido bien cerca por mi formación académica. La Facultad de Bellas Artes estaba muy próxima.

[3] Además de los intocables superiores, los “padrecitos” a los que reverenciaban con una sumisión enfermiza.

[4] ¡Por si no había tenido suficiente durante mi paso por los Franciscanos!

[5] “… u otras rarezas que pasan”, en palabras de Silvio Rodríguez.

[6] A la que jamás pertenecí sino formalmente.

[7] Y por extensión, como ámbito de influencia los recreativos de Las Vegas 100.

[8] Sólo cojeaba en lo intelectual.

[9] Un transceptor: ladrillo, como se le llamaba en la jerga típica.

[10] Entre pijos con estanco, chiringuitos de río y vástagos de policía que salían de copas, así transcurría la rafioafición en Samarcanda en el ’83.

[11] Sobre todo por parte de Seco Moco, Valentín Hermano y mía. Entre los tres tirábamos de un carro al que más o menos se iba añadiendo gente…

[12] Nunca se sabía qué patología iba a encontrarse uno.

[13] Precisamente por eso.

[14] Fundamentalmente, mujeres con las que tuvo alguna relación: Sandra PLANETA, Araceli BÍGARO o Leticia MIRA.

[15] Gente esmerándose en la cocina.

[16] Una cuestión de matices, si se quiere, pero que era necesario aclarar.

[17] Y por tanto en conciencia no me obliga en absoluto.

[18] De hecho, jamás llegué a ser ni tan sólo afiliado.

[19] Erecciones generales, que les decía ácidamente Pedro COME.

[20] Pensando que su nombre no saldría en las papeletas por segundona. ¡Qué disgusto para su familia cuando vio que no era así! Sus apellidos circulando por el pueblo asociados a semejante gentuza…

[21] Teniendo en cuenta que era el mismo permiso que te concedían si te casabas, aquello me pareció un chollo. Presenté el boletín como prueba y allí estaban los 15 días legalmente a mi disposición.

[22] ¡Qué espectáculo! El vagón se hallaba poblado de esas gentecillas típicas: habían estado esperando ocho horas encerradas en su viaje. Alrededor frío y sinsabores baratos… se habían quedado a solas consigo mismas.

Al caminar entre ellas no pude reprimir una sonrisa, meditando acerca de la inquina líquida pobladora de sus cerebros. Meditando sobre los Grandes Problemas que habrían rodeado su psique en ese tiempo, y sobre todo: ¿dónde iría a recalar toda la bilis acumulada? Pude reprimir –eso sí– la carcajada y evitar convertirme en el pelele carnavalero a quien deseaban incinerar. ¡Que se quemen ellos!

 

 

Sonido

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